Capítulo 25:

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“Solo es cuestión de papeleo”

Manifestó y le entregó un par de recetas con las indicaciones médicas.

“Aconsejaría que descanses lo más posible”.

No respondió nada, pues sabía que no podía darse ese lujo.

Momentos más tarde se cambió de ropa y tomó entre sus brazos a su hija.

Le sonrió y le tendió la mano.

“No dudes en llamarme, si requieres algo”

Dijo Guillermo.

“No creo que sea necesario”

Contestó ella, correspondiendo con su mano, para despedirse.

No quería endeudarse más.

La bola de nieve cada vez se hacía más grande y ahora mismo su prioridad…

Era el trabajo.

Estuvo a punto de suspirar al sentir la textura de su piel.

Era tan cálida y grande.

Le dio un ligero apretón, y la miró a los ojos.

“Tengo que irme, pero mi chofer las llevará a donde le indiquen, no dudes llamar, no importa la hora que sea”

Insistió y antes de retirarse deslizó sus dedos sobre el rostro de María y luego se fue.

La joven tomó la bolsa con los medicamentos y siguió al chofer de Guillermo, quien la llevó hasta la humilde vivienda en la que vivía.

Sentada sobre la cama, Emma limpió las lágrimas de sus ojos.

Su pecho ardía al no poder dejar de pensar que Oliver seguía pensando en su ex esposa.

Era tan humillante.

Le bastó a Oliver verla un par de veces, para que en poco tiempo despertara interés en ella y dejara a Emma a escasos meses de su boda.

Completamente devastada, se tuvo que mudar de ciudad, para poner distancia entre ellos, además que su padre rompió toda relación de negocios con ellos.

Aquel suceso, le había golpeado tan profundamente, que ya no pudo volver a ser la misma, aquella joven que no paraba de reír y de disfrutar saliendo a bailar, algo que gozaba, no por nada sus amigos le decían el alma de la fiesta.

No podía sacar de su mente, aquel momento en la que Oliver, le hacía el amor, la forma en la que la tocaba, en la que la miraba.

Era tan distinta a las veces anteriores.

Fue un momento tan único, tan especial, se sentía como si estuviese flotando en una nube de algodón.

Presionó con fuerza sus labios, para no romperse, pues aún escuchaba en voz de su novio, el nombre de Isabella, rompiendo la magia del momento.

¿Qué tengo que hacer para que me ames?

La pregunta dolió aún más, se acercó al espejo dejando caer el camisón de seda que llevaba puesto, con su mirada recorrió su cuerpo.

¿Qué tiene ella, que no tengo yo?

Sus manos temblaron al tocar su v!entre, gruesas lágrimas cayeron al suelo, sabiendo que había llegado el momento de utilizar el último recurso para tener un lazo indestructible entre ellos.

En ese instante la puerta se abrió, los labios de Emma se abrieron al verlo tambalearse, pues después de la discusión que tuvieron, Oliver se salió y no regresó en toda la noche.

Separó los labios al ver que tropezaba con la esponjosa alfombra gris.

“¡Estás borracho!”

Exclamó con decepción, pues le había prometido que no volvería a beber.

Él negó con la cabeza.

“Bebí solo un poquito”

Expresó fijando su atención en la desnudez de su cuerpo.

Pero era mentira.

El olor de su cuerpo decía otra cosa muy distinta.

¿Por qué estaba en ese estado?

“Vine a hacer las paces contigo”

Dijo en voz baja.

“A pesar de lo que te hice, volviste a mi lado, el día que esa me traicionó, te quedaste y me demostraste lo mucho que me amas”.

Se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos.

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