Ámame maldito CEO -
Capítulo 147
Capítulo 147:
Merybeth sintió demasiado coraje.
Sus ojos estaban llorosos.
“Piensa lo que quieras, no me importa, si crees que soy una mujerzuela, está bien, sí, estoy embarazada de otro, o del espíritu santo, ¿Cómo ves? ¡Ahora, dame el maldito divorcio!”, exclamó ella molesta.
Sean hizo un gesto de rabia, acercándola más a él.
No podía, solo quería besarla.
Solo quería llevarla a casa para estar a su lado.
Estaba a punto de tomar sus labios, pero la luz se encendió y Jane apareció ante ellos.
Era un muy mal momento.
“Es mentira, Merybeth no está embarazada, soy yo quien está embarazada, ahora, te pido que te vayas de mi casa, y nos dejes en paz”, explicó su amiga en tono serio.
No quería que su amiga sufriera por su culpa.
Sean soltó a Merybeth y miró a Jane impactado de sus palabras.
“¿Tú estás embarazada?”
Luego Sean sonrió.
“Eso era lógico. Claro que Merybeth no podía estar embarazada. ¡Espera un momento! Tú estás embarazada de mi primo, el hijo que esperas es de Orson, ¿Verdad?”, preguntó él curioso por esta situación.
En parte era un alivio, pero también… confuso.
¿Cómo habían llegado a eso ellos dos?
Jane y Merybeth abrieron ojos tan grandes y perplejos.
Jane no podía creer que él supiera eso, pero recordó cuando ella por su propia boca lo dijo, pensando que solo Orson y ella estaban, dio un paso atrás, aturdida.
“¡No…! No sé de lo que hablas, por favor, déjanos tranquilas y vete”.
Acertó.
Por su reacción sabía que él acertó.
Sean sonrió y asintió.
“Sí, es de mi primo, ¿Él ya lo sabe?”, dijo al ver sus nervios a flor de piel Jane sintió ansiedad, bajó la mirada.
“No lo sabe, y no lo sabrá, porque no tendré a este hijo”.
Sean y Merybeth la miraron perplejos.
Ella parecía estar muy decidida.
“¡¿Qué?! Espera, Jane, Orson tiene derecho a saberlo, él es el padre, por favor, por lo menos díselo, lo merece, Orson sufrirá al saber que perdiste a su hijo, y que él ni siquiera lo supo”, dijo Sean.
Su voz de pronto pareció una súplica.
Jane bajó la mirada.
Sintió que las palabras de Sean la destrozaban.
“¡Ya basta, Sean! No tienes derecho a meterte en lo que no te importa”, espetó Merybeth y lo empujó, obligándolo a salir de la casa.
Merybeth no descansó hasta sacarlo afuera a empujones y cerró la puerta.
“Vete y no vuelvas más”.
Merybeth intentó volver a la casa, pero él la tomó de la mano y logró arrinconarla contra la pared.
Ella sintió esa actitud posesiva, que tanto la encendía.
Quería alejarse, pero se sintió tan débil.
“Esa mujer en el restaurante, no es nada para mí, solo pertenece a mi pasado”.
“Se nota, eso fue evidente, sobre todo en la forma en que tomó tu mano”.
Sean esbozó una sonrisa.
“Detecto celos en tus palabras”, afirmó.
“¡Suéñalo! A mí lo que tú hagas, o dejes de hacer me importa un pepino”.
“No parece, sé lo que piensas”.
“¿Ahora eres psíquico?”, exclamó con mofa.
Sean sonrió con algo de malicia, él se acercó
a su oído, su voz se volteó e hizo un susurro:
“Piensas en mí, desnudo, tú, recostadita en mí cama, yo chupando de esos pezones tuyos como si fuera un recién nacido, hasta que grites, exigiendo más”, murmuró con el rostro inmóvil y lujurioso.
“¿Sigo?”, preguntó en voz baja, con el ardiente calor entre sus cuerpos, excitando en lo más profundo de su ser.
Merybeth sintió que su boca se humedecía, y otras partes innombrables.
Sentía que temblaba.
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