Amor verdadero
Capítulo 33

Capítulo 33:

Adrián me invitó a cenar, yo no tenía hambre, pero era una manera de prolongar el tiempo a su lado.

Le dije que prefería ir por unos tacos, no suelo ser de las mujeres que acostumbran a hacer gastar a un hombre solo porque sí, y así solo comería un poco y no desperdiciaría una cena que no me podría terminar en un restaurante caro.

Terminamos la noche en mi casa, como siempre, tomando café y compartiendo el pan que le traje.

Se acercaba navidad y le obsequié un detalle, nada fuera de lo común, solo una taza con mensaje inspirador, pero como toda mujer, con una doble intención.

La idea era que se deshiciera de esa taza que mi amiga Peri había descubierto que le regaló otra mujer.

Me preguntaba si estaba siendo demasiado tóxica, y me reñía a mí misma por esos pensamientos tan infantiles.

Esa noche cuando nos despedimos con un abrazo, al sentir el calor de su cuerpo junto al mío sentí ese deseo de volver a estar con él en la cama.

Sabía que quizá no era buena idea y que eso podría arruinar nuestra amistad, pero estaba dispuesta a dar el siguiente paso para convertirnos en algo más.

Con una sonrisa y mordiéndome los labios, le pedí que me diera un beso en el cuello, y al sentir el roce de sus labios en mi piel sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, que de inmediato se proyectó en mi vulva palpitante.

Cuando se fue comencé a enviarle mensajes haciéndole saber el deseo que sentía por hacer el amor con él, tenía la esperanza que después de todo el tiempo que llevábamos siendo amigos, todo fuera diferente, ya que la confianza entre nosotros era mayor.

Reaccionó bien a mis mensajes, parecía bastante interesado en que lo volviéramos a intentar, así que acordamos vernos al día siguiente con la promesa de que pasaría de todo.

Esa noche me hice un homenaje a su nombre, ante cada orgasmo que me provocaba el vibrador no podía evitar decir su nombre, porque su cuerpo y su rostro estaban presentes en mis pensamientos.

Adrián Morales tenía la facultad de provocar mis más bajos instintos, solo con ver las venas marcadas en sus manos y sus delgados labios que me provocaban besarlos.

El día se me hizo eterno.

Entre el trabajo y la ansiedad que tenía porque llegara la noche, sentía que el reloj no avanzaba.

No pude evitar pensar que, si le contaba eso a Manuel mi terapeuta, me diría que lo que sentía por Adrián, era apego emocional y no amor verdadero.

Cuando al fin llegó la hora de vernos, yo estaba igual de nerviosa que la primera vez, me sentía como una adolescente en su primera cita y trataba de controlar el temblor en mis piernas, pero no podía.

Nos saludamos con un beso en la mejilla y un ligero abrazo como siempre, nos tomamos el habitual café con un cigarrillo y llegué a pensar que al final no pasaría nada.

“Ya me voy mi chava, ya es tarde”, dijo y se puso de pie.

Yo me quedé conmocionada al ver que al parecer él no tenía intenciones de pasar al siguiente nivel.

“Está bien, te acompaño”, dije y no pude evitar mostrar mi desilusión.

Entramos en la casa y de la nada, se sentó en la silla ejecutiva que uso para escribir.

“A ver, ven siéntate aquí”.

Me hizo sentarme en sus piernas.

Me recordó nuestra conversación por mensajes.

“¿Eres una pervertida sabes?”.

Me comencé a reír y me atreví a tomar la iniciativa besando su cuello.

“¿Sí? ¿Crees que soy una pervertida?”.

Me puse de pie y lo tomé de las manos, para llevarlo a mi cama, él no opuso resistencia, se sentó en la cama y metió sus manos debajo de mi falda para acariciar mis glúteos, y de pronto de la nada me preguntó.

“¿Qué tienes en esa caja roja?”, dijo mostrando una caja hexagonal de madera pintada de rojo que había sobre mi buró.

Me sorprendió su pregunta, sobre todo en ese momento que se había comenzado a poner caliente y que de nuevo cortaba con esa excitación que habíamos comenzado a tener.

“Tengo el pene de mi exmarido hecho pedacitos”, bromeé y me comencé a reír al ver su rostro.

“Es broma”, dije.

Debía reconocer que mi broma fue de muy mal gusto en ese preciso momento y rompió con todo lo que había ganado.

El rostro de Adrián cambió de expresión, como si hubiera creído que mis palabras eran ciertas.

“¡Es broma! Ahí adentro hay unos lápices de colores, unas tijeras y una cinta adhesiva. ¿Quieres ver?”.

“No, no es necesario que me muestres”, dijo y me jaló para que cayera sobre él en la cama.

Se concentró en quitarme la blusa y el sostén, su boca se apoderó de mis senos, los comenzó a besar y a chupar con ansias, provocando que mi centro palpitara y se comenzara a lubricar por la excitación.

“Mira cómo me tienes”, le dije y llevé su mano a mi entrepierna, mis bragas estaban empapadas y mi vulva clamaba por un poco de su atención.

“Wow, estás bien mojada”, dijo y se arrodilló en el piso, jalando mi cuerpo hasta la orilla de la cama.

Solo movió mis bragas hacia un lado y hundió su rostro comenzando a acariciar mis pliegues con su lengua húmeda y caliente.

“¡Oh sí, que rico papacito, me encanta!”, exclamé disfrutando del placer que me estaba provocando.

No tardé mucho en comenzar a convulsionar en un primer orgasmo, él sintió mi tensión corporal y pudo ver mis jugos saliendo al encuentro con su lengua.

“¡Ah, ya llegaste!”, dijo y comenzó a desabrochar su pantalón liberando su miembro frente a mi rostro.

Yo sabía que me estaba pidiendo que le correspondiera igual y no dudé un segundo en arrodillarme y meterme su pene en la boca.

“¡Qué cosa más deliciosa!”, dije y comencé a chupar y a succionar acariciando sus bolas con mis manos.

Ese hombre tenía el pene más rico que hubiera probado en mi vida.

Pocos hombres habían pasado por mi cama, y era la primera vez que me tocaba uno acostumbrara a afeitarse el vello del área genital.

Me pareció bastante se%y, limpio y cómodo para explorar no solo con las manos, sino con la lengua y hacer todo lo que se me antojara con la boca.

Debía reconocer que el se%o oral era lo que más me excitaba en una relación se%ual, dar y recibir placer oral era mi gusto más placentero.

Disfruté cada segundo que lo tuve en mi boca y pude ver en su rostro que lo estaba disfrutando tanto como yo.

Mi vulva comenzó a palpitar de nuevo, necesitaba sentirlo dentro, ya no podía seguir esperando para tenerlo en mi interior.

“Lo quiero adentro”, le dije y lo miré a los ojos.

“¿Lo quieres? Bueno…”, dijo, sacó un sobre plateado y lo abrió con los dientes.

Se colocó el preservativo y jaló mis piernas hasta colocarlas sobre sus hombros, se sumergió en mi interior de una embestida y comenzó a moverse cada vez más fuerte.

“¡Así papacito, que rico!”, dije y mis g$midos comenzaron a salir involuntariamente.

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