Ámame maldito CEO
Capítulo 242

Capítulo 242: 

Arabella apretó sus labios con furia.

Estaba molesta.

“¡Maldita seas! Pero, tengo a Joe Carson, él nos dará lo que merecemos”.

Merybeth rio un poco.

“¿Sabes lo que es jugar una partida de póquer, querida? Bueno, tú nunca sabrás el as bajo la manga que tiene tu contrincante, ahora también te quedarás pensando en esto, ¿Qué ventaja tiene Merybeth que ha jurado hundirnos para siempre? Está noche, cuando vayas a dormir, piensa en eso, piensa que haré de tu vida un maldito infierno”.

Merybeth sonrió divertida.

Salió de ahí, Sophie la miró con rabia al final del pasillo.

“¿Cómo te atreves?”.

Sophie intentó abofetearla y ella le detuvo la mano dándole una bofetada severa, Sophie cayó al suelo y sollozó, dramática.

“¡¿Cómo te atreves?!”

Joe levantó a Sophie.

“¡Ella está embrazada!”

Merybeth rio.

“Pobre criatura, tener tales padres tan denigrantes, ¡Qué vida horrible le espera!”

“¡Basta, Merybeth! No perdonaré tus palabras”.

Merybeth rio de Joe Carsen.

“¡Ay, Joe! ¿Sueñas con que te pediré perdón?”, se burló.

“Pobre, Joe, eres tan patético, nunca te pediré perdón, pero cuando tú me pidas perdón, deberás tener mil excusas buenas para que yo siquiera te dé el perdón, pero eso sí, nunca, nunca; volverás a tenerme, pero piénsame, imagíname, cuando estés con esta tonta, porque yo seré la mujer de tus sueños, la que nunca tendrás, adiosito”.

Merybeth caminó a la puerta, hondeando su mano, y los hombres se acercaron.

“Que las mujeres se salgan solo con sus ropas de esta casa, pero que no se lleven nada, en quince minutos, si no lo hicieron, sáquenlas con la fuerza”.

Merybeth no dejo de caminar, hasta salir, cuando lo hizo Joe iba detrás, intentaba detenerla, pero, ella no le hacía caso, hasta que escuchó ese azote contra el suelo, cuando volteó, confusa, vio a Joe en el suelo.

“¿Estás bien?”

ÉI se levantó tan rápido como pudo, y hundió la mirada.

Merybeth no evitó reír.

Por alguna razón, esa situación le daba risa a Merybeth.

¿Por qué?

Nada eso importaba ahora, simplemente siguió riéndose.

“¡Ay, Joe, te hubiese levantado, pero, imposible, ya te besó el diablo, lo siento!”

Merybeth no detuvo su camino, y subió a un auto con vidrios polarizados de color oscuro.

El auto arrancó y Joe la miró irse.

ÉI sentía una daga en su pecho.

Una decepción inmensa de que Merybeth ahora lo despreciara de esa forma, y se hubiese convertido en esa mujer irreconocible para él.

“¿Qué fue lo que pasó a Joe? ¿Por qué se cayó de tal forma?”

Merybeth no dejaba de reír.

Por un largo tiempo, no pudo responder, porque la risa la ahogaba.

Sean también reía porque su risa lo contagiaba.

“No sé que le pasó, pero fue tan gracioso, ¿Acaso le has lanzado un hielito para que se resbalará, Sean?”

ÉI negó divertido.

“Pobre, fue vergonzoso”.

“Todo él, da pena ahora”.

“¿Ya no piensas en él como antes?”

Merybeth borró su sonrisa.

“Pienso que, algo malo pasó con él, para que se convirtiera en un hombre tan aberrante”, dijo en un tono seco.

Pero a su vez, había algo de tristeza.

“Bueno, no me importa”, suspiró.

“¿Sabes? Las personas pueden pasar de ser cercanos, a simples desconocidos, nada me conmueve ya”.

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