Ámame maldito CEO
Capítulo 123

Capítulo 123: 

Merybeth empezó a hacerse varias preguntas.

¿Por qué huía?

¿Era necesario?

Odiaba que Sean la hiciera sentir tan vulnerable.

Miró hacia atrás.

Miró a todos lados.

Nadie estaba ahí.

Ella giró al frente, intentando seguir, cuando de pronto se encontró cara a cara con Sean Hyland ante ella.

Merybeth se quedó perpleja, con una mirada miedosa.

“¿Me buscabas a mí, querida esposa?”, exclamó con una sonrisa cínica, que la hizo temblar.

Merybeth sintió que su corazón latía demasiado rápido.

Ella simplemente dio la vuelta.

No miró su rostro, ni una sola vez.

Solo siguió de largo.

Sean se quedó de piedra, se giró a mirar como se alejaba de su alcance.

Era como si Sean Hyland fuera un fantasma, o invisible ante sus ojos.

Porque ni un poco de su atención le dio.

Sean arrugó el ceño.

Sus ojos se volvieron severos y pequeños.

Caminó hacia ella con pasos firmes y rápidos, alcanzando de inmediato su camino, pero ella seguía ignorándolo, como si él no existiera en su vida.

“¿Así que me ignorarás?”, exclamó enojado.

“¡Ay, qué horrible mosca! Parece que viene de la Antártida, será una mosca asquerosa de m!erda”, espetó con mofa.

“¡Qué madura! Entonces, ¿Harás como si no existiera? ¡Es una actitud muy infantil, Merybeth! ¡Patética!”

“¡Ay, que horrible zumbido! Asquerosa mosca, merece que alguien le dé un buen bofetón”, dijo ella con burla.

“¿Ahora soy una mosca?”, exclamó con incredulidad.

De pronto se acercó a ella, la tomó del brazo y la llevó hasta un callejón, arrinconándola contra la pared y aprisionándola entre sus brazos.

“¡Suéltame! Voy a pegarte como a una mosca, ¿Qué quieres acá? ¿Tan rápido te has puesto a seguir mis pasos? ¿Has venido a rogarme?”

Sean rio en su cara.

“¡Nunca! Suéñalo, Merybeth”, dijo con firmeza.

“Bueno, soy medio bruja, mis sueños siempre se hacen realidad”

Espetó Merybeth.

Sean la miró con ojos pequeños y enojados.

“¿Qué haces tú aquí?”

“Trabajar, Señor Antártida, además, ¡Este es un país libre! Yo no tengo porque rendir cuentas de mis actos a una mosca, como usted”.

Él la miró enojado.

Era posesivo.

Sentía que todo ardía en su interior.

Quería tomarla y llevarla lejos de ahí, de vuelta a casa en Genesee.

“¿Y por eso estás ahí luciéndote con otro hombre? ¿Es que no has podido ni esperar a conseguir el divorcio para buscarte a otro?”, exclamó enojado.

Estaba celoso, furioso, su rostro incluso se enrojeció.

Merybeth luchó para desafanarse de su agarre.

Sentía rabia de sus palabras, pero se sentía prisionera entre sus brazos.

Estaban tan cerca…

Ella podía oler ese delicioso perfume que la embriagaba.

“¿Y a ti que te importa? Si quiero me consigo veinte hombres para una noche, ¿Y qué? Es mi vida, es mi cuerpo, ¡Hago lo que quiero! ¿Y sabes qué? Tengo una larga lista de hombre dispuestos a hacerme lo que tú, no quisiste, ¡Cobarde!”

Sean la miró atónito.

Sus ojos se volvieron grandes y oscuros.

Se acercó a ella.

Merybeth sintió que entraba a una zona de peligro.

“Por mí…”, dijo Sean y sintió su aliento cerca de sus labios.

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