Amor verdadero
Capítulo 30

Capítulo 30:

No sabía que era lo que sentía por él.

Cuando no me escribía y no sabía nada de él me provoca ansiedad.

Estar junto de él conversando me provocaba paz, pero estar en la cama con él me causaba una gran frustración.

Sin importar que tan bueno fuera el se%o, algo ocurría que no me dejaba disfrutarlo del todo, al contrario, parecía que era un suplicio tener que aguantar ese estrés.

Cuando leí su mensaje mi cuerpo reaccionó de diferentes maneras.

Lo primero que sentí fue tristeza al pensar que tal vez no lo volvería a ver nunca, y eso sí me dolía.

Me dolía porque los pocos días que tenía de conocerlo había llegado a sentir por el un gran afecto que quizá no sabía definir, pero de que había un sentimiento eso no podía negarlo y mucho menos ocultarlo.

Adrián había conseguido en solo unos días meterse dentro de mi corazón y aunque no podría decir que lo que sentía por él era amor, sí sentía algo qué me hacía necesitar de su presencia y que sabía, que me iba a costar mucho trabajo soltar.

Cuando estaba con Adrián los recuerdos de José se desvanecían en mente por completo.

No había nada que me lo recordara, lo único que existía para mí era Adrián y lo maravilloso que era conversar con él de cualquier tema, sin importar si era relevante o no.

Un impulso me llevó a tomar el librador y a meterlo entre mis piernas la sensación era tan placentera y relajante qué en pocos minutos me hacía alcanzar un orgasmo muy fuerte que sin querer y sin siquiera pensar, mi boca gritaba su nombre ‘¡oh sí Adrián!’ tal como me hubiera gustado gritar cuando estaba en su cama.

Pero por alguna razón me contuve y no pude hacerlo a pesar de haber llegado dos veces al orgasmo.

No pude expresar lo que estaba sintiendo había reprimido esa parte de mí qué tanto disfrutaba y que me hubiera encantado qué el conociera.

Me quedé dormida después de la sacudida que me di con el vibrador y cuando abrí los ojos al nuevo amanecer me desperté pensando en que debía cerrar mi ciclo con José.

Tenía que solicitar el divorcio para ser completamente libre.

No, no para estar con Adrián, ni para estar con alguien más, simplemente para sentirme libre y para dejarlo ir de una vez por todas y comenzar a vivir mi nueva vida tal y como debió ser desde el principio.

Me puse a trabajar con el mismo empeño de todos los días, la doble reseña quedó publicada antes de las seis de la tarde como siempre.

Faltaba poco más de una hora para mi última cita con Adrián y después de esa noche no volveríamos a vernos nunca.

Ni siquiera sabía que iba a decirle o de qué hablaríamos, lo que sí era un hecho era que se trataba de una despedida y ni siquiera podía descifrar lo que sentía, sí me dolía o me liberaba.

Cómo todavía tenía tiempo para arreglarme me puse a barrer y a trapear el pequeño departamento hacía días que no había hecho la limpieza y el polvo se había acumulado en los pocos muebles que tenía. Me metí a bañar y me vestí para él.

No sabía que ropa ponerme, quería verme bien, pero no quería que sintiera que lo quería seducir.

Eran las siete en punto cuando mi celular me indicó que tenía un mensaje.

[Ya estoy afuera].

Tan puntual como siempre, no me molesté en contestar, bajé abrir la puerta y ahí estaba el recargado en su auto.

Se le notaba un tanto nervioso.

Quizá por su mente pasaba lo mismo que por la mía.

Tal vez esperaba algún tipo de drama de mi parte y pensó que sería capaz de llorar y suplicar porque no me dejara.

Pero Morelia Ortega no lloraba por nadie, ni siquiera por su esposo con quién estuvo casada tantos años.

Lo saludé como siempre, con un ligero abrazo y un beso en la mejilla, una sonrisa y lo invité a pasar.

Como si fuera un ritual nos preparamos un café y salimos a sentarnos al balcón y encendimos un cigarrillo.

Estuvimos hablando durante un largo rato.

Me preguntó si yo también había pensado lo mismo sobre no continuar adelante con esto que teníamos.

Le conté todo lo que había hablado con mi psicólogo acerca del cierre de ciclo y de que debía dejar ir a José, divorciarme y cerrar ese capítulo de mi vida para siempre y luego entonces, podría comenzar una nueva relación.

Él me contó la historia de la separación con su esposa.

Yo no podía creer como una mujer podía serle infiel a su marido en su propia cama con su mejor amigo.

Si yo me sentí humillada y traicionada por José, no podía imaginar lo que hubiera sentido si hubiera estado en el lugar de Adrián.

Sí yo los hubiera encontrado en el acto, tal vez no hubiera sido capaz de contenerme y de quedarme callada.

Quizá en ese momento si hubiera sido valiente y los hubiera enfrentado.

Aunque sabemos que él hubiera no existe y que todo lo que nos pasa y nos paraliza se queda guardado en nuestra mente en un lugar muy oscuro donde hace daño, pero no le permitimos salir.

Adrián y yo éramos las víctimas en esta historia donde nuestras parejas nos destrozaron y tendríamos que luchar juntos o separados, pero cada uno tenía que enfrentar sus propios miedos, sus propios temores y demonios.

Si en algún momento la vida nos volvía a unir, debía ser libres de nuestro pasado.

Terminamos de tomar nuestro café y cerramos esa conversación para siempre.

No tenía caso volver a hablar de lo mismo.

No tenía caso seguirle dando poder al dolor y al sufrimiento.

A partir de ese momento hicimos un pacto, aunque no lo dijimos con palabras, no era necesario.

Nuestra conexión era tan fuerte, que podíamos entendernos aún sin palabras.

Era quizá como decía el horóscopo, nuestras almas eran gemelas y ya se conocían desde otra vida, tan bien se conocieron que habían creado como un código de comunicación en el cual no eran necesarias las palabras.

Nos quedamos callados por un momento, pero no era este silencio incómodo que habíamos sentido la vez que tuvimos se%o, era un silencio en el que sin decir nada, sellábamos nuestro pacto de amistad y se reencontrarnos cuando estuviéramos listos para amarnos.

Tal vez ese día no llegaría en esta vida, tal vez no llegaría en una eternidad, pero los dos sabíamos que donde quieran que estuviéramos, siempre estaríamos ahí uno para el otro.

Cuando Adrián se despidió de mí lo acompañe a la puerta, tal como lo había hecho los días anteriores.

Nos despedimos con un abrazo que duró mucho tiempo, era como si nuestros brazos se negaran a soltarse.

Nos vimos a los ojos con una sonrisa genuina, entre nosotros no había dolor, ni rencor, pero sabíamos que tampoco había amor.

Lo que había entre nosotros era una especie de complicidad, porque nuestra conexión iba más allá de una simple amistad.

Lo nuestro no había sido una aventura, no había sido una relación, lo nuestro había sido un encuentro de almas.

“Me avisas cuando llegues a tu casa”, le dije.

“Solo para saber que llegaste completo”.

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