Ámame maldito CEO -
Capítulo 246
Capítulo 246:
“¡Vamos al mar! Este lugar se ve hermoso, Señor Antártida”.
El dejó todo lo que tenía, y salió con ella.
Ambos caminaron por la preciosa playa, arena dorada, y aguas turquesas.
Luego se sentaron frente al mar.
Eran tan hermoso.
“Sean, ¿Cómo es que nos encontramos?”
“¿Eh? Tú y yo no teníamos casi nada en común, así que, dime, ¿Qué hacemos aquí?”
Sean suspiró y la haló hacia él, haciendo que se sentará en su regazo.
“No sé, dímelo tú, eres quien me persiguió a mí, yo estaba muy tranquilo”, explicó de forma rápida, ya que la verdad…
Los recuerdos empezaban a ser confusos.
“Señor Antártida, ¿No dije ya que cuando miente le crece la nariz, y no el p$ne?”
ÉI rio de ella.
“Nunca miento”.
Ella alzó las cejas, aludiendo.
“Bueno, poquito”.
“Eres una mosca, y una goma de mascar, te has pegado en mí, todo el tiempo”.
“¿Yo? Jamás, tú estás loca de remate”.
ÉI se burló de ella.
“Me hubieras visto en el psiquiátrico, sí que di miedo”.
“Si que lo creo”, respondió en tono de burla.
La verdad era que se quería burlar de ella.
“¡Eres insoportable, Sean!”
“Eres como un demonio a las tres de la mañana”.
Ella tomó su rostro y lo besó.
Su lengua acarició la suya, y él se estremeció
Había sido tan repentino.
“¿Así de caliente como el infierno?”
“Sí…”, susurró él.
Quería estar toda una vida con ella alIí.
“¡Vamos al agua!”
“¡No!”, dijo Sean.
Pero fue inútil.
Inútil porque Merybeth fue a zambullirse entre las olas.
Sin más opción que acompañarla para que no se hiciera daño, él se lanzó también para estar junto a ella.
…
Luego ambos volvieron al hotel.
Cuando se cambiaron, Sean salió y no vio a Merybeth por ahí.
Salió de prisa, y la escuchó hablar por teléfono.
Luego ella colgó la llamada.
“¿Con quién hablabas?”
“Señor Antártida, por eso le digo que es una mosca”.
ÉI sonrió.
“¿Qué planeas, diabla?”
“¿Yo? ¡Imposible que tenga un plan!”, exclamó con una mirada de póquer y una risa por liberar.
“Bien, vamos a cenar”.
“¡Espera, olvide algo!”
Sean la esperó y ella volvió con una bufanda oscura.
“¿Una bufanda?”
ÉI rio de ella.
“Ahora sí, estoy seguro de que te traes algo entre manos”.
“Para nada, es para anudar mi cabello”.
Ambos caminaron para ir al restaurante, pero ella se detuvo.
“Ya no tengo hambre”.
“Merybeth…”
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