Amor verdadero
Capítulo 18

Capítulo 18:

“¿Por qué tus preguntas siempre tienen que ser tan complejas? ¡No lo sé carajo! No sé si es pregunta o es afirmación, lo único que sé es que desde que comencé a hablar con él, siento cosas que no sentía hacía mucho tiempo”.

“¿Y te gusta el hombre? O solo te gusta lo que te hace sentir. Debes tener muy en claro tus emociones Morelia, los sentimientos de un hombre no son un juego. Si en realidad estás enamorada te diría que lo tomes, que vivas ese amor. No obstante, si no lo estás, lo único que harás será lastimar a un hombre que no tiene la culpa de haberse cruzado en tu camino al momento de tus crisis existenciales”.

“Es que disfruto mucho hablar con él, un solo mensaje de buenos días, de buenas noches, alegra mi día por completo”.

“¿Y qué sientes cuando no te escribe?”.

“Siento ansiedad, una sensación de vacío, una necesidad que tengo de llenar ese hueco que se genera en mi interior”.

“¿Y tú crees que el amor debería sufrirse de esa manera?”.

“El amor debería traerme paz, tranquilidad, ilusión”.

“Entonces ahí tienes tu respuesta. Si ese hombre no te da esa paz que necesitas, entonces lo que sientes por él no es amor. Solo lo estás usando para llenar un vacío y a la larga, van a terminar sufriendo más, de lo que puedan ser felices”.

Después de la terapia, Manuel me invitó a comer, su esposo Santiago se unió a nosotros y ya en plan más amigos que psicólogo y paciente, le conté como fue que conocí a Adrián y lo poco convencional que había sido nuestra primera cita.

“¡Ay mi reina! A lo mejor es tu llama gemela”, dijo Santiago muy entusiasmado y Manuel lo miró con ojos fulminantes.

“¡No le metas esas ideas en la cabeza! Ya bastante trabajo me ha costado que comience a poner los pies sobre la tierra”, lo riñó Manuel por el comentario.

“Ay Santi, es que, si nos hubieras visto, te juro que no creerías que nos acabamos de conocer. La conversación entre nosotros fluye con mucha naturalidad, como si nos conociéramos de toda la vida. Es más, hasta siento que lo he visto en alguna otra parte”.

“¿Lo ves? Yo digo que si son llamas gemelas. Se conocieron por destino”.

Me comencé a reír y pensé que Santiago se entendería a la perfección con Peri, que también creía en esas ondas esotéricas y espirituales.

“No le hagas caso a Santiago y cuanto antes dale las gracias por participar y cierra ese vínculo antes de que alguien salga lastimado”, dijo Manuel tratando de ser el amigo maduro y razonable.

“Sí mi reina, dale las gracias por participar, pero primero dátelo, cómetelo, aunque sea una vez, no desaproveches la oportunidad. Total, los dos están solteros y bastante mayorcitos como para andar pidiendo permiso. Al cuerpo se le da lo que pida, no lo límites”.

Manuel se molestó con Santiago por sus comentarios y yo me moría de risa. No sabía cuándo iba a volver a ver a Adrián Morales, pero sin duda alguna, me lo pensaba comer antes de dejarlo escapar.

Me daba una curiosidad enorme hacer el amor con él, no solo porque me parecía bastante atractivo, sino porque me gustaba como me trataba, me encantaba su olor y el roce de su piel. Y sabía todo eso habiéndolo visto solo una vez en la vida.

Volví a casa por la tarde, terminé mi reseña y me preparé para salir a caminar. El parque al que había ido con Adrián era una buena opción para salir a estirar las piernas.

Me atreví a enviarle un mensaje para invitarlo a venir conmigo.

[Voy a ir a caminar al parque ¿Vienes?].

No tuve respuesta, supuse que estaba ocupado así que me resigné y salí a caminar yo sola.

Durante el trayecto al parque estaba pensando en lo que me había dicho Manuel, me provocaba una gran ansiedad que Adrián no me contestara el mensaje, en lugar de pensar que estaba ocupado, comenzaba a sentir que ya no quería hablar conmigo.

