Yo soy tuya y tú eres mío -
Capítulo 707
Capítulo 707:
Cuando Raegan introdujo la llave en el contacto, se estremeció al oír cómo cedía la puerta.
Una lívida Lauren se dirigía a toda velocidad hacia el todoterreno.
Con un sobresalto, Raegan se dio cuenta de que el coche tenía palanca de cambios. Hacía años que no manejaba uno. Confiando en sus instintos, Raegan encendió el motor, pisó el embrague y el freno, metió la marcha y soltó el freno de mano.
Pero el todoterreno dio una sacudida.
Al recuperar la compostura, Raegan se dio cuenta de su error con los pedales.
Con el freno suelto, por fin consiguió que el coche rodara suavemente.
De repente, se oyó un estruendo desde arriba.
Lauren, frustrada por las puertas cerradas, se había encaramado a la baca y ahora estaba encima del todoterreno. El techo solar era su única barrera.
Raegan apenas tuvo un momento de alivio antes de que los ojos salvajes y rojos de Lauren se fijaran en un ladrillo y empezara a golpear el techo solar.
En ese instante, Lauren parecía una criatura salida de una pesadilla.
Entonces, sin previo aviso, el sistema del coche se puso en marcha.
En ese momento, una risa escalofriante resonó en el interior, provocando escalofríos en Raegan.
Raegan observó el interior. Aparte del caos que se desarrollaba arriba, el coche estaba vacío.
Los altavoces del coche se activaron. «Hola, ¿cómo estás?»
Raegan percibió un tono extraño en la voz distorsionada.
«¿Te ha comido la lengua el gato? ¿O sólo estás asustada?», la voz la incitó.
Con serena intensidad, Raegan preguntó: «¿Quién es? ¿Quién está detrás de esto?».
La respuesta llegó con una risita sin gracia, eludiendo una respuesta directa.
«La persona que intenta matarte y yo perseguimos el mismo objetivo. Pero su forma de tratar contigo es demasiado pedestre para mi gusto. He hecho algunas mejoras».
Raegan prosiguió, con tono inflexible: «¿Qué quieres decir con eso?».
La voz respondió con una calma desconcertante. «Considéralo una mejora importante. Hay suficiente potencia de fuego en este vehículo para convertir un rascacielos en polvo».
Una oleada de pánico recorrió a Raegan. Su instinto le gritó que detuviera el coche.
La voz de los altavoces soltó una carcajada cómplice. «Sólo una advertencia amistosa. En cuanto abandones ese asiento, pum. Todo salta por los aires».
Raegan, clavada en su sitio, gritó: «¡Estás loco! Esto es un asesinato. Lo que estás haciendo es un crimen».
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