Amor verdadero
Capítulo 32

Capítulo 32:

Es una ofrenda a San Judas Tadeo para la abundancia, mi mejor amiga lo montó ahí para que rece todos los días y me vaya bien en el trabajo.

Me quedé callado porque preferí guardarme mis comentarios al respecto, respetaba sus creencias y no quería herir su susceptibilidad si le decía lo que yo pensaba.

Con mis padres había aprendido a respetar la religión, incluso asistía a las cenas navideñas solo porque eran una tradición familiar y no porque compartiera el significado que le daba la iglesia.

Esa noche cuando nos despedimos ella me dio un obsequio de navidad, me sentí incómodo porque yo no tenía nada para ella.

Dijo que solo era un detalle y que no me preocupara por no haberle dado nada, que no se trataba de intercambio, sino que lo hizo solo porque lo vio y pensó en mí.

Se trataba de una taza, era una taza muy especial, roja, con una leyenda que decía ‘¡Eres un genio! y lo sabes’.

Me pareció un gran detalle, porque me dijo que cada vez que lo leyera, pensara en que yo podía conseguir todo lo que me propusiera, ya que le había contado lo mal que me estaba yendo en el trabajo y que, de no ser por mi hijo, mi pequeña empresa estaría a punto de irse a la quiebra.

Le prometí que reemplazaría la taza que tenía por esa, por supuesto omití que también me había regalado una mujer, pero como decía More, la roja iba más con mi personalidad, la otra parecía una taza de abuelito.

Al siguiente día no pue escribirle y ella tampoco lo hizo, me dijo que trabajaría mucho para poderse dar el lujo de irse de viaje porque allá no podría concentrarse, así que no tuve ningún mensaje de buenos días.

Por la tarde me escribió para decirme que ya estaba viajando y yo le pedí que me avisara en cuanto ya estuviera en casa de su hermana, me gustó el detalle de avisarme que ya se había ido, aun cuando no tenía la obligación de hacerlo, me hacía sentir bien que tuviera esos detalles conmigo y a mí me gustaba estar enterado de sus movimientos.

Ya era noche cuando recibí el mensaje de que había llegado a casa de su hermana y me quedé tranquilo al saber que tuvo buen viaje, me mostró una imagen del pan que estaba horneando su sobrina y por supuesto le recordé que había prometido que me traería.

Pasé la cena navideña con mis padres, mi hija avisó que no podría viajar hasta el año nuevo y eso me quitó una preocupación de encima, no tenía que ver a Karina así que no me importó que hizo esa noche para no quedarse sola en casa.

A mi hermana se le ocurrió la idea de que la cena fuera de ‘traje’ me tocó llevar la ensalada de manzana y yo no era el mejor cocinero del mundo.

Por fortuna Morelia me envió una lista de todos los ingredientes que debía comprar y me explicó todo lo que tenía que hacer.

Estuvimos en contacto por mensajes y fotografías de lo que estábamos haciendo, así que, a pesar de estar a la distancia, compartimos esa esa noche el uno con el otro.

El día que regreso, le pedí que me avisara para ir por ella a la terminal de autobuses, ya que salió muy tarde de Puebla y llegaría ya de noche a la ciudad, se alegró al saber que iría por ella, así que después de recogerla en la terminal la llevé a cenar, era como nuestra cena navideña particular, aunque ella prefirió cenar tacos que ira un restaurante.

Así era Morelia Ortega de impredecible.

Después de los tacos rematamos en su casa con un café y por supuesto un cigarrillo, me entregó el pan que me trajo y lo disfrutamos juntos.

Esa noche la sentí un poco extraña, como si estuviera más coqueta, la sentía como si estuviera tratando de seducirme, pero con un poco de nervios, aunque quizá era mi imaginación.

Lo que si era un hecho era que estaba temblando, yo no sabía si de frío o de nervios al final terminamos despidiéndonos con nuestro habitual abrazo y esta vez, parecía como si ese abrazo se hubiera prolongado por más tiempo.

“Un beso aquí”, me dijo mostrándome su cuello y yo la besé con una sonrisa, sabía que tenía algo extraño, pero no me lo dijo.

Ya me voy o vas a terminar aprovechándote de mí.

La besé en el cuello y ella a mí también, sentí un ligero escalofrío que me recorrió el cuerpo, pero me fui porque no quería forzar las cosas, lo que tuviera que pasar, pasaría tarde o temprano.

Estaba llegando a casa de mis papás cuando recibí un mensaje de ella.

[Ya que no me dejas aprovecharme de ti, voy a tener que…].

[¿Necesitas ayuda?].

[¿Cómo vas a ayudarme?].

[No sé, tú dime].

[¿Tengo permitido tocarme pensando en ti?].

[Te pasas…].

[Lo siento, ya no digo nada].

[Me gusta que me hables de eso…].

[¿Alguna vez te han dicho que tienes el pene muy rico?].

[¿En serio te gustó?].

[Mucho, tengo ganas de tenerlo en mi boca de nuevo].

[¿Mañana?].

[¿Te espero a las siete?]

[Ahí estaré y prometo que todo será diferente].

Mi madre estaba despierta, me estaba esperando porque estaba muy preocupada.

“Hijo, es un hecho que Karina te está haciendo brujería”.

“Mamá, ya sabes lo que opino al respecto”.

“Fui a ver a una señora para me leyera las cartas, dice que hay una mujer que te está haciendo magia negra para adueñarse de tu voluntad”.

“Mamá de seguro solo quieren sacarte el dinero, no pagues por esas tonterías”.

“Está bien, no me creas, solo por favor cuando vayas a la casa de Karina, fíjate si en algún lugar tiene un altar extraño, con azúcar o miel, veladoras y algún santo, tal vez algunas manzanas rojas y lo más importante, una caja roja”.

Me fui a dormir y dejé de escucharla, odiaba tanto a Karina que estaba desvariando con ese asunto de la brujería.

La navidad en casa de mi hermana fue la más triste de mi vida.

Todo el tiempo me sentí juzgada e incomprendida por mi separación con José.

Tal parecía que mis hermanas y mis sobrinas lo querían más a él que a mí y hasta sentí que hubieran preferido que él estuviera en esa cena en mi lugar.

Lo único que me daba un poco de consuelo eran los mensajes que Adrián me enviaba, compartimos el tiempo al menos por mensajes a distancia.

Comprendí que debía seguir con la terapia, mi estado de depresión había vuelto y tal vez con más intensidad, o quizá era solo por la nostalgia que me provocaba esa fecha tan emotiva y que en años anteriores había sido la más feliz.

Mis hermanas insistían en que me quedara un día más, pero yo lo único que quería era salir huyendo, no me importó reservar un asiento en el último autobús aun cuando llegaría muy tarde a la ciudad.

Menos mal Adrián se ofreció a recogerme en la terminal.

Quizá fue mi depresión, tal vez solo me dejé llevar por mi soledad, pero en cuanto bajé del autobús y lo vi ahí parado esperándome, corrí hacia él y lo abracé como si fuera una tabla de salvación en medio de mi naufragio emocional.

La alegría de verlo, sumado al dolor que sentí en el tiempo que compartí con mi familia me provocaron un choque de emociones en mi interior que se reflejaron en mi cuerpo.

Comencé a temblar como si me estuviera muriendo de frío, aunque la temperatura no era tan baja como para que reaccionara así.

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