Ámame maldito CEO -
Capítulo 124
Capítulo 124:
Él parecía querer devorarlos.
Estaba a punto de rozarlos.
Ella supo que necesitaba ese beso.
Lo deseaba tanto.
Temblaba, no podía evitarlo.
“Por mí, puedes ir y f%llarte a todos los hombres de Nueva York, ¡Tú a mí, no me importas en lo más mínimo!”
Él se alejó de ella, y Merybeth le miró con rabia.
“Entonces, ¿Qué demonios haces aquí? ¡Siguiéndome como una mosca a la comida! Lárgate por donde viniste, ¡No quiero verte!”, exclamó ella.
“Si estoy aquí es por qué…”
Sean se quedó sin respuestas.
“¿Por qué?”
Merybeth titubeó y lo enfrentó.
“Porque he venido a exigirte que no digas a nadie que eres mi esposa, mucho menos en Nueva York, no quiero que nadie lo sepa, sobre todo porque… estoy saliendo con otra mujer”
Sean sintió que esas palabras salieron de su boca con un gran titubeo.
Merybeth abrió ojos grandes.
Él pudo ver un brillo de decepción.
Ella tragó saliva, porque sintió que se echaría a llorar si no se sostenía con fuerza de su orgullo.
“Pues, ¡Felicidades! Espero que, si puedas tener se%o con ella, no vayas a dejarla con las ganas”, dijo ella enojada
Sean la miró con coraje.
“¿Tantas ganas tenías?”, exclamó con astucia y mofa.
Merybeth lanzó una carcajada que lo dejó helado.
“No, ya no tengo ganas, ya me quité las ganas con el hombre con él que estaba, por cierto, es muy bueno, tanto, que me quitó la curiosidad por ti”, dijo ella con una mueca burlona, segura de que le había dado un buen golpe bajo y pudo ver que lo conseguía.
Sean se quedó congelado.
No dijo nada, pero hubo un silencio cruel entre los dos.
Ella dio la vuelta y caminó de prisa.
Avanzó, en algún momento creyó que ese hombre iría por ella que le reclamaría, que la insultaría, pero no apareció.
Merybeth se detuvo, caminando frente al Puente de Brooklyn.
Cuando se giró a mirar, él ya no estaba.
Sean Hyland se había esfumado como si fuera una neblina espesa que se disipó.
Merybeth sintió un nudo en la garganta.
Regresó la mirada.
Su mano estaba en su pecho.
Sintió que las lágrimas surcaban su rostro.
“¡Ay, Sean, como me haces sufrir! ¿Te dolió? No, no creo que te haya dolido, ni siquiera en tu colosal ego, tú eres un hombre sin alma, tu corazón es de veneno”.
Merybeth limpió sus lágrimas.
Ya no quería seguir llorando por él.
Sean estaba alejado; pero cerca.
Lo suficiente para verla.
Admiraba su figura.
Desde su distancia no pudo ver sus lágrimas cayendo.
‘¿Me mentiste, Merybeth? Sí, sé que lo hiciste, mientes como siempre, ¿Estás furiosa? ¿Por qué siempre terminamos así? Lastimando nuestros egos, como si fuera una pelea por ganar, pero, no llegamos a ningún lugar, estoy aquí, y tú allá, y si cruzo esta calle puedo estar a tu lado, pero, ¿Me aceptarías? ¿Me rechazarías? Dime, debo irme, debo luchar, ¿Para qué? Te perdí, nunca fuiste mía’
Sean bajó la mirada y se alejó de ella.
Cuando Sean llegó al hotel, Orson estaba ansioso, y lo alcanzó.
“Ahora no quiero hablar con nadie, por favor, quiero estar solo”.
Orson tomó su brazo y lo detuvo.
“Sean, Joe Carson fue al Bufete, está buscándote”.
Sean le miró con ojos enormes.
Estaba preocupado por sus palabras.
“¿Qué dices? ¿Cómo es eso posible?”, exclamó
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