Ámame maldito CEO
Capítulo 114

Capítulo 114: 

Él la vio caer a sus pies, y luego levantó la mirada, sorprendido.

“Me largo”.

“De nuevo, te digo, si te vas, no te daré nada, Merybeth, ni uno, ni veinte millones, no podrás sacarme nada, soy abogado, lo sabes”.

Merybeth le miró y sonrió.

“¿Es que no he sido clara? ¡No vales tanto para soportarte! ¡Qué por mí puedes tomar tus veinte millones y tu casa en la playa y metértelos por el culo!”

Exclamó rabiosa, desesperada.

“¡Qué vulgar!”

Rodó los ojos con enojó.

Merybeth tomó un pequeño papel y lo puso sobre la mesa más cercana.

“Aquí está mi correo electrónico, cuando tengas el divorcio listo para firmarse, envíeme un email, y yo lo firmaré de inmediato”.

“Si quisiera, podría tener el divorcio listo en una hora, quédate un momento y lo tendré”.

Ella lo miró con ojos pequeños, como si lo midiera.

“Seguro de que lo harías, sí, lo creo, Sean, pero, no, yo no me quedaré ni un segundo, soportando tu presencia, porque realmente, no te soporto, eres insoportable, humillante, y me das asc”

Sentenció con rudeza.

“Ayer no parecía darte mucho asco cuando mi lengua estaba en tu…”

Sean no alcanzó a terminar su frase, cuando tuvo que correr pasos atrás, Merybeth arrojó la botella de vidrio, que tenía en sus manos, contra él, y si no fuera porque logró retroceder a tiempo, casi lo alcanzaba a golpear.

“Pero… ¡Qué m!erda! ¡Loca!”

“¡Lárgate al infierno, Sean Hyland! No quiero volverte a ver nunca, púdrete”.

Sean juró que nunca la vio tan furiosa en la vida.

“Esto lo pagarás muy caro”

Dijo amenazante.

“¿Más caro? Tú eres una deuda imposible de soportar, Sean-Hyland, mereces quedarte en tu helada Antártida, y morirte solo, no me busques nunca”

Exclamó.

Sean rio de ella, y la vio salir.

Lanzó un suspiro que al mismo tiempo le hizo calmarse.

De pronto escuchó un ruido afuera.

Era el sonido de un auto.

Sean sintió un miedo avasallador, y se lanzó a correr con rapidez.

Salió hasta la calle, pero lo único que pudo alcanzar a ver, fue al taxi alejándose.

“Parece que alguien la llama, señorita, ¿Nos detenemos?”

Preguntó el conductor del taxi Merybeth levantó la vista, pero se negó a mirar atrás.

Observó por el espejo retrovisor, Sean estaba parado ahí, en la calle, con el rostro bien serio, y mirando que se iba.

“¡No se detenga, acelere!”

Exclamó Merybeth y siguieron el camino.

Sean tenía la mirada seria, Cyrus se acercó.

“¿Quiere que vaya a traer de vuelta a la señora?”

Exclamó.

Sean tenía la mirada perdida.

Sus ojos brillaban entre la decepción y la frustración.

Luego humedeció sus labios.

“No, déjala, si quiso irse, que no vuelva”

Sentenció.

Sean entró en la casa, cerró la puerta, y sintió que el silencio era desolador.

Observó la argolla brillando en el suelo, y la tomó.

Pensó en ella.

Se había ido.

Merybeth se había largado de su vida por su propia voluntad.

Ni siquiera le había importado ni los veinte millones de dólares, ni una mansión en Malibú.

“Después de todo, resultaste menos ambiciosa de lo que yo pensé, después de todo, resultaste más digna, ¿Acaso me amabas y rompí tu corazón, Merybeth? ¿Acaso no vas a perdonarme, como yo tampoco perdoné a quienes me lastimaron?”

Sean caminó al mismo escalón donde ella estuvo sentada, y tomó el lugar.

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