Mis inseguridades crecían y me atormentaban haciendo una película en mi mente. Una película que me mostraba los peores escenarios, en los que mi autoestima herida por José volvía a descender hasta el piso y yo tenía que recogerla para sacudirla y volver a colocarla en su sitio.

Esa noche no dormí otra vez, cada día desde que había llegado a ese apartamento me costaba conciliar el sueño.

Cientos de historias y de imágenes iban y venían en mi mente. José, su mujer y su feliz embarazo.

Adrián y sus ojos y su mirada penetrante y yo, insegura, insatisfecha con mi vida y abrazada a mi soledad.

Un mensaje de buenos días me regresó a la vida, se había convertido en una especie de droga. Tal como lo decían los psicólogos especialistas en relaciones de pareja.

Una pequeña dotación al día me estaba causando una tremenda adicción y tal como me lo había hecho ver Manuel en la sesión psicológica eso estaba muy lejos de ser amor verdadero.

Le contesté el saludo como si nada hubiera pasado, como si su falta de atención en no haberme contestado el día anterior no me importara nada, aunque en realidad me había dolido, había lastimado mi ego y me había quitado el sueño.

Esperaba que se disculpara por no haberme contestado, pero no lo hizo, de cualquier forma, su mensaje de buenos días me devolvió el ánimo que había perdido y, sobre todo, me di cuenta de en efecto, necesitaba esa terapia.

Necesitaba volver a confiar en mí misma, antes de meterme en una relación con alguien más.

No podía permitir que mis miedos y mis inseguridades me dominaran de esa forma. Adrián era una buena persona y yo no estaba lista para abrir mi corazón al amor.

Hacía ya dos días que había conocido a Morelia, entre los problemas de mi hijo, las discusiones con Karina sobre lo que tenía y no tenía que hacer Adrián y las recomendaciones de mi madre para no dejarme envolver por mi esposa me tenían vuelto loco.

Encima Mitzy me escribía todos los días y yo le contestaba solo por atención.

Ella me insistía en que volviéramos a vernos, pero yo no estaba seguro de querer volver a verla. Lo sucedido con ella todavía me causaba conflicto emocional y temía que se repitiera.

No podía seguir inventando excusas para no verla, así de decidí tomar el toro por los cuernos y verla una vez más para hablar con ella y decirle frente a frente que no quería formalizar una relación.

No se merecía que se lo dijera por mensaje, así que quedé con ella para ir a tomar un café.

Pase por Mitzy a su trabajo, me sorprendió con un obsequio, trabajaba en una tienda de artesanías y me regaló una taza para mi café.

Me sentí mal porque yo estaba ahí para decirle que ya no nos veríamos así que decidí solo aplazar la conversación.

Pasamos un rato muy agradable, solo conversando y compartiendo anécdotas sobre sus hijos y sobre los míos.

Tener con quién hablar sobre las controversias de la paternidad era agradable.

Mitzy no tenía buenas experiencias respecto al padre de sus hijos, ya que no se hacía responsable ni siquiera de la manutención de los pequeños y le había dejado a ella toda la responsabilidad.

Yo en cambio, había hecho hasta lo imposible para que a mis hijos no les faltara nada y, aun así, para mi mujer no había sido suficiente.

La llevé directo a su casa, aunque me di cuenta de que ella esperaba pasar por mi departamento, yo evité hacer comentarios al respecto. No quería herir susceptibilidades y preferí solo despedirme con beso en la mejilla.

Estaba a punto de subirme a la camioneta cuando ella me detuvo y me dio suave beso en los labios, yo solo le sonreí.

“¡Gracias por la taza!”, grité y me fui de prisa.

Quizá solo debería conservar su amistad, me caía bien.

Conversar con ella era bastante divertido. Me parecía una gran mujer, capaz de luchar por sacar adelante a sus hijos, sin la necesidad de un hombre que la mantuviera, era algo que yo valoraba mucho en una mujer, su capacidad de ser madre antes que cualquier cosa.

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