Capítulo 587:

A Nicole le escocían los ojos de lágrimas no derramadas ante aquella visión.

Al notar su mirada, Roscoe se tapó apresuradamente e intentó levantarse.

«Quédate sentado», insistió Nicole, con la voz cargada de emoción. Extendió la mano y le tocó el hombro con cautela.

Roscoe volvió a sentarse, tratando de restar importancia a sus heridas. «No es nada, de verdad. Es sólo que ahora que lo he visto…».

Nicole, con el tono cargado de incredulidad, insistió: «¿Me tomas por tonto?».

En medio de un pesado silencio, la voz de Nicole tembló ligeramente.

«¿Esto es por el incidente del aparcamiento?».

Su mente volvió a los guardias, sus manos blandiendo armas siniestras, parecidas a cuchillas, que ella había confundido primero con látigos.

Esas mismas armas iban dirigidas a ella, pero Roscoe había interceptado el golpe, recibiendo el impacto en su lugar.

Cuando Nicole abordó el tema, Roscoe lo descartó con una frente estoica. «No es nada. He soportado cosas peores».

Nicole, movida por la preocupación, le desabrochó la camisa, revelando la cruda realidad de sus heridas. Confirmó las palabras de Jarrod. La existencia de Roscoe dentro de la dinastía Watts estaba plagada de penurias.

Cuando ella extendió la mano, Roscoe la agarró con ternura, deteniéndola. «Cuidado, te ensuciarás las manos», le advirtió.

Nicole inclinó la cabeza, notando el carmesí que ya se había transferido a su piel.

Con sumo cuidado, Roscoe le limpió la mano, asegurándose de que no quedara rastro de la terrible experiencia.

De repente, Nicole sintió una constricción alrededor del corazón y una sensación peculiar le punzó la nariz.

Había pensado que había perdido la capacidad de conectar emocionalmente con los demás, suponiendo que se había convertido en alguien insensible e insensible bajo la influencia de Jarrod.

Sin embargo, en medio de su agitación interior, anhelaba comprender sus motivos.

La duda se apoderó de ella. Temía que la respuesta revelara la falta de un propósito real detrás de sus acciones.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Nicole y cayeron sobre la piel de Roscoe. En voz baja, susurró: «No merece la pena, Roscoe…».

Roscoe perdió la compostura. El otrora hábil cirujano se sintió momentáneamente perdido, sus manos tanteaban mientras intentaba consolarla. «Nicole», dijo en voz baja, como una súplica.

Apartándose las lágrimas, Nicole esbozó una sonrisa y tomó las riendas.

«Date la vuelta. Déjame ver esas heridas», insistió.

La protesta de Roscoe fue débil. «No es necesario».

«No discutas. Sólo date la vuelta», insistió Nicole, no dispuesta a aceptar un no por respuesta.

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