Ámame maldito CEO
Capítulo 86

Capítulo 86: 

Merybeth abrió los ojos, y observó a su lado a Sean Hyland, dormido.

Él sostenía su mano.

Ella estaba bocabajo, se levantó y lo recordó todo.

Unas lágrimas de tristeza corrieron por su rostro.

Él era su salvador, y sonrió con dolor al recordar la forma en que había llegado en su peor momento.

Ella se levantó y se sentó justo en la orilla de la cama, recordó a su madre, y todos sus insultos.

‘Ella de verdad me odia, me aborrece, ¿Por qué me dio la vida? No puedo entender, ¿Cómo una madre no puede amar a su hija? ¿Cómo puede amarme alguien, cuando mi propia madre me odia?’

Ella se levantó y se miró al espejo.

Tenía puesto solo su camisón.

Cuando pensó en la forma en que se lo había puesto, recordó que ayer se quedó tan dormida con su vestido, pero alguien de seguro la había cambiado de ropa.

Pensó en Sean Hyland.

Sus manos… desnudándolas.

Respiró profundo

Sintió algo de calor.

¿Acaso él no la había visto antes desnuda?

‘Me ha visto más vulnerable que desnuda, nadie nunca me vio tan destruida como él, ni siquiera Joe, ¿Qué debe pensar de mí? ¿Sentirá compasión?’

Esos pensamientos la hacían sentir mal.

Bajó los tirantes del camisón.

Sus pechos quedaron a la vista, pero ella giró su cuerpo quería ver su espalda, y pudo ver aquellas marcas de los golpes que su madre le dio.

Las lágrimas corrieron por su rostro, quiso evitar un sollozó, pero escapó de sus labios.

Sean abrió los ojos al oírlo.

Tenía un sueño demasiado ligero, y se levantó acercándose a ella.

“Merybeth…”

Ella agachó la mirada limpiando sus lágrimas y atinó a vestirse con rapidez.

“No me pasa nada, estoy bien”.

Los ojos de Sean la miraban con una mueca compasiva.

Ella odió su mirada.

“¡No me veas así!”

Exclamó enojada.

“¿Así como?”

Exclamó atónito ante la rudeza de sus palabras.

“Con lástima, no necesito tu lástima, Sean Hyland he vivido toda mi vida despreciada por quienes debieron amarme, pero, mírame, no por eso soy una amargada como tú”.

Él se acercó y la tomó de los hombros.

“No siento lástima por ti, créeme, Merybeth alguna vez, no fui tan fuerte, tan arrogante o amargado como ahora, alguna vez en la vida, también fui un hombre víctima de muchas injusticias”.

Ella le miró incrédula.

“¡Será en otra vida! Porque ayer te enfrentaste a mi familia, como si fueras un depredador que los comería vivos”.

Él sonrió

“Odio las injusticias, odio cuando les hacen daño a personas inocentes, y yo nunca dejaré que algo así te pase”.

“Creía que tenías corazón de piedra”.

Estaban cerca.

Él admiró su rostro, limpió sus lágrimas con suavidad.

“Sí, tengo una roca en el pecho, y debajo está mi corazón, así deberían actuar todos, y tal vez, los corazones no estarían rotos”.

“Nada duele como un corazón roto, ¿Verdad?”

Él sonrió.

De pronto besó su frente.

Fue una dulce caricia que la sorprendió

“Ven, vamos a bañarte”.

Ella sintió su mano tomando la suya con suavidad.

De pronto, solo lo siguió.

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