Capítulo 119:

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“Solo hago lo que me enseñaron en casa. ¿Acaso ya te olvidaste la aventura de mamá con el Tío Bob?”

Cuestionó.

“¿Que me dices de todas las mujeres con las que papá se revolcó? ¿Acaso les creías que eran clientas a las que estaba asesorando en sus divorcios en horas no adecuadas?”

Se mofó.

El labio de Victoria tuvo un tic nervioso al escuchar hablar a su hijo de esa forma en su presencia.

“¡Cállate!”

La atención de Oliver se fijó en el líquido color ambarino de una hermosa botella de cristal que adornaba una de las mesas de esquina.

De inmediato la boca se le secó, deseando tomarla de golpe, pero después de aquella terrible noche, juró que no volvería a hacerlo.

Deseaba poner orden en su vida.

“No soy ningún estúpido, claro que lo sabía, pero no es de ellos de quien estamos hablando, sino de que sabías que la amaba, y no te importó en lo más mínimo, no vales nada”.

“Si tanto amabas a Isabella, ¿Por qué no la cuidaste?”

Mason lo recriminó con voz hostil.

Ya estaba harto de verlo hacerse siempre la víctima y no hacer nada.

Se sentía como si fuese un implacable fiscal enjuiciándolo, buscando encontrarlo culpable y refundirlo en la cárcel.

Una cárcel donde jamás volvería a ver la luz del sol y por supuesto, él tomaría ventaja como siempre.

Al ver que no respondía sacó su móvil, para enviar un mensaje de texto.

Se escuchaba en el pequeño espacio improvisado como una pista de baile en un exclusivo restaurante.

La calidez de las luces robóticas, apuntaban hacia la pareja que bailaba su primera pieza como esposos.

Las grandes manos de Guillermo, sujetaban como firmes grilletes la cintura de Isabella.

Sus pupilas estaban dilatadas, ante la belleza de su ahora esposa.

Se sentía embelesado, completamente cautivado por ella.

Desde el día en el que la vio por primera vez en el hospital, algo lo atrajo, por eso se había empeñado tanto en protegerla.

No lo podía negar, la nitidez en su mirada, además que poseía una extraña mezcla de dulzura, fortaleza, pero también profundo dolor.

Sus ojos que le hacían desear saber más de ella.

“Es increíble como puedes hablar directamente a mi corazón, sin decir una palabra puedes iluminar la oscuridad. Lo intentaré, nunca podré explicar lo que oigo sin que digas nada”

Susurró Guillermo muy cerca de su oído, provocando que la piel de Isabella se erizara.

Sonrió y lo miró a los ojos con la mirada iluminada.

“Nunca cambies”

Suplicó con emotividad al escucharlo cantar.

Era un hombre con tantas cualidades, que sobrepasan los posibles defectos que pudiera tener, pero que ella aún no veía, y no deseaba hacerlo, pareciese que vivía en un cuento de hadas y no deseaba salir de aquella hermosa historia de amor.

Ambos unieron sus labios y prosiguieron bailando, y disfrutando de aquel momento.

Todos los invitados sonreían observando aquel momento tan emotivo.

Melisa desde donde estaba sentada en compañía de su familia y María, limpió un par de lágrimas emocionada por ellos.

Tomó su móvil al recibir un mensaje y leerlo:

[¿Nos podemos ver? Me muero por tenerte entre mis brazos y recorrer cada centímetro de deliciosa piel].

Inhaló profundo, su mirada se llenó de un atisbo de nostalgia.

[Lo lamento, no estoy en la ciudad. Tuve que salir de viaje].

[¿Y eso?, no me comentaste nada]

[Mi hermano se alocó y se casó hace un momento, estamos en su boda].

Silencio…

Los recién casados no pudieron permanecer mucho tiempo en aquella reunión, morían de ganas de estar a solas.

Por fortuna María había aceptado quedarse a dormir con los padres de él, por lo que tendrían la noche, solo para ellos, como tanto anhelaban.

Una flamante limusina lo esperaba al salir del restaurante.

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