Ámame maldito CEO
Capítulo 135

Capítulo 135: 

Sean sintió que era débil.

Pero no quería alejarse de ella.

“Merybeth, algún día te contaré todo, entenderás, porque hago esto…”

Ella liberó un suspiró.

Besó sus labios.

Esta vez era un beso tan dulce.

Sean sintió que era como un toque de cielo.

Era como comer de un tarro de miel.

Ella detuvo el beso.

Él deseó un más y ella pudo verlo.

“Me voy, tengo cosas que hacer, si alguna vez cambias de parecer, ya sabes, estoy en Genesee, adiós”.

Merybeth se levantó, apagó su cigarrillo que se había consumido.

Tocaron a la puerta, trajeron la cena, ella salió y Sean la vio partir con ojos tristes y melancólicos, sintiendo que esa era su peor despedida, de todas las veces que se dijeron adiós.

Orson Hyland observaba a Joe Carson.

Él lloraba frente aquella tumba.

Era solo un puñado de tierra apilado, con una cruz de madera, sin nombre.

Orson sentía algo de compasión de ese hombre, pero era orden de Sean que dijeran que esa era su tumba, y Orson sintió que, por hacerlo, ya tenía un pie en el infierno.

“Hermano, perdóname, juro que, si pudiera regresar el tiempo atrás, haría todo por protegerte, jamás hubiera dejado que fueras a prisión, ¡Perdóname!”, sollozó Joe.

Sentía una culpa en su pecho.

Sentía que nunca podría alcanzar el perdón.

Merybeth estaba ya en Genesse, era lunes.

Ella estaba desayunando con Jane.

Le contó todo lo que había pasado.

“No me puedo creer que el imbécil de Sean Hyland ya tenga a otra mujer, es un infame”.

“Bueno, eso parece, los hombres son como son, no importan, yo no amargaré mi vida, ni por él, ni por nadie, seguiré adelante, claro, mientras no se me pare encima con la mujer esa”

Sentenció y recordarlo con ella, fue como hacer arder algo en su interior.

“Merybeth, y dime, ¿Qué harás con el divorcio?”

“No sé, espero que me diga cuando deba firmar”.

“¿Y si no lo hace nunca? ¿Acaso permanecerás como la esposa de Sean Hyland para siempre?”, exclamó Jane.

“Claro que no, pero ahora no puedo hacer mucho, primero deberé juntar un poco de dinero, y en cuánto pueda, yo misma enviaré un abogado para divorciarme de ese hombre, y así, olvidarme de su existencia”, sentenció.

Jane sintió que se le revolvió el estómago y corrió al baño.

Merybeth le miró con duda, escuchándola vomitar como personaje del exorcista, en el excusado.

Ella se levantó sigilosa, tuvo una duda en su interior.

Sean Hyland observaba a su empleado, le daba instrucciones de lo que debía hacer.

Apenas llegó, fue lo primero que hizo.

“Quiero que la sigas, quiero saber qué hace, a dónde va, con quién trabaja, con quién habla, a dónde vive, todo, no quiero que demores en decirme, sobre todo, si la ves con algún hombre, debo saberlo de inmediato, ¿Has entendido?”

“Sí, señor, lo haré, no perderé de vista a la Señora Merybeth Hyland”, dijo el hombre.

Seguro de que si descuidaba a la esposa del Señor Hyland, recibiría el peor de los castigos.

Sean le hizo una señal para que saliera de ahí.

Pronto recibió una llamada.

Sean se apuró a atender.

“Hola, querido, estoy en Genesee, voy rumbo a la empresa, ya quiero verte, ¿Dónde nos vemos?”

Sean sonrió.

“Tienes todo listo para hablar con el abogado, ¿Verdad?”

“Sí, llevó la prueba conmigo que demuestra que tú nunca cediste por tu voluntad la herencia Carson, y esto te la devolverá, amor, también compré un vestido de novia sencillo, para nuestra boda por el civil, después, compraré todo para nuestra boda religiosa, en grande”.

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