Ámame maldito CEO
Capítulo 165

Capítulo 165: 

POV Narrador:

Sean salió de su interior, y se recostó en la cama.

Recuperaba las fuerzas perdidas por todo el esfuerzo que había hecho anteriormente.

Estaba muerto.

Merybeth se abrazó a su pecho, y él la abrazó con más fuerza.

“¿Estás bien?”, preguntó, ya que notó el color enrojecido de sus mejillas, y su mano acarició su rostro.

“Sí”.

Pero la verdad que estaba cansado.

Muy cansado.

Ella se recargó en su pecho.

Escuchaba el latido de su corazón.

Parecía como si los dos se hubiesen quedado sin palabras.

Ella quería preguntar sobre ese te amo, que él dijo, y él quería preguntar si lo había escuchado.

“¿Te quedarás?”

“Solo hoy”.

Ella miró su rostro, y notó la decepción.

“¿Por qué?”

“Me gusta mi libertad, Sean, además, tú ya tienes tu herencia, ¿Para qué me quieres aquí?”.

Sean sintió que su boca estaba sellada.

¿Acaso ella no lo sabía?

¿No era obvio?

Él tomó su rostro entre sus manos y la vio seriamente.

“Solo por unos días más, Merybeth, disfruta estar lejos de mí, solo unos días más, pronto, cuando esto haya acabado, volverás a mí, ya no viviremos en esta casa”.

Ella le miró aturdida.

“¿Y dónde viviremos?”

Él sonrió, pero ella pudo ver en su mirada algo de oscuridad.

Era malicia y eso no le gustó.

“Ya lo verás, te gustará, es el lugar donde crecí, pero debemos limpiar la casa, hay muchas ratas y víboras venenosas que sacar”

Merybeth le miró extrañada, pero supo que no se refería a algo verdadero, sino a una especia de metáfora.

Merybeth besó sus labios con dulzura.

“Sean, ¿Por qué no nos quedamos aquí para siempre, y te olvidas de la casa con alimañas? Aquí podemos ser tú y yo para siempre, allá podría ser una condena”.

Él la abrazó a su cuerpo, y besó su frente.

“Descansa, no temas, ninguna condena dura tanto tiempo”.

“¿Recuerdas ese día en el bar? Tú, siendo tan Antártida, y yo loca como siempre, estaba en mi peor momento, pero tú me elegiste, recuerdo mis errores, mi caos, mis terremotos, en mi peor oscuridad, tú me diste un poco de luz”.

Él sonrió y acarició su rostro.

“Duerme, estaré aquí, despertaré justo a tiempo, a tu lado, aunque a veces me hagas enojar tanto, eres mi salvavidas, Merybeth, me mantienes a flote”.

A la mañana siguiente, cuando Merybeth despertó, vio que eran las seis de la mañana.

Bostezó, pero Sean no estaba ahí.

Estaba sola.

Ella se irguió, vio las sábanas blancas, había pequeñas manchas rojizas, que le recordaban a rosas rojas en la nieve.

Sean salió del baño, perfectamente vestido con un traje; miró sus ojos, y vio lo que captó su atención.

Él escondió una sonrisa en su interior.

“Debo irme”.

“¿Sin desayunar?”

“Tengo un juicio muy importante, ¿Estarás aquí cuando vuelva?”

“No, ya te lo había dicho”.

Sean estaba decepcionado, pero respiró.

Se acercó a ella, besó sus labios y su frente.

“Cuídate, Mery, apenas salga de ahí, te veré”.

Ella lo dudó.

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