Amor verdadero -
Capítulo 19
Capítulo 19:
Adrián comenzó a trabajar conmigo en contra de la voluntad de Karina, pero él estaba decidido y yo iba a apoyar sus decisiones.
Así que desde ese día comenzó a ir conmigo a todos lados para aprender cómo tratar con los clientes y como cerrar los tratos para los servicios.
Era un muchacho muy inteligente y en pocos días, ya estaba consiguiendo sus propios clientes y generando más ingresos para la empresa, por lo que tomé la decisión de hacerlo socio al cincuenta por ciento.
Después de todo era mi hijo y de esa manera él podría comenzar a labrarse un futuro para su mujer y su hijo.
Tras hablar con los padres de Viviana, acordamos que se casarían solo por el civil y que vivirían en casa de Karina hasta que tuvieran lo suficiente para comprarse un departamento.
Los padres de la muchacha estuvieron de acuerdo y ella también había comenzado a trabajar. Los dos acordaron que retomarían los estudios después de que naciera el bebé.
A pesar de que no era lo que esperábamos de nuestros hijos, tanto los padres de Viviana como nosotros, estábamos contentos en ser abuelos y sobre todo por la responsabilidad con la que los muchachos habían afrontado las consecuencias de sus actos, porque se veía que su amor era sólido y que podían llegar a ser una pareja estable.
Esa semana, entre preparativos de boda y apoyar a Adrián a integrarse a la empresa, estuve tan ocupado que apenas podía saludar a Morelia por las noches, aunque me moría de ganas de verla y platicar con ella.
Todas las noches hablábamos unos minutos sobre cómo había estado su día y algunos pormenores del mío, nada relevante.
Hasta que un día me escribió ese mensaje que hizo que dejara todo por ir a verla.
[Voy a ir a conocer el centro porque quedaste en llevarme y no has cumplido tu promesa. Sí te animas a venir conmigo te espero, sí no, me voy sola antes de que se haga de noche].
Me encantó esa seguridad con la que me puso un ultimátum para vernos, se había cansado de esperar a que yo tomara la iniciativa y tenía razón, me estaba viendo tibio y lento en mis decisiones, como siempre, estaba dejando que las situaciones familiares me absorbieran por completo olvidándome de mí mismo.
[Dame una hora y paso por ti a las siete treinta].
No me daba tiempo para ir hasta mi departamento a ducharme y cambiarme de ropa, así que fui directo a la casa de mis padres, no me sentía cómodo, pero me duché y me puse la misma ropa que había estado usando todo el día.
“¿Y ahora porqué tan contentito?”, me preguntó mi madre al verme salir de la habitación recién bañado.
[Porque tengo una cita con una amiga”, dije sonriendo
“¿Una amiga? ¿Y por eso te viniste a bañar para ir a verla? Conociéndote, te duchaste también en la mañana antes de salir de tu casa”.
“Sí, pero necesitaba refrescarme y no me daba tiempo ir hasta mi casa. Ella vive aquí muy cerca, por el fraccionamiento ‘Las casas’”.
A mi madre le dio gusto saber que, a pesar de lo acontecido con Karina, yo estuviera dispuesto a rehacer mi vida, o al menos, lo intentara, porque en realidad no estaba seguro de lo que quería, lo único que sabía era que Morelia me gustaba y mucho.
Llegué a casa de Morelia y le avisé que estaba afuera, me encantaba que saliera de inmediato, yo valoraba la puntualidad y que ella estuviera lista y no me hiciera esperar me agradaba mucho.
Salió vestida con unos jeans y un suéter, muy casual para ir a caminar al centro, pero cuando salió dijo que prefería que fuéramos al parque porque ya era tarde y prefería que fuéramos otro día con más tiempo.
Estuve de acuerdo, porque yo odiaba ir al centro, no era bueno con las aglomeraciones de gente y los comerciantes ambulantes me estresaban y ponían de mal humor, así que agradecí que se hubiera arrepentido.
