Ámame maldito CEO -
Capítulo 310
Capítulo 310:
Sean asintió.
“Bueno, pero hoy no, hoy durmamos”
ÉI sonrió y la abrazó para dormir con su amada.
Joe corrió a los jardines, la lluvia caía, empapando su cuerpo, se dobló, sollozando, suplicando, estaba destrozado.
Regina que lo miró tan mal corrió a él, alcanzándolo.
“¡Hijo! ¡Dios mío! Dime ¿Qué te pasa?” exclamó.
Joe miró su rostro.
Ella lo vio devastado, acunó su rostro y lo abrazó.
“Estoy roto, madre, estoy tan solo”.
“¡No digas eso, estoy aquí!”
“Tú solo estás por el dinero, eso es lo único importante en tu vida”.
“¡No! Joe, tú eres lo más importante en mi vida”.
“Madre, he sufrido sin ti, estos meses, he sufrido, he llorado, he amado en silencio, ¿Dónde estabas?”
Joe suspiró.
“Estabas perdida, intentando robar lo que es de mi hermano, haciendo una guerra que acabó con todo. Mírate, ni siquiera te reconozco, no sé si eres está, o te convertiste en ella”.
“¡Joe!”
“Perdí todo, madre, y yo quería perderlo, pero, olvidé que dolería tanto”.
Regina lo abrazó con todas sus fuerzas.
“¡Estoy aquí, hijo! No perderás nada, Merybeth te ama, yo te cuidaré”.
“Merybeth ama a Sean, la perdí, era lo que quería, lo conseguí, logré que Merybeth me olvidará tanto, que nunca sufrirá mi ausencia”.
“No, hijo”.
“Voy a morir, madre”.
Regina le miró incrédula.
Estaba asustada.
“No, hijo, nadie muere de amor, esto pasará…”
“Padezco una enfermedad rara… ataxia cerebelosa degenerativa, aunque intenté los últimos meses buscar una cura, es inútil, hay algo en mí, en mis genes, en mi cuerpo que, hace que la enfermedad avance a pasos gigantes, y mi corazón está mal, tengo una miocardiopatía desarrollada por lo mismo, esto solo va a empeorar, hasta mi final”.
“Pero… espera… ¡No!”, exclamó Regina, sintiendo que su corazón estaba a punto de salir por su boca.
Un miedo la controló.
“No, hijo, no es posible”
“Sí lo es, es un gen de la familia materna, madre, por eso mi tío tenía esa enfermedad, y ahora me toca a mí”.
“¡No, Joe! ¡Qué injusto!”
“Por eso alejé a Merybeth de mí, no iba a condenarla a esta vida, ella merecía algo mejor”.
“¡Joe! Tú la amas, siempre la amaste, hijo, no debiste…”
“¿Y qué? ¿Debía condenarla a vivir conmigo, a vivir esto? No, madre, ella nunca lo sabrá, nunca sabrá que la amo tanto, que quiero que sea feliz, aunque no sea conmigo”.
Regina lo abrazo.
“¡Ay, hijo!”
‘Es mi castigo, ¡Los cielos me castigan! ¿Por qué no te ensañas conmigo, pero, no con ni hijo’, pensó la mujer desesperada.
“No llores, madre, acéptalo, tu hijo se irá, tú tendrás el dinero, poco o mucho, que dejó mi padre, eso te servirá para vivir con dignidad por el resto de tu vida”.
“No, ¡Joe! No, hijo, solo quiero que tú te cures, que tú seas feliz, yo haré todo para que seas feliz, hijo”.
Joe negó.
Estaba agotado.
…
Sean y Merybeth bajaron para ir a trabajar, decidieron desayunar con Orson y con Jane en su casa, estaban por irse, pero Merybeth vio a Arabella fregando los pisos del gran salón.
Ella sonrió, y cuando una empleada pasó ofreciéndoles jugo de naranja, tomó un vaso.
Luego caminó a la habitación.
Sean la siguió, intuyó que algo haría.
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