Ámame maldito CEO
Capítulo 134

Capítulo 134: 

Merybeth aún temblaba.

Sean lo notó, y la abrazó a su pecho.

Ella parecía no reaccionar.

Solo tenía miedo.

Había sentido el filo de la hoja de ese cuchillo en su garganta, y se sintió tan pequeña.

Lágrimas calientes corrían por su rostro.

Sean la abrazaba a él.

Sentía como temblaba, y besó su cabello.

Odió verla así.

Pronto llegaron al hotel.

Bajaron y él la llevó consigo.

“Debo irme…”, dijo con la voz débil, pero, él parecía no escucharla.

La llevó consigo y pronto llegaron a su habitación.

Él se quitó su chaqueta y sirvió un vaso de agua, tendiéndoselo.

“Bebe, estarás mejor”.

Ella bebió.

Él se detuvo un instante.

Llamó y pidió que sirvieran algo de cenar a la habitación.

Cuando volteó a mirar, Merybeth estaba en el balcón.

Él caminó hasta ahí, y la observó.

Estaba sentada sobre el suelo, observando la vista de la ciudad.

Sean sintió que estaba rendido.

Pasaron unos segundos y se sentó a su lado.

Ella tomó un cigarrillo de su cartera, y tomó fuego encendiéndolo.

Él la miró con ojos severos, pero no lo impidió

“Me dijeron que, en esta ciudad, los sueños siempre se vuelven realidad, todos lo que vienen aquí, es para triunfar, mintieron, esta ciudad es más oscura de lo que todo piensan”, dijo molesta.

“¿Sabes? Pensé mucho en lo que pasó, y llegué a una conclusión”.

Él la miró con duda.

“¿Cuál?”, exclamó Sean.

“No tienes la culpa de lo que pasó, tú eres así, y punto, eres el Señor Antártida, de seguro que por tus venas tienes hielo, no tienes culpa de que tus palabras sean crueles, que solo hieran a otros, es mi culpa por no darme cuenta de esto, por seguir jugando. Cuando te conocí, creí que, podríamos ser los nuevos románticos de Genesee, y mira como terminamos”.

Sean escuchó sus palabras.

Había algo en su tono de voz.

Era como si le faltara fuerza o entusiasmo, eso le dio pesar.

“Oye lo que viste… no…”

“No importa, te perdono, tú me salvaste dos veces, eso es suficiente, sé lo que se siente estar tan herido para querer incendiar la ciudad, sí, a mí también me han traicionado, no sé si como a ti, nunca lo sabré, pero, no quiero más peleas”, dijo con los ojos llenos de lágrimas.

“Estoy cansada de esto”.

“¿Cansada de mí?”

Merybeth bajó la mirada.

Tenía algunas lágrimas aún en su rostro.

“¿Qué quieres de la vida, Sean Hyland?”, exclamó de pronto.

Sean la miró a los ojos.

Era como si hubiese enloquecido.

Tragó saliva y miró sus labios.

Solo deseaba besarla.

Quería hacerla suya de una vez por todas.

Pero… sintió que había una muralla invisible, separándolos.

“Yo… no es lo que parece, Merybeth, mi vida es un caos, ahora lo estoy arreglando, sé que, ahora no lo entiendes, pero…”

Ella siseó despacio.

“¿Qué haces con tu vida, Sean? Dímelo, ¿Qué es lo que quieres? Dices que eres importante, pero, no dices nada, en realidad, si quieres a una p%ta como la que estabas seduciendo, bueno, entonces, ve por ella, ¿Quieres tener hijos? ¿Quieres un hogar donde siempre te esperen al caer la noche? ¿Qué quieres, en realidad? Ni siquiera lo sabes, yo quería hacer cosas contigo, cosas absurdas, pero hermosas, de esas que nunca olvidas, como correr por la playa, viajar a un país desconocido, o cocinar un domingo, ahora sé que ninguno quiere lo mismo del otro”.

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