Capítulo 36:

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“¡Cállate!”

Exclamó y lo abofeteó con todas sus fuerzas.

“No me puedes decir esto, a mí, no”

Espetó sintiendo como temblaba sus labios.

“Tú fuiste quien preguntó”

Respondió con la mano sobre su mejilla.

“Yo solo obedecí y contesté a tu interrogatorio”.

La gélida mirada de Victoria lo fulminó.

“Deja de buscarla”

Ordenó.

“Yo solo deseo mantenerla vigilada, para evitar pueda hacer algo en nuestra contra. No debes subestimar a nadie, no hay enemigo pequeño, en esta vida, cualquiera puede llegar de sorpresa y tragarte como un tiburón al acecho”.

Mason carcajeó.

“Pero no Isabella”

Aseguró.

“Para lo único que vivía era para atender al retrasado de tu hijo, no tenía ojos para nadie más. No olvides la manera en la que la echó mi hermano a la calle, ni zapatos tenía, ¿Que podría ser de ella?”

Muerta.

Probablemente estaba muerta, pero no quería decir esas palabras.

“No lo sé, ni me importa, lo único que me interesa es tenerla lejos, de Oliver y ahora de ti”

Lo señaló con su dedo índice.

“Espero que esté muerta y enterrada, eso me haría estar tranquila”.

‘Si supieras que tuvo una hija y que puede ser mía o de Oliver, seguro que la que terminaría tres metros bajo tierra, serías tú’

Comenzó a reír ante sus pensamientos y volvió a sentarse para seguir comiéndose su panecillo glaseado, disfrutando de ver a su madre colérica.

Con las manos temblorosas, Isabella abrió la puerta del humilde cuarto en el que vivía, pues Guillermo estaba detrás de ella, para ayudarla a llevarse sus cosas.

Se sentía avergonzada.

Tenía vergüenza de que se diera cuenta, que prácticamente no tenía nada.

“Pase por favor”

Solicitó con voz temblorosa.

Pena.

Al ingresar al pequeño cuarto donde vivía, inhaló un agradable aroma, en el interior, señal de limpieza, sonrió.

“Tome asiento”

La joven sujetó la sencilla silla de madera que tenía.

“Gracias”

Contestó evitando que la fuera a cargar ella.

Sonrió al ver una fotografía sobre la cómoda de la pequeña María, jugando en el parque.

Fue inevitable no ver las carencias en las que vivían Isabella y su hija.

Su corazón dolió, el lugar era muy pequeño, tenían muy pocas pertenencias.

“Estoy lista”.

Isabella lo sacó de sus pensamientos.

De inmediato se puso de pie y tomó la maleta que tenía en el piso.

Sus pupilas se dilataron al ver su larga cabellera rizada y suelta cayendo sobre su espalda como una cascada.

En verdad era una mujer hermosa.

¿Qué le ocurría?

¿Por qué se sentía tan… raro?

El camino fue en completo silencio.

Guillermo quien se sentó en el lugar del copiloto tuvo que contestar algunos mensajes, mientras Isabella por su parte, se dedicó a ver hacia la ciudad.

Sus manos sudaban ante la idea de que iban pasar unos días en casa de su nuevo jefe.

Al llegar al edificio de grandes ventanales, Bruno esperó a que la puerta del estacionamiento subterráneo se abriera.

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