Ámame maldito CEO
Capítulo 144

Capítulo 144: 

“Me lo dijo una mosca tan asquerosa y molesta, como tú, mira nada más. ¡Qué descarado, Señor Hyland, me busca y me persigue, y está ahí, con esa, ¡Felicidades! Si que sabes jugar a las grandes ligas, ahora no me quites más el tiempo”

Sentenció intentando irse, cuando sintió que él la detuvo tomando su brazo.

Entonces ella no resistió más.

Se giró a él y le dio tal bofetada que la mejilla de Sean enrojeció.

Él se quedó perplejo.

La miró, hubiese estado furioso, pero vio esas lágrimas en su rostro, Sean sintió que esta vez, no solo ella estaba herida.

Sus lágrimas también lo lastimaban a él.

“Escúchame, nada de lo que piensas es así, hay algo que debes saber”.

“¡¿Qué?!”, respondió molesta.

“Dilo, te escucho, ¿Qué hay detrás de ti? ¿Qué misterio escondes?” dijo con voz tétrica.

Luego se rio.

Era tan… gracioso todo.

Pero no sabía por qué, ¿por qué se estaba riendo?

Después de parar de reír, se limpió sus lágrimas.

“Ya, en serio, Sean, ¿No crees que estás muy grandecito para estos dramas? Yo sí, y la verdad, no quiero ser parte de esto, así que, hasta aquí lo dejamos, de verdad, avísame del divorcio, y si no quieres, pues espérame un tiempo, porque en cuánto yo tenga dinero, mi abogado te visitará para arreglar eso”.

Sean bajó el rostro y comenzó a reír.

Su risa provocó más risa en Merybeth.

“¿Qué es tan gracioso? Me rio de ti, eh, tu risa me da risa, porque es estúpida como tú, pero, ya, en serio, ¿Qué te da tanta risa?”

Sean levantó la mirada, su risa se esfumó.

Ahora tenía el rostro de póquer.

Había algo de malicia en él.

Algo que ella podía intuir.

“¿Tú de verdad eres ingenua, o te haces?”, preguntó siendo lo más directo posible para que ella lo entendiera.

“No hay nadie en esta maldita ciudad, incluso en todo este maldito país, no hay nadie, ningún abogado que querrá enfrentarse a mí, ninguno te querrá divorciar de mí, parece que no comprendes quién soy yo, ni en lo que te metiste, Merybeth”, explicó el en detalle para que ella captara al fin su lugar.

Ella no podía dejarlo.

¡Jamás!

“Ah, ¿Ahora me amenazas?”, respondió ella al escuchar eso.

“Típico de ti, que caballeroso, Señor Hyland, se llevaría el premio al más idiota, pero, ni el más idiota llega a tu marca personal”, espetó con burla.

Sean sonrió y dio un paso a ella.

Su mirada se volvió oscura.

Incluso ella sintió como esa mirada recorría su cuerpo, casi con lujuria, era como una ardiente caricia, que ella intentó olvidar, pero su cuerpo era traicionero.

Sintió un calor que la hacía flaquear.

“¿Amenazas? No, Merybeth, solo te estoy diciendo lo que va a suceder, nadie te va a divorciar de mí, solo si yo lo quiero podrás obtener tu libertad, y como no se me da la gana, no la tendrás”, explicó de forma calmada.

Pero… a su vez había cierto aire dominante en él.

¿Cómo?

Merybeth tragó saliva.

Él conseguía romper sus nervios en un solo segundo.

“Tienes a una nueva mujer esperándote en el maldito restaurante, ¡¿Qué quieres de mí?!”, gritó con rabia, rompiendo la falsa calma que los envolvió antes.

Él volvió a acercarse un paso más.

Estaba reduciendo la distancia, y ella se alejó un paso.

Él odió ese acto, sentir que ella escapaba de sus manos fue como una tortura asfixiante.

No podía permitirlo.

“Tengo cosas que hacer, Merybeth, son necesaria para los dos, cuando tenga esto listo, lo sabrás todo, entonces, lo entenderás, estarás feliz, estarás complacida, así será, ahora, será mejor que nos calmemos, debes volver a casa, y cumplir con tu contrato”, explicó él en un tono mandón casi como si la tuviera en la palma de su mano.

Merybeth volvió a reír, y él también rio.

Ambos parecían una pareja de locos.

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