Ámame maldito CEO -
Capítulo 238
Capítulo 238:
Octave no resistió y comenzó a despertarla.
Odiaba verla sufrir así.
“Mary, despierta, por favor, despierta, es solo un mal sueño, cariño, despierta”.
La mujer se estremeció.
Sintiendo como si fuera a caer.
“¡Mi bebé! ¡¿Dónde está mi bebé?! Me han robado a mi bebé”, sollozaba ella con bastante angustia.
Octave le mostró la muñeca que estaba en sus manos, y ella la lanzó al suelo de forma muy repentina.
“¿Mary?”
“¡Mi bebé, me robaron a mi bebé, mi niña! ¿Dónde está, mi niña?”
“¿Quién te la robó?”
“Félix, fue él, ¡Es mi maldito esposo!”
Mary se golpeaba la cabeza.
Era como si luchara por revivir recuerdos en su interior dormidos, y Octave lo impedía, abrazándola entre sus brazos.
¿Cómo podía ayudarla?
¿De verdad lograría curarla?
…
Mientras tanto en otro lugar…
Merybeth abrió los ojos y sintió los fuertes brazos de Sean, abrazándola a él, se sentía tan bien estar en casa, estar en su cama, ella sonrió y se levantó, despacio, pero apenas el sintió que ella se alejaba la atrajo de nuevo, tan posesivo como siempre.
“¿A dónde vas?”
“Ya es de día, debo ir a trabajar”.
“De ninguna manera, no puedo apartarme de ti”.
Ella sonrió al sentir su er%cción golpeando su trasero.
“Señor Antártida, tenemos muchas cosas que hacer, no es hora de convertirse en un volcán en erupción”.
ÉI rio divertido de sus palabras.
“Te amo”.
Ella miró su rostro, y sonrió.
Era raro escuchar que le dijera un te amo tan natural.
“Entonces, ¿Ya te disté cuenta de que no puedes vivir sin mí?”, exclamó.
ÉI la abrazó, besó su cuello.
“¿Te burlas? Dime, ¿Qué has hecho conmigo, Merybeth? ¿Te gusta el hombre que soy para ti?”, preguntó.
Ella sonrió.
“Te hice brujería con una oración de Nueva Orleans”.
ÉI rio de ella.
“¿Dónde tienes mi muñeco vudú?”
“Eso es un secreto, pero te diré algo, tiene mi foto ente tus piernas, pegado a tu glaciar”.
ÉI volvió a reír.
“Te extrañé mucho”
Hizo una pausa.
“De hecho… demasiado, ha sido mi peor castigo”.
Sean la abrazó a su cuerpo.
“Quiero ir a la Casa Hansen, quiero hablar con Arabella” sentenció con firmeza.
Sean sintió temor.
No quería que su esposa fuera a ese lugar.
No quería perderla de nuevo.
No otra vez.
No quería repetir esa historia.
“No es necesario, amor, ordené que hoy mismo te den la herencia, y que les quiten todo lo que tienen, aunque creo que hay una cIáusula que indica que solo al tener a tu primer hijo, puedes acceder a esa herencia”.
“Quiero que esa mujer me diga dónde está mi madre”.
“Pero, hay algo que debes saber, compré más del setenta por ciento de las acciones de la empresa de tu padre, y él hipotecó su casa, por un préstamo a la empresa, por lo cual, puedes disponer, tanto de la fábrica, como de la casa, puedes expulsar a esas mujeres, si así lo deseas”.
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