Ámame maldito CEO
Capítulo 270

Capítulo 270: 

“¿Si supiera la verdad lamentaría lo que me hizo? ¿Qué más da? Ella está con él…. Con mi hermano”

Joe soltó un suspiro.

“Ella es su mujer, la que amo y deseo todos los días y noches, ahora es mi peor pecado; Merybeth, Sean, han roto mi corazón, han hecho que mis últimos momentos sean el peor castigo, ¿Acaso merezco tanto dolor? ¿Cubrí tus cielos azules, de colores grises, Merybeth? Pero, dime, incluso en mi peor momento, ¿Merecía este infierno?”

Joe cayó de rodillas, sobre el suelo, fue inconsciente, como un reflejo de sus propios músculos, dolió como una herida, y rompió en un triste llanto.

Mientras tanto en otro lugar…

Sean abrió aquella alcoba.

Era una enorme habitación dividida en dos.

AI fondo estaba la cama, y al entrar una pequeña sala de estar, con vista al balcón, Merybeth la observó y se quedó perpleja.

“¡Es hermosa!”

“Aquí dormía el abuelo Metín con la abuela, cuando ella vivía, luego de su muerte, él no permitió que nadie durmiera aquí, ahora será nuestra habitación, mientras esto acaba”.

“¿Qué haremos, Señor Antártida? Me temo que tenemos enemigos apuntando a nuestras cabezas”.

ÉI sonrió divertido.

“¡Qué disparen!”, se burló.

Para Sean esto era divertido.

“Pero, más vale que atinen, porque si no, el disparo devuelto dará en sus cabezas”, amenazó él con una gran confianza.

Merybeth colgó sus manos en su cuello.

“Fuiste muy duro con Joe, nos odia”.

“¿Y qué?”, dijo él.

“Acaso nos debe importar el odio de un traidor? No nos debe odiar más de lo que nosotros a él”, explicó con calma.

Merybeth bajá la mirada, y tomó asiento frente al tocador.

“Yo no lo odio, en realidad, me da Iástima, me dolieron sus palabras, me duele sentir su oído”, dijo ella.

Una Iágrima corrió por su rostro.

Sean sintió que algo quemaba en su interior.

La levantó de un solo movimiento, cargándola a horcajadas sobre él.

“¿Por qué? ¿Te importa? Dime, ¿Qué te importa lo que piense de ti? ¿Lo amas aún?”, preguntó él algo molesto.

Merybeth rodó los ojos con fastidio.

“¡Qué yo te amo a ti, solo a ti! Aunque seas una Antártida inhabitable, y seas una mosca revolotera, aunque seas amargado, rebelde, arrogante, te amo”.

Merybeth deposito cálidos besos sobre todo su rostro, y besó sus labios.

Sean la besó con lujuria.

Su lengua la acariciaba con sensualidad.

“¡Ah, sí! Te amo, mi diabla, no me pongas celoso, sabes que no puedo evitarlo”, dijo él con una sonrisa.

Merybeth bajó de su agarre.

“¡Señor Antártida, debe aprender a confiar en mí!”

“¿Más?”

“Más”, dijo ella.

“Confía en mí, como si confiaras en ti, así debe ser, así confió en ti”, explicó ella con una gran sonrisa.

Sean sonrió con ternura, y se sentó en la cama, atrayéndola a él.

“Escucha, Merybeth, estamos en un fido de víboras peligrosas, que no dudarán en mordernos en cuanto puedan, pero no les daremos el gusto”.

Merybeth asintió.

“¿Qué debemos hacer?”

“Tengo un plan, sobre tu madre, sé lo que tienes que hacer para que Arabella hable, ponme mucha atención, mañana traeré a nueva gente, gente de confianza, y todos los demás empleados, se van de aquí, la maldita Regina Carson, se quedará sin cómplices”; dijo Sean sonriente.

Sean y Merybeth arreglaron la alcoba, sin dejar que ningún empleado tocara nada.

Luego tomaron un baño juntos, para después ir a dormir.

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