Capítulo 118:

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Sentía una emoción que lo sobrepasaba, pues para él también era la primera vez que se juraría amor eterno, frente a los cielos.

En cuanto la tuvo frente a él, la tomó de las manos y depositó un tierno beso en ella.

“Nada ni nadie podrá separarnos”

Expresó sintiendo que su pecho ardía con frenesí.

El ocaso comenzó a caer.

Podían observar desde donde se encontraban el sol en el horizonte empezando a ocultarse.

El cielo se tiñó de distintas tonalidades entre naranjas rojos y amarillos, regalándoles un escenario perfecto, para el momento tan especial, que vivían.

Tomados de la mano, frente al mar y acompañado por los pocos amigos que Guillermo tenía, además de sus padres y su hermana, quienes viajaron para presenciar ese momento, en la que la pareja unía sus vidas, en una boda sencilla, pero llena de amor, con el mar como testigo.

Las manos de Isabella temblaban, parecía un sueño del que no quería despertar.

Su corazón estaba henchido de felicidad, disfrutando de las palabras que el sacerdote decía, buscando guiar el nuevo camino que estaban por comenzar juntos.

Presionaron de sus manos con firmeza, al escuchar las última frase del padre:

“Los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia”.

Con delicadeza acunó con sus grandes manos, el rostro de su ahora esposa y se flexionó un poco para llegar hasta la suavidad de sus carnosos labios, depositando una suave caricia.

El aroma a sal de la brisa, se coló en sus fosas nasales, además que el sonido de las olas, armonizaba aquel momento tan especial para ellos.

Sonrieron al escuchar los aplausos de sus invitados.

Ambos se inclinaron al ver a María correr hacia ellos y abrazarlos con una dulce sonrisa.

“¿Vamos a tener una fiesta?”

Preguntó con emoción.

“Por supuesto”

Respondió Guillermo.

“No hubo tiempo de planear una gran recepción…, pero tengo un buen amigo, es dueño de centros comerciales, y una importante cadena de restaurantes, por lo que celebraremos en uno de sus negocios”

Manifestó acercándose con su familia hacia sus invitados, para recibir las felicitaciones.

“No dejas de asombrarme”

Isabella se ancló a su cuello y besó sus labios.

“Correspondo al amor que me das, agradezco que a pesar de lo que has vivido, confiaste en mí, y te esfuerzas por superarte, por ser una buena mamá para María, y una compañera amorosa para mí”.

Besó su frente.

“Es momento de irnos a celebrar”

Limpió su acuosa mirada y entrelazó los dedos a su esposo, para disfrutar de la velada que habían preparado, además que deseaba poder tener un círculo social y disfrutar más de la plenitud en la que se encontraban.

Nueva York.

Oliver permaneció parado sin decir una sola palabra, luego de escuchar aquella conversación.

Ver cómo le brillaba la mirada a su madre al ver a Mason, le dolió, era evidente que se sentía muy orgulloso de él.

Muy en el fondo sabía que lo que decía era cierto

Era un perdedor.

Un absoluto perdedor.

Cada día se sentía peor.

Más hundido.

Solo tenía ganas de desaparecer del mundo.

Arrugó el ceño al escuchar que estaba planeando una venganza en contra de Guillermo.

¿Acaso planeaba algo en contra de Isabella o la niña?

La duda hizo que percibiera un pinchazo en el pecho.

Era capaz de todo, lo sabía bien.

“Isabella era mi mujer”

Refutó haciendo que ambos notaran su presencia.

“Debiste respetarla”

Reclamó furioso.

Mason carcajeó.

No podía creer que estaba escuchando esas palabras.

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