Ámame maldito CEO -
Capítulo 22
Capítulo 22:
“¡No me diga que voy a morir, Señor Hyland!”
Exclamó con temor y broma a la vez.
“¡Come!”
Espetó rabioso.
“No tengo hambre”
Dijo quejumbrosa.
“Solo me siento muy débil, como si tuviera una crisis existencial”.
Sean la miró enojado y de pronto, tomó la cuchara y le dio de comer en la boca.
Ella recibió el bocado, mirándolo tan sorprendida.
“¿Cree que puede alimentarme como a un bebé?”
“Si te comportas tan malcriada como un bebé, serás tratada así”
Sentenció con rudeza.
Ella bajó la mirada y siguió comiendo.
Él la alimentaba y era una sensación tan rara.
Merybeth comía, pero le miraba con ojos muy grandes casi inexpresivos.
Era como una sensación cálida en su corazón.
Nadie nunca fue tan atento con ella.
Su madre nunca se preocupó por si estaba enferma, y la que mejor la trataba era una niñera que se jubiló pronto.
Merybeth tenía que encargarse de sí misma si se enfermaba, así que, tendía a intentar nunca enfermarse, y ser siempre fuerte.
Ver que alguien se preocupaba por ella; era tan-inusual, que en lugar de hacerla sentir mimada o querida, la hacía sentir avergonzada.
Era como si fuera ella una gran molestia.
“Estaré muy bien, no debe molestarse”
Dijo e intentó quitarle la cuchara.
En cambió su actitud para Sean fue hostil.
Fue como si ella no agradeciera lo que él hacía y soltó la cuchara con firmeza, y desdén.
“¿Por qué saliste de esta casa sin mi permiso? ¿Acaso no leíste el contrato?”
Exclamó severo.
Sus ojos la miraron fijamente, mientras ella sintió que se hacía pequeña ante su mirada de reto.
“Yo… tenía algo importante que hacer…”
“¿Qué?”
Exclamó él.
“¿Qué tenías que hacer?”
Dijo esperando su respuesta.
Sean pudo ver como ella enmudeció y bajó la mirada.
“¿Acaso no me vas a responder?”
Ella sabía que debía responder.
Pero no sabía que decirle.
“Son cosas privadas, son personales, dijo que…”
“¡Yo no dije nada! Solo que estaríamos un año casados, y las reglas eran simples, las aceptaste, así que, dime dónde estabas, ahora mismo”.
“Fui a ver a mi hermana”.
Sean hizo memoria.
Recordó a la chica que salió del callejón antes de que el atacante entrara.
“¿Y por qué ella se fue de esa forma, como huyendo?”
Ella le miró atónita.
“¿Acaso usted estaba espiándome, Señor Antártida?”
Él la miró con los ojos temerosos.
Esta vez fue su turno de quedarse callado y siendo intimidado.
¿Qué iba a decir?
¿Qué era un acosador que la siguió desde que salió de casa?
Eso no le dejaría bien parado ante los ojos de esa mujer.
“¡Eres mi esposa!”
Exclamó fuera de sí.
“Yo soy quien hace las preguntas y tú solo respondes”.
Ella le miró atónita.
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