Capítulo 184:

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Nueva York, Estados Unidos.

Isabella frunció el ceño al llegar a la cafetería donde trabajaba al ver que se encontraba cerrada, pues a esa hora, solía estar abierta, al ver que llegaba Macarena se acercó a ella.

“¿Te quedaste dormida?”

Indagó, observando a varias personas esperar para tomar café.

La chica inclinó su oscurecida mirada, y sollozó.

“¿Qué ocurre?”

Indagó Isabella colocando sus manos sobre el hombro de la chica, intentando reconfortarla.

“Mi mamá vendió el lugar”

Contestó llorando.

“Ya no habrá café, para nadie más”

Manifestó llena de tristeza.

“Y no solo eso, nos dejó sin trabajo, lo lamento Isabella, lo lamento mucho, ya no hay nada más que hacer aquí. No puedo ayudarlas más”.

Isabella presionó la manita de María.

Su pecho dolió.

Se estaban quedando sin lo único seguro que tenía.

¿Qué sería de ellas?

Se preguntó asustada.

Por temor a exponer a su hija al estar en la calle, se despidieron con gran tristeza de Macarena, al ya no tener trabajo.

Debía pensar en lo que harían, por lo que caminaron sin rumbo fijo, sabía que era tiempo de moverse de lugar, y de albergue en donde refugiarse, esperaba poder encontrar uno mejor que en el que estaban.

“Ilumíname mi amor, no sé por dónde seguir”

Manifestó con nostalgia.

“En día como esos, lo extrañaba como nunca”

Hizo una pausa.

“No imaginas cuanto daría por estar entre tus brazos y verte sonreír”.

“Mami”.

María tiró de su mano y elevó su rostro, llevaban mucho tiempo caminando, se sentía agotada.

“¿Qué sucede cariño?”

“Me duelen mucho los pies, y estoy cansada”.

Presionó los labios en una fina línea, entonces hizo un puchero.

Su corazón se arrugó como si de un papel se tratara, se inclinó y la abrazó.

“Perdóname mi vida, no me di cuenta de todo lo que hemos caminado”

Pronunció con la voz temblorosa.

Buscó en la pequeña bolsita que llevaba y sacó un par de monedas.

“Vamos a comprar algo para que comas algo”.

Tomaron unas galletas y un bote de leche.

“¿No vas a llevar nada?”

María elevó su mirada al ver que su mamá no tomaba nada de las estanterías de la tienda.

“No tengo apetito”.

Guiñó un ojo, sabiendo que debía priorizar todo para su pequeña.

Ambas se sentaron sobre la banca de un parque.

Entonces María tomó dos de sus galletas y las colocó sobre la mano de su mamá.

“Tampoco tengo mucha hambre”.

La miró con ternura.

“Te voy a compartir, también de la leche”.

Agitó la cajita.

Isabella acunó con sus manos el rostro de su pequeña hija, el único motivo por el que seguía con su vida.

Solo se tenían la una a la otra.

“Gracias por ser tan considerada”

Mencionó con una sonrisa.

“No quiero perderte a ti tampoco”

Pronunció y de inmediato su mirada se tornó acuosa.

“No me vas a perder, te lo prometo”

Respondió abrazándola con fuerza.

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