Amor verdadero
Capítulo 31

Capítulo 31:

Se empezó a reír y me dijo.

“Entra y cierra la puerta, quiero ver qué no te vayas a otro lado”.

Le dije adiós con la mano y me metí a la casa.

Suspiré porque mi corazón estaba limpio, no había sufrido y tampoco lo había hecho sufrir, bastante dañados estábamos los dos antes de conocernos, cómo para permitir que todavía alguien más nos hiciera daño.

Pasaron unos minutos cuando recibí el mensaje.

[Ya estoy en casa. Buenas noches, descansa].

Le contesté con un emoticono y le di las buenas noches, algo me decía que esto, lo que fuera que fuese, no estaba terminado.

Y así fue, al siguiente día el mensaje de buenos días de parte de mi amigo Adrián no se hizo esperar, al igual que el mensaje por la tarde para saber cómo había ido mi día.

Después de conversar unos minutos en la tarde no podía faltar ese mensaje de buenas noches.

Se volvió un ritual de todos los días, compartiendo con el otro los pormenores de nuestro día a día.

Yo disfrutaba hablándole sobre mis libros y el me daba su opinión sobre cada uno de los temas de los que hablaban.

Por la noche nos deseábamos felices sueños y así se hizo parte de mi vida y yo de la suya.

Dos semanas después que llegó ese día en el que me escribió.

[Tengo ganas de verte. ¿Puedo ir a visitarte?].

[¡Claro! Te invito un café].

Yo no quería generarme falsas expectativas, no quería que nos volviera a pasar lo que nos había sucedido cuando nos conocimos.

Debía pensar que solo éramos amigos y que nunca seríamos algo más y quizá con el tiempo, tal vez y solo tal vez, podría crecer un sentimiento entre nosotros.

Esa tarde llego por mí y me preguntó.

“¿Todavía quieres ir a conocer el centro?”.

“¡Claro! todavía no lo conozco”.

“¿Vamos?”.

“¡Vale! Vamos”, dije con entusiasmo.

Recorrimos el centro de la ciudad a pie tomados de la mano, me mostró el teatro, la alameda, el mercado, el museo del ferrocarril y las principales avenidas del centro histórico.

Ese día nuestro contacto físico no fue más allá de tomarnos de la mano y de un beso en la mejilla al saludarnos y al despedirnos.

Las llamadas y los mensajes continuaban todos los días, no había un solo día en el que no nos diéramos los buenos días las buenas noches y conversáramos un rato acerca de nuestro día.

Llamé a una amiga abogada que fue mi maestra una universidad para pedirle ayuda en el trámite de mi divorcio.

Me arme de valor y llame a José para decirle que había iniciado el trámite, el intentó convencerme de que no lo hiciera, me pidió que nos viéramos para hablar porque según él, todavía me amaba, pero yo ya no sentía nada por él, ya ni siquiera le tenía coraje.

Le deseé toda la felicidad del mundo porque no había nada qué me hiciera olvidar el dolor qué me había causado, pero tampoco olvidaba todos esos momentos felices que viví a su lado.

Con mucho pesar y nerviosismo, pero firme en mi decisión, fui al tribunal de justicia a presentar mi demanda de divorcio en compañía de mi abogada, una vez que entregué el documento sentí que había dado el primer paso hacia mi verdadera libertad.

Por supuesto el primero en saber mi decisión fue mi amigo Adrián, quién se alegró por mí, me felicitó y prometió que el día que tuviera la sentencia iríamos a cenar y a festejar.

Por lo pronto esta noche festejamos con una nueva reunión, un café y un cigarro era nuestro ritual nocturno acompañado de horas y horas de conversación.

Un abrazo tierno y cariñoso al despedirnos, ese abrazo cálido qué me hacías sentir qué podía confiar en él y contar con su apoyo cada vez que lo necesitara y estaba segura de que él sentía lo mismo por mí.

La relación de amistad que entablé con Morelia me tenía mucho más tranquilo que ese intento fallido de relación amorosa, hablábamos todos los días por mensajes de texto y al menos una vez a la semana nos reuníamos para tomar un café y conversar.

Me gustaba estar al pendiente de ella y que me tuviera la confianza de contarme todo lo que acontecía en su vida.

Pasamos de solo tomar café a salidas informales, como ir al cine y salir al centro solo a caminar y a comer elotes, parecía una niña pequeña cuando se trataba de comer, sus antojos me recordaban un poco a los de mi hija.

Cumplí mi promesa de comprarle el servidor de agua para que no tuviera que estar manipulando el garrafón, me encantaba como reaccionaba cuando le decía que era débil, de inmediato se ponía a la defensiva y decía que ella no era débil, que no necesitaba de ningún hombre para hacer las cosas.

En efecto, yo solo lo decía para hacerla rabiar porque tenía claro que era una mujer muy fuerte, mucho más de lo que ella misma sabía.

Me gané la confianza de Tuluza y la pequeña gatita disfrutaba subirse en mis piernas mientras hablábamos, incluso le llevé una caja de cartón para que jugara porque More no le tenía ningún lugar para esconderse, de inmediato la marcó como su territorio y comenzó a jugar en ella.

Me preocupaba un poco ver a Morelia tan sola, yo solía decirle que saliera, que conociera gente y ella solo prometía que se inscribiría a un gimnasio o a clases de baile para socializar, pero yo dudaba que en verdad quisiera hacerlo.

No sabía si en realidad ella disfrutaba tanto de estar sola o era porque no conocía a nadie en la ciudad, pero llegué a pensar que yo era el único amigo que la visitaba.

La navidad estaba cerca, mis padres como cada año estaban planificando la cena familiar, aunque yo no creía prudente que Karina y mis hijos vinieran a casa de mis padres porque iba a resultar muy incómodo.

“¿Qué planes tienes para la cena de navidad?”, me atreví a preguntarle a Morelia porque no me gustaría que estuviera sola en esa fecha.

“Iré a Puebla a casa de mi hermana, mi hermana Alondra y sus hijos también irán, así que nos reuniremos en familia como cada año”.

“Me alegra mucho que vayas con tu familia, así no estarás sola”.

“¿Y tú? ¿Verás a tus hijos?”.

“Todavía no lo sé, Adrián lo pasará con su nueva familia supongo y yo cenaré con mis padres, aunque todavía no sé qué harán mi hija y su madre”.

“Debes dejar de preocuparte por lo que haga Karina, así como yo he soltado a José, ya no me importa que haga o deje de hacer”.

“Trato de hacerlo, pero es diferente porque está de por medio mi hija, ella es en realidad la que me importa, por mi Karina se puede ir al carajo”.

Me miró como si dudara de la veracidad de mis palabras, pero le agradecí que cambiara la conversación.

Me contó que unas de sus sobrinas solían hornear pan y que les quedaba delicioso, así que prometió traerme para que lo probara.

“Voy a estar fuera tres días, espero que Tuluza se comporte”.

“Los gatos son más independientes de lo que crees, ya verás que estará bien”.

Siempre tuve curiosidad por preguntarle sobre un pequeño altar muy extraño que tenía sobre la barra de la cocina, no me había atrevido porque me daba un poco de vergüenza, ya que yo no tenía ninguna creencia religiosa.

“¿Quieres más café?”, me preguntó y acepté.

Fuimos juntos a la cocina y no quise quedarme con la duda, así que le pregunté.

“¿Qué es eso?”, le señalé el pequeño altar.

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