Capítulo 185:

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El poco dinero que había ahorrado, se acabó comprando comida únicamente para María.

No dejaba de buscar trabajo, en lugares pequeños, poco conocidos, para no llamar la atención.

Mientras caminaban por la calle, escuchó que el estómago de su pequeña hija clamaba por alimento.

Tuvo que morder con fuerza sus labios para no llorar de la desesperación por no tener la forma de comprar nada.

Inhaló profundo y caminó hacia un hombre que se veía de clase media por el vestir.

“Disculpe que lo moleste”

Pronunció tragándose la vergüenza que sentía, podía percibir sus mejillas arder, jamás imaginó tener que llegar a pedir limosna.

¡Jamás!

Sin detenerse, el hombre giró a verlas de abajo hacia arriba con desconfianza.

“Deseo pedirle encarecidamente una moneda, que no afecte en su bolsillo, estoy desesperada”.

El sujeto rodó los ojos y negó con la cabeza.

“Por eso la sociedad, está como está, por personas como tú que creen que es mejor vivir de la caridad, que trabajar como la gente decente, ¡Mugrosas!”

Bramó y siguió su caminata.

“¿Por qué nos dijo esas cosas tan feas?”

María sollozó.

“Es porque tiene un corazón duro, pero no te preocupes, ya encontraremos gente bondadosa”.

Besó su mejilla, intentando darle aliento, uno que empezaba a perder.

Continuaron solicitando ayuda, tristemente, ni las volteaban a ver, sin saber en donde andaba, se asustó, no ubicaba aquellos apartamentos de ladrillo rojo, además que sentía las miradas de desconfianza de las personas que andaban por ahí, por lo que prefirió intentar salir de ahí, hasta que sus ojos se toparon con un letrero, que le cambió la vida.

“Ven hija”.

Tiró de su mano e ingresó a lo que era un comedor comunitario.

Sonrió al ver que repartían el almuerzo.

“Vas a comer, cariño”.

Su mirada se llenó de lágrimas.

Mientras tanto en otro lugar…

Al regresar de la terapia de rehabilitación, Guillermo se encontró en la sala, charlando con su madre y uno de sus mejores amigos, Henry, quien al verlo caminar por su propio pie, esbozó una sonrisa sincera y se dirigió a darle un abrazo.

“Me alegra tanto verte tan repuesto y que ya te encuentres en casa, bienvenido”

Manifestó.

“Gracias, te debo la vida”

Pronunció con emotividad.

“Y la de… mi hijo”.

Ambos se acercaron al pequeño, quien estaba profundamente dormido en uno de los sillones.

“De no ser por ti, ambos hubiéramos muerto”.

Expreso con honestidad.

“No me debes nada, ya has hecho mucho por mí también”

Ladeó los labios esbozando una ligera sonrisa.

“Ahora que estoy más fortalecido, necesito saber qué pasó con mi mujer y mi hija”

Pronunció con un picor en su garganta.

“Tengo que encontrarlas, la incertidumbre de no saber cómo están, me está matando”.

Tocó el hombro de su amigo y luego sonrió.

“Encontré una persona que asegura haberlas visto huir de todo aquello, afirma que subieron a uno de los autobuses que pusieron para ayudar a las personas”.

La mirada de Guillermo se iluminó.

Eso confirmaba su corazonada.

¡Estaban vivas!

No sabía cómo, pero lo sentía, además que…

Sabía que las encontraría.

Solo tenía que esforzarse.

Con un poco más de esfuerzo podría estar otra vez con ellas.

Podía ser feliz una vez más.

Podría… abrazar a Isabella.

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