Capítulo 42:

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“Las indicaciones del médico fueron precisas, descanso”.

Mordió su labio inferior con nerviosismo.

“Recuerda, descanso”

Repitió sus palabras que ella memorizara esas palabras.

¡Tenía que descansar!

“No deseo ocasionar molestias, nunca nadie se había portado como lo hace usted”

Sus mejillas se ruborizaron.

“Es una buena persona”.

No pudo evitar sonreír ante su comentario.

“Parece que mis padres hicieron un buen trabajo conmigo”.

La joven sonrió al escuchar su comentario.

“¿Podemos desayunar abajo?”

Indagó sonriente.

“Solo si prometes que te recostaras después, los sillones son muy cómodos.”

Al llegar a la cocina, tomó asiento sobre uno de taburetes y se quedó pensativa.

“¿Tan mal se ve el desayuno?”

Bromeó Guillermo.

“No, no huele muy bien”

Contestó avergonzada y desvió su mirada hacia las blancas alacenas.

“¿Qué sucede?”

Le preguntó, mirándola a los ojos.

“No logro recordar lo que ocurrió aquella noche”

Explicó, sabiendo que aquella conversación había quedado pendiente.

No deseaba que tuviera una opinión errónea acerca de ella.

“Nos encontrábamos en una fiesta de su familia, me sentía muy aburrida. De pronto me sentí algo mareada, aturdida”.

Suspiró con pesar.

“Desperté por los gritos, llenos de rabia de mi esposo al encontrarme con su hermano”

Limpió un par de lágrimas sobre sus mejillas.

“Se agarraron a golpes y luego a mi… me echó de la casa, sin permitirme defenderme. Aunque, desde esa noche me he preguntado, ¿Qué le podría haber dicho?, si no tenía ningún argumento para hacerlo”.

Guillermo la vio a los ojos.

Fue como adentrarse en lo más recóndito de su alma.

Era tan nítida su mirada.

Se podía reflejar como si fuese un espejo.

“Te creo”

Expresó en ese momento se hizo consciente de que sus manos estaban atrapando las de ella, pudo soltarlas, pero no lo quiso hacer.

Aquel suave contacto, le generaba una sensación cálida, agradable.

“¿En verdad?”

Isabella preguntó con incredulidad.

“Viví tres años con mi esposo y no lo hizo, y a usted, que apenas los conozco, me dice que me cree, ¿Por qué?”

Cuestionó con incredulidad.

“Soy de las personas que creen que los ojos son el espejo del alma, en la tuya hay sinceridad y…, mucho dolor”

Acercó una de sus manos y limpió un par de lágrimas con la yema de sus dedos.

No pudo evitar llorar.

Esas palabras permearon en lo más profundo de su ser, provocándole alivio.

“¿Te sientes mejor?”

Preguntó Guillermo.

Después de un rato en el que no fue necesario decir nada.

“Sí, gracias”

Pronunció con sinceridad, ver que él le sonrió, ocasionó que ella correspondiera también.

“Eres hermosa”

No pudo evitar decírselo.

Isabella se estremeció al escucharlo, suspiró profundamente, lo más discreta que pudo.

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