Ámame maldito CEO
Capítulo 243

Capítulo 243: 

“No digas eso, no pierdas la fe, no hagas como yo”.

Ella tomó su mano.

“Arabella se negó a decir nada, las eché de casa, la odio tanto, creo que nunca odié tanto a nadie, como a ella, me duele por mi madre, estoy desesperada, aceptó no ser mi madre, pero, ahora, no sé cuándo podré verla”.

Estaba molesta.

No podía creer lo bajo que no paraba de caer esa persona.

“No pierdas la esperanza, ya mi gente trabaja en eso, confía”.

Merybeth sonrió y asintió.

Ambos llegaron a casa y ella se sorprendió

“¿Te quedarás conmigo todo el día?”

ÉI la tomó entre sus brazos.

“¿Acaso no puedo?”, exclamó él besando su cuello.

“¿Y qué tienes en mente?”

ÉI sonrió.

Su mirada parecía divertida y lujuriosa.

“Se me ocurren tantas cosas”, dijo girándola de espaldas y besando sus hombros.

“Pero, tú me debes muchas cosas, que me prometiste, Señor Antártida, yo tengo memoria”.

ÉI rio.

“Claro que yo también tengo memoria”.

ÉI tomó su mano y la llevó al salón.

ÉI puso frente a la mesa una cajita.

“Aquí tiene, pequeña diablita, su anillo de diamantes”.

Merybeth abrió ojos muy grandes.

Luego de un cajón él sacó unos papeles, y los puso al lado de la caja, puso unas llaves, y unos boletos de avión.

Ella tomó aquellos boletos y los miró con gran curiosidad.

Era real.

¡ÉI lo había hecho!

“¿Iremos a Playa Firuze?”

“Bueno, haremos varios viajes de luna de miel, y este será el primero, luego iremos al Desierto blanco, en Egipto, y a Turguía”.

“¿Y esto?”, dijo ella tomando los papeles.

Sean la invitó a leerlos.

Tenía que generar el hábito de leer.

¡Sobre todo de leer sus contratos!

Ella abrió ojos enormes.

“¿Qué te parece?”

“¿De verdad hiciste esto? ¡Estaba bromeando, Sean! Solo quería molestarte”.

“Veintemillones y una casa, dijiste, pero me faltan miles de org%smos para tu perdón”.

Ella rio, sonrojándose.

ÉI tomó el anillo.

Para su sorpresa, él lo puso en su dedo anular, también tenía la argolla de matrimonio.

Merybeth no pudo evitar recordar a la señora de Park King, preguntando por su sortija de matrimonio

De pronto esa mujer se volvió familiar en su mente, y no supo por qué se sintió tan melancólica al recordarla.

“¿No te gustó?”

“¿Eh? ¡Oh, sí! Tiene diamantes, esto debió ser muy caro”.

“Nada es caro si se trata de ti”, dijo él y besó sus labios.

Luego tomó su mano y la llevó afuera.

Ella vio aquel auto.

Para su sorpresa, era de color rojo, era elegante y de último modelo.

“¡Genial! Entonces, ¿Ya no te molesta que conduzca?”

“Bueno, sigo teniendo miedo de ti al volante”.

Ella rio de él.

“Puedes estar tranquilo, ya no tendré una mosquita molesta, revoloteando sobre mí”.

Sean la tomó entre sus brazos y rio.

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