Ámame maldito CEO
Capítulo 329

Capítulo 329: 

“¡Oficialmente, soy el nuevo socio de Hyland y asociados!”, exclamó alegre.

Lynda lo observó y sonrió.

Estaba feliz por él.

“Felicidades, Señor Grant, me alegro por usted”.

Edward la miró.

“No lo hubiese logrado sin ti, Lynda, gracias”.

ÉI se acercó a ella, y Lynda se levantó.

Sintió su abrazó y se tensó al instante.

Cuando Edward rompió el abrazo, sus miradas se encontraron.

Hubo un momento en que ella pensó que él deseaba besarla, pero dudó, y se alejó.

“Bueno, volvamos al trabajo”, dijo él.

Cuando Maggie Presley llegó Edward se acercó a ella.

“Maggie, hoy estoy celebrando que seré el nuevo socio de tu familia, seré socio de Hyland y Asociades. En honor a eso, te invito a salir conmigo, ¿Aceptas?”

Maggie le miró nerviosa, y volteó a ver a Lynda de reojo; pero ella solo hundió la mirada.

“Sí, claro que sí, señor”.

Edward sonrió y volvió a su oficina.

Maggie corrió a acercarse a Lynda.

“Lynda, no puedo mentir más, no soy una Hyland, debemos decirle la verdad”.

Lynda respiró angustiada.

“Está bien, avísame a qué restaurante irán, y ahí estaré para enfrentar mis culpas”, aseveró.

Mientras tanto en otro lugar…

Joe dio un paso atrás y miró a Sean.

Casi instintivamente tragó saliva.

Estaba nervioso.

ÉI se negaba a hablar.

“No sé de qué hablas, ¿Quién te dijo semejantes tonterías?”

“Fue tu madre, y deja de negarlo, por favor, quiero la verdad, tengo derecho”.

“¿Derecho? Sean, no puedes creer en la palabra de esa mujer, ella es una asesina”.

“Joe, no creo que ella haya mentido, lo vi en su rostro, ¡No mintió! Debes decirme la verdad, ¿Todo lo hiciste por Merybeth? Tengo derecho a saberlo, ¡Eres mi hermano! Nunca quise hacer esta guerra y lastimarte”.

Joe bajó la mirada.

Luego tomó asiento, y sus manos tocaron su rostro con desesperación.

“No digas que no querías esta guerra, ambos sabemos que sí, era tu venganza perfecta, lo merecíamos, no lo negaré, me alegro de que al final, los culpables estén en prisión”, explicó el con cierto tono lleno de remordimiento.

“Joe, quiero saberlo”.

ÉI lanzó un suspiro.

“¿Para qué?”

“¡Maldita sea! Si no me lo dices, lo averiguaré por mi cuenta, iré a cada hospital de Genesee, sobornaré a los doctores, haré lo que sea”, insistió molesto.

“¡Basta!” exclamó Joe.

Luego miró sus ojos fijamente.

“¿Quieres saberlo todo? Bien, siéntate, te contaré la triste historia”.

Sean sintió que su corazón latía demasiado fuerte.

Se sentó y lo miró, esperando que hablara.

“Tengo una enfermedad degenerativa, llamada ataxia cerebelosa, es grave, es muy grave y es incurable. Podría tardar tiempo en que los síntomas me condenen, pero, hemos descubierto un gen en mí, que acelera el proceso, mi corazón está muy mal, me queda poco tiempo de vida”, explico con tristeza.

Sean abrió los ojos enormes, sintió un nudo apresar su garganta.

“¡Espera! ¡Espera! Debe haber una cura, o una forma de revertir los síntomas, debe haber una forma en que mejores, siempre la hay”.

“No, Sean, no la hay, ¿Crees que no he buscado una solución? Es mejor aceptar el destino, que vivir en esa utopía, estoy tan cansado”.

Los ojos de Joe se volvieron llorosos.

Sean hundió la mirada.

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