Amor verdadero -
Capítulo 21
Capítulo 21:
Relájate y disfrútalo Le dije y seguí saboreando su mero duro, grueso y del tamaño perfecto para mí.
Cuando me dijo que tardaría en terminar no pensé que tanto tiempo, sin duda fue la mamada más larga que hice en toda mi vida, pero hacerlo llegar al clímax se había convertido en un reto para mí.
Fue muy gratificante verlo expulsar su semilla caliente, llenando no solo mi boca, mi cara y mi cuello se llenaron de s%men también, lo cual me indicó que llevaba varios días sin tener se%o y eso me agradó.
Sus gestos de placer fueron mi recompensa.
Después de lavarnos, y vestirnos, lo acompañé a la puerta, nos despedimos con un beso y algo me decía que no iba a volver a verlo.
No sabía por qué, pero creía que hasta ahí había llegado nuestra cita.
Cuando se fue saqué mi vibrador del cajón, me masturbé pensando el delicioso sabor de su miembro y grité su nombre cuando alcancé mi orgasmo.
[¿Te habían dicho que tienes un pene muy rico?].
Le envié un mensaje antes de dormir.
[¿En serio te gusto?].
[Mucho, aunque no me dejaste llegar].
[Te prometo que la próxima vez vas a llegar].
Y ya no le contesté.
‘Eso espero’, pensé en voz alta y entonces supe que si habría una próxima vez.
…
Presentarme con Karina en la boda de nuestro hijo como la pareja perfecta y feliz fue todo un reto para mí.
Ella se desvivía fingiendo que éramos un matrimonio ejemplar y aprovechaba cada momento para abrazarme y tomarme de la mano, lo cual era bastante incómodo para mí.
Fue una boda muy sencilla en el registro civil, aunque Karina y la madre de Viviana insistieron en que hiciéramos un brindis y una pequeña comida familiar para que no pasara desapercibido.
Todo se complicó cuando Karla, mi hija, decidió que no podía faltar a la boda de su hermano y llegó a México de improviso.
Fue toda una sorpresa que llegara sin avisar y por supuesto, su hermano ya la había puesto al tanto de los pormenores de nuestra separación.
“De ninguna manera puedes abandonar a mi mamá”, me dijo al oído apenas me abrazó para saludarme, en medio de la ceremonia.
La miré y le sonreí, dándole un beso en la frente.
No dije nada para no interrumpir al juez, pero tendría que hablar con ella para dejar en claro mi postura.
Karina se estaba aprovechando de la situación y yo no se lo iba a permitir.
Mis padres asistieron a la ceremonia de la boda, pero se negaron rotundamente a asistir al brindis, se excusaron diciendo que estaban cansados y que no se habían sentido bien los últimos días, pero yo sabía que era por no ir a la casa de Karina y no compartir los alimentos con ella.
Mi madre insistía en que Karina era una ‘puerca’ capaz de hacerme brujería.
Yo por supuesto que no creía en esas estupideces, y a pesar de todo, no creía que Karina fuera capaz de recurrir a esas barbaridades para retenerme.
A pesar de la premura del matrimonio, todo fue muy emotivo, los muchachos estaban felices y disfrutaron su boda.
Aunque fue de lo más sencilla, solo la familia y amigos más cercanos y la mejor amiga de la novia.
Me dolió el estómago cuando vi llegar a Emilia, la esposa de Roberto, por un momento pensé que él iba a tener la desfachatez de presentarse en mi casa después de lo que había pasado, pero no se atrevió.
Su esposa se puso a justificarlo, diciendo que tenía mucho trabajo y que ese era el motivo por el cual no había podido asistir a la boda.
Yo solo moví la cabeza en señal de negación al ver la hipocresía de Karina con su amiga, abrazarla y besarla como si en verdad la quisiera mucho, cuando se estaba acostando con su esposo.
Cada vez me decepcionaba más de la mujer que era mi esposa y a quién llegué a tener en un pedestal.
Me daba cuenta de que, en realidad, no la conocía, ni sabía de lo que era capaz de hacer, era la madre de mis hijos, pero ahora la percibía como una mujer falsa, hipócrita y mentirosa.
Entre los brindis con los novios, brindar con los padres y los abuelos de la novia y los padrinos de ella que también asistieron a la fiesta, al final de la noche me sentía bastante mareado.
Me quedé sentado en la sala, mientras los invitados comenzaban a retirarse.
Adrián me pidió prestada la camioneta para irse con Viviana a un hotel, como no tendrían luna de miel, alquilaron una habitación en un hotel de lujo en la ciudad para pasar su noche de bodas.
Le dije que podía llevarse la camioneta, pensando en que podía usar mi viejo sedan para regresar a mi departamento, pero inexplicablemente estaba tan mareado que no me sentía capaz de conducir.
“Karla no me siento bien hija, ayúdame a llegar a la habitación de huéspedes”.
“¡Pero papá! ¿Por qué a la habitación de huéspedes? Tu lugar es en tu habitación, con mi mamá”.
“Por favor, Karla, ya hablaremos de eso mañana. Ahora solo ayúdame por favor, porque me siento muy mal”.
Entre refunfuños y a regañadientes, mi hija me ayudó a subir a la habitación de huéspedes.
No me sentía del todo cómodo quedándome a dormir en esa casa, pero me sentía tan mal que no tenía la fuerza para irme.
Karla me ayudó a quitarme los zapatos y me quitó el saco y la corbata, me dejé caer sobre la cama y todo comenzó a darme de vueltas.
Menos mal comencé a sentirme mareado cuando ya los invitados se habían ido, porque habría hecho pasar vergüenzas a los novios.
Nunca me había mareado tanto por beber un poco de vino, no recordaba haber tomado más de cuatro copas y tenía el estómago totalmente revuelto.
Tuve que hacer un esfuerzo para ir al baño a vomitar, caminando en cuatro extremidades, porque no conseguía ponerme de pie y no quise gritar y molestar a mi hija para que me ayudara en algo tan vergonzoso.
De rodillas frente al inodoro vacié todo el contenido gastrointestinal y vagamente me pareció ver que vomitaba una especie de líquido color negro y de un olor tan fétido que debía recordar ir al médico al día siguiente.
Como pude, me lavé la boca y volví a la cama.
No podía dormir, pero tampoco estaba del todo despierto.
Me sentía como en un estado de sopor, y las paredes no dejaban de girar a mi alrededor.
Entre sueños, sentí cómo se abrió la puerta, pensé que se trataba de Karla que me había escuchado vomitar y había ido a ver cómo me sentía.
Mi futura doctora tenía un gran sentido del deber y siempre estaba al pendiente de nuestra salud.
Me sorprendí cuando me di cuenta de que se trataba de Karina, quise resistirme y obligarla a que se fuera, pero no tenía la fuerza para hacerlo, ni siquiera podía hablar coherentemente.
“Vete”, balbuceaba, mientras ella desabrochaba mi cinturón y me quitada los pantalones.
“Tranquilo mi amor, solo relájate”, dijo ella y continuó quitándome la ropa.
Con mucha calma desabotonó mi camisa y me dejó desnudo por completo y comenzó a besarme, primero en la boca y luego deslizó sus labios por mi cuello.
Cerré los ojos porque estaba a punto de vomitar nuevamente, todo seguía girando a mi alrededor y los besos de Karina me producían asco más que excitación.
Pero mi cuerpo no reaccionaba, no lograba moverme por más que lo intentaba.
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