Ámame maldito CEO -
Capítulo 336
Capítulo 336:
El doctor pudo observar su angustia.
“Si, señor, Joe es un caso excepcional en esta enfermedad, jamás vimos avanzar tan rápido este padecimiento en un joven de su edad, si usted es familiar directo de sangre, debe hacerse un estudio para descartar que pueda heredar la enfermedad”.
“Somos medios hermanos, sé que, un familiar de su madre, padeció de esclerosis múltiple, de todos modos, me haré cualquier estudio”.
“Sígame, hagámoslo cuánto antes”.
Sean lanzó un suspiro y lo siguió.
Luego Sean fue a ver a Joe, al entrar, lo vio dormido.
La enfermera él dijo que lo habían sedado.
“Tuvo un ataque fuerte de pánico, cuando sintió que no podía controlar sus extremidades, estaba haciendo que su presión arterial subiera, y con su corazón enfermo es peligroso, decidimos sedarlo”.
Sean asintió.
“¿Cuándo despertará?”
“No creo que lo haga por ahora, quizás por la noche”.
Sean a asintió.
Lo vio así, tan frágil, no parecía el Joe que él conocía, no parecía su hermano, sino un hombre débil, se veía tan pálido, y sintió que su corazón se empequeñecía al verlo tan mal.
Decidió irse.
Merybeth estaba en casa, cuando escuchó que abrieron la puerta.
Ella corrió tan rápido como pudo.
“¡Sean! ¿Dónde has estado? No me has respondido ninguna llamada, ¿Qué es lo que pasa?”, exclamó confusa.
Sean tenía el rostro severo, firme.
“Estaba con Joe”.
“¿Con Joe? ¿Pasó algo con él, o con Regina?”
“Estuvimos platicando sobre nosotros, sobre la familia, hicimos las paces, pensamos sobre la vida, y llegamos a la conclusión de que somos todo lo que queda de nuestra familia”.
Merybeth se acercó a él.
“A ver, cuéntame, siéntate”.
“No, Merybeth, esto será rápido, es algo que decidí”.
“¿Decidiste? Sin decirme a mí, ¿Qué es?”, exclamó con intriga y recelo.
“No puedo estar con…”
Sean tragó saliva.
Sintió que las palabras se atoraban en su garganta.
Aclaró su voz y habló.
No podía ni sostener su mirada.
“No puedo estar con la mujer que mi hermano ama, eso es… traición”.
“¿De qué demonios estás hablando?”, exclamó perpleja al escuchar sus palabra.
“Quiero el divorcio, Merybeth”.
Ella abrió ojos enormes.
Dio un traspié, y le miró incrédula de sus palabras.
La mirada de Merybeth estaba derribándolo.
Sean sintió que la muerte sería mejor que estar ahí, de pie, frente a ella, mirando sus bellos ojos que le hablaban de dolor, provocado por su causa.
Merybeth dio un paso atrás.
Era como si fuera autómata.
Había una perplejidad en su rostro.
Ella no podía creer en lo que sus palabras dijeron hace solo un momento.
Eso debía ser ¡Imposible!
¿El divorcio?
¡Jamás!
Debía ser una broma, y luego comenzó a reír, entre su desconcierto.
Su risa provocó un miedo más grande en Sean, que le miró aturdido.
“¡¿Es una maldita broma?! ¿Piensas que eres gracioso, Sean Hyland? ¡No lo eres! De payaso te mueres de hambre, lo juro”, sentenció
‘¡Oh, no! ¿Ella cree que bromeó?’
Para Sean suponer eso fue peor.
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