Capítulo 1606:

Al amanecer, Nicole salió de su casa y paró un taxi.

Manteniendo una discreta distancia, Jarrod la siguió de cerca.

Observando la trayectoria del coche, Jarrod anticipó el destino de Nicole. Manteniendo una distancia de seguridad para evitar ser detectado, le siguió de cerca.

Como era de esperar, el taxi se detuvo en la entrada del sanatorio donde residía la madre de Nicole.

Nicole se apeó del vehículo y entró.

Las visitas de Nicole al sanatorio eran frecuentes y el personal se había acostumbrado a su presencia.

Al ver a Nicole, la saludaron cordialmente: «Señorita Lawrence, está usted aquí».

Nicole asintió con la cabeza y preguntó: «¿Ha habido algún cambio en el estado de mi madre en los últimos días?».

Esta pregunta era rutinaria para Nicole. Temía que incluso una breve ausencia pudiera hacer que se perdiera información pertinente sobre la salud de su madre. Sin embargo, no podía permitirse el lujo de ignorar por completo los asuntos externos y permanecer constantemente al lado de su madre.

Sin duda, Nicole albergaba el ferviente deseo de traer a su madre a casa, pero la oposición de Jarrod lo hacía una perspectiva inalcanzable.

Además, el sanatorio ofrecía instalaciones médicas completas, cruciales para el tratamiento de su madre, que no podían reproducirse en casa.

La enfermera respondió: «No hay cambios. Sigue igual que antes».

Recibir siempre las mismas noticias no desanimó a Nicole. A menudo, la ausencia de cambios era la noticia más reconfortante de todas.

Dora vivía en una neblina perpetua. ¿No era este estado una bendición? Si Dora despertara, ¿cómo se enfrentaría a la dura realidad de su familia rota?

Si era posible, Nicole deseaba llevar sola esta carga.

Dirigiéndose a la enfermera, Nicole pidió: «¿Puedo estar un rato a solas con mi madre?».

«Por supuesto, señorita Lawrence. De momento me voy. Si necesita algo, llame al timbre».

«Gracias».

Una vez que la enfermera salió, Nicole dirigió su atención a Dora, que permanecía sentada en la cama, fija en las delicadas flores que adornaban el alféizar de la ventana, inmóvil. Nicole la llamó suavemente: «Mamá…».

Dora no respondió, con la mirada fija en las flores del exterior, sin pestañear.

Nicole se acercó a Dora, envolviéndola en un tierno abrazo.

«Mamá…»

Nicole albergaba multitud de pensamientos, un torrente de palabras que clamaban por salir, pero no sabía por dónde empezar.

En este espacio sagrado, encontró consuelo al desahogarse de la miríada de pensamientos y presiones que habían pesado sobre ella, encontrando una medida de alivio en el acto mismo.

«Mamá… Mamá…» Al final, Nicole no reveló nada. Se limitó a abrazar a su madre, con las lágrimas cayendo por sus mejillas en un torrente de angustia. Con cada sollozo, el peso sobre sus hombros parecía aligerarse, como si sus lágrimas se llevaran una parte de su carga.

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