Caminamos por el parque tomados de la mano, nos sentamos en la misma banca que la vez anterior y hablamos de todo un poco, de libros, de música, de películas, de la vida y del motivo por el cual ella no había tenido hijos en su matrimonio.
Me sentí mal por ella, por lo que opté por cambiar la conversación, aunque parecía estar muy cómoda sin hijos, parecía no haberle afectado en nada no ser madre, lo tomaba como con cierto aire de indiferencia.
“Hoy por hoy creo que no haber tenido hijos, fue lo mejor que me pudo haber pasado”, dijo con una seguridad y una frialdad, que yo no sabía que pensar.
“Tengo un problema, creo que debemos irnos”.
“¿Por qué? ¿Tienes prisa?”.
“No es eso, es que… Tengo que ir al baño”, dije avergonzado, el aire estaba frío y mi vejiga necesitaba desahogarse.
Regresamos a su casa y me dijo que pasara para que usara el baño, entrar al baño en la casa de una mujer sola, podía parecer una estrategia muy trillada para ver hasta dónde se podía llegar con ella y aunque no lo había hecho por eso, pensé que era la oportunidad para saber si podía intimar con ella y hasta qué punto.
Entré al departamento y me sorprendí de su forma tan austera de vivir, no tenía muebles, solo su escritorio, una cama y un pequeño sofá.
Pero ella no se avergonzó, dijo que estaba empezando de cero porque no quería entablar ningún pleito con su esposo por cosas materiales.
Cuando salí del baño, me invitó un café y yo acepté, al parecer nuestra conexión estaba avanzando rápido.
Si ya había la confianza de tomar un café en su departamento estando a solas, podría pasar cualquier cosa entre nosotros.
Nos preparamos un café soluble, porque ella no tenía cafetera y nos sentamos en la terraza que daba a la calle.
“Se me antojó un cigarro”, dije sin pensar.
“¿Fumas?”, me preguntó, pero con un gesto divertido, no como si le molestara que tuviera ese vicio.
“No mucho, pero a veces se me antoja un cigarro, sobre todo por las noches”.
“Yo tengo cigarros, porque también se me antoja a veces”.
“Bueno, mientras solo sea un antojo…”.
Nos comenzamos a reír y sacó un cigarrillo para cada uno, acompañamos nuestro café con el humo del tabaco y nuestra conversación se volvió más íntima, ya no éramos solo amigos, también éramos una especie de cómplices.
…
No imaginé que enviarle a Adrián ese mensaje en el que le decía que si no me acompañaba al centro me iría sola fuera a funcionar para que viniera a verme.
Incluso llegué a pensar que ya no nos volveríamos a ver porque nuestras conversaciones por mensaje eran bastante irrelevantes.
Caminar en el parque tomados de la mano como adolescentes, era encantador, me gustaba mucho la forma en la que me trataba, la forma en la que me miraba cuando me hablaba, directamente a los ojos como queriendo meterse en mis pensamientos.
“¿Por qué me miras así? Parece que me estás analizando”, le dije y hasta podría jurar que me sonrojé porque intentaba sostenerle la mirada sin conseguirlo.
“Así es ‘mi chava’ te estoy analizando, no me digas que tú no me estás analizando a mí ¿De eso se tratan estas citas o no? Son para conocernos”.
“¿Mi chava? Hacía mucho tiempo que no escuchaba esa expresión”, me comencé a reír, esa expresión era común en mis tiempos de secundaria, pero hacía mucho que no escuchaba que alguien usara esa frase.
De pronto su mano ya estaba sobre mi rodilla, habíamos rebasado el límite de distancia corporal y yo sentía que me iba a besar en cualquier momento, pero no ocurrió.
Luego vino esa pregunta incómoda que no me esperaba pero que sabía que era un tema que en cualquier momento íbamos a tocar.
“¿Y por qué no tuviste hijos? Digo, si se puede saber”.
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