Yo soy tuya y tú eres mío -
Capítulo 1071
Capítulo 1071:
Arañaba fervientemente el suelo, con las uñas astilladas y ensangrentadas, ofreciendo un espectáculo lamentable. Su voz rasposa suplicaba ayuda: «Socorro… Rescátame… Sálvame…».
Pero los espectadores permanecieron indiferentes, con un comportamiento frío como la piedra, como si se limitaran a observar una representación teatral, sin ninguna inclinación a intervenir.
Aurora perduró tanto tiempo debido al arraigo de estas costumbres reprobables en la conciencia colectiva. Los oprimidos permanecieron invariablemente así, sin atreverse nunca a desafiar a la aristocracia, sin atreverse siquiera a alzar la voz.
Estos individuos desinformados se limitaban a cumplir los papeles que se les habían asignado durante siglos, nada más.
Sin embargo, la lucha desesperada de Casey consiguió grabar una profunda huella en sus corazones. Se negó a sucumbir, firme en su negativa a ceder, con cada mechón de pelo, cada centímetro de su piel haciéndose eco del desafío.
De hecho, la noción misma de «resistencia» se consideraba blasfema, un concepto prohibido que no se atrevía a contemplar la humilde población de Aurora.
Durante generaciones, los oprimidos habían inculcado diligentemente a sus hijos la noción de que la resistencia era un concepto prohibido, que no debía pronunciarse, y mucho menos llevarse a la práctica. Las consecuencias de la rebeldía no eran otras que la aniquilación total.
Sin embargo, al observar a Casey, no podían evitar percibirla como una persona verdaderamente intrépida. En lo más profundo de su ser, brotaron semillas de contemplación prohibida.
¿Podrían los sistemas extranjeros ofrecer una alternativa superior a su querida Aurora?
La firme negativa de Casey a ceder agotó por completo la paciencia de Davey.
Tras colocarla con firmeza en el asiento trasero, le administró un sedante.
Finalmente, Casey recuperó la compostura y dejó de forcejear. Tras varios intentos inútiles de mantener su mirada desafiante, sus ojos se cerraron gradualmente y sucumbió a un sueño profundo.
Cuando Casey recobró el conocimiento, se encontró atada a una silla.
Luchando por abrir los ojos, Casey se encontró inmersa en una oscuridad infinita, del tipo que oscurece incluso la visión de su propia mano ante su cara.
Esta situación devolvió a Casey al año del incidente del coche de sus padres. Durante aquel periodo de profundo dolor, experimentó ceguera inducida por el estrés, ¡y la oscuridad resultante se convirtió en una pesadilla inolvidable en su vida!
«¡Ah!» Tras unos instantes de silencio, gritó aterrorizada, su voz sonaba como si la hubieran abrasado las llamas. Su garganta, áspera y en carne viva, palpitaba de dolor por sus gritos.
De vuelta al restaurante, parecía que Casey había gritado hasta quedarse afónica. Sentía la garganta destrozada, y cada sonido y cada respiración le causaban un dolor atroz.
Sin embargo, consumida por el miedo, se resistió, reacia a revivir el momento de su ceguera temporal, negándose a sumergirse de nuevo en las profundidades de aquella pesadilla.
Entonces, un golpe sordo reverberó por la habitación.
Casey, acompañada de la silla, cayó al suelo.
La fuerza del impacto contra el duro suelo fue tan intensa que el brazo le palpitó como si estuviera a punto de fracturarse, y una oleada de entumecimiento le recorrió todo el cuerpo. Evocaba la sensación de ser un paciente inmovilizado en sus cuatro extremidades.
A continuación, unas manos grandes la ayudaron a ponerse en pie. Aquellas manos le acariciaron suavemente la cabeza antes de proceder a desatar una correa, devolviendo así la vista a Casey.
Ante ella había un hombre bañado en el suave resplandor de una araña de cristal, su figura aparecía adornada con un resplandor dorado, exudando un aura de refinamiento y dulzura.
Sin embargo, a Casey esta escena le pareció profundamente absurda. ¡Una máscara!
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