Vendida como novia de un magnate -
Capítulo 72 (FIN)
Capítulo 72: (FIN)
POV Gael.
“¡Papá! ¡Papá!”, fruncí mi ceño y miré la cámara.
“Espera, es lan”, le dije a Cristian en la videollamada, y luego puse la cámara para que lo observara.
“Dime, hijo… estoy en una llamada con tu tío ¿Quieres saludarlo?”.
lan tenía cara de preocupado cuando se frenó.
“Hola, tío”, saludó con su manita.
“Papá… mamá hizo un reguero de agua allá afuera y me pidió que te avisara cuanto antes”.
“¿Un reguero de agua?”.
“Si”, lan se mordió el dedo.
“Salió de sus piernas”. Literalmente tiré el celular de mis manos y corrí. Cuando llegué a la sala, Sofía tenía lágrimas en los ojos, y las piernas separadas.
“Creo que”, el corazón me latió con fuerza, y la mujer que ahora nos estaba ayudando, que tenía unos cuarenta y cinco años, se apresuró a llegar.
“Cuida a lan”.
“Yo quiero ir con mamá”.
“lan”, lo miré.
“Mamá necesita ayuda, tu hermana está por nacer”.
“Pero yo tengo que ir”.
“Cariño… no puedo”, Sofí se estremeció y yo iba de aquí para allá sin saber qué hacer.
Casi corrimos para los autos, y yo mismo me puse al volante sintiéndome muy mal al dejar a lan con su cara triste.
“¿Papá viene por ti en unas horas… ok?”.
“Ok, papá, te espero… no te tardes… estaré aquí, sin moverme”.
Él dijo tomándole la mano a Clara, pero sabía que lo dejaba con el corazón arrugado igual que el mío. El trayecto al hospital fue una carrera contra el tiempo. Sentía que mi corazón iba a salirme del pecho mientras manejaba a toda velocidad, ignorando cualquier límite de velocidad que se interponía en mi camino.
Sofía, que estaba en el asiento del copiloto, se llevaba las manos a su v!entre y se retorcía de dolor. Su respiración se volvía cada vez más agitada y sus g$midos de dolor llenaban el automóvil.
Finalmente, llegamos a la sala de emergencias del hospital. No podía esperar más. Ayudé a Sofía a salir del auto y la llevé rápidamente dentro del edificio, ignorando cualquier pregunta o mirada que nos dirigían los demás pacientes en la sala de espera.
Una enfermera nos recibió en la entrada y nos condujo a una sala de partos. Mientras esperábamos la llegada del doctor, Sofía se acurrucó en la cama, abrazando su v!entre y respirando con dificultad. La ansiedad me invadía.
Quería estar ahí para ella, para asegurarme de que todo saliera bien, pero me sentía impotente ante la situación.
“¡Dios!”
Según lo planeado, era una cesárea, porque Sofí había tenido a lan como emergencia, e incluso había una fecha, pero esta bebé se había adelantado y no sabíamos qué iba a pasar. El médico ya estaba al tanto, y cuando él informó que era demasiado tarde para una cesárea, sentí que mi pecho se comprimió.
“Vamos a que tenga un parto natural… no se preocupe, esto puede ocurrir”.
El doctor comenzó a preparar todo para el parto. Sofía estaba cada vez más desesperada, y yo no sabía cómo calmarla. Agarré su mano y la apreté con fuerza, tratando de transmitirle todo el apoyo que sentía en ese momento.
“No puedo… no puedo… me duele mucho… ¡Me duele!”.
“Sofía, cuando vengan las contracciones, utiliza toda tu fuerza”, el doctor le dijo, pero la veía sufriendo y sentí mucha preocupación.
“Doctor, ella se ve que…”.
“Papá… por favor, necesito que se calme usted también … ella puede”. Apreté mi mandíbula, y las lágrimas de Sofía en sus mejillas me mortificaron.
“Por favor… no quiero verte así”.
Sofí me miró, pero palideció en un momento y luego hizo la fuerza. Y después todo el trabajo de parto que pareció eterno, por fin escuchamos el llanto de nuestro bebé. El alivio y la felicidad inundaron la habitación. Sofía y yo nos miramos con lágrimas en los ojos, sabiendo que lo habíamos logrado juntos.
El doctor nos mostró a nuestra pequeña hija y la depositó en los brazos de Sofía. Era hermosa, perfecta. Sus diminutos ojos y sus cabellos oscuros eran algo irreal.
Sofía sonrió a pesar del agotamiento y extendió sus brazos. Sus ojos se encontraron con los de Isabella, y en ese momento, todo lo demás desapareció. Habíamos esperado tanto tiempo para conocer a nuestra pequeña, y finalmente estaba aquí, sana y hermosa.
Nos quedamos ahí, en ese momento de felicidad pura, sin preocuparnos por nada más en el mundo, Mi hija era la niña más hermosa que había visto, y quería como meterla dentro de mí.
“Gael… ella es preciosa”.
“Es igual a ti”, le di un beso en la frente.
“Te das cuenta… la familia ha crecido hoy… y siento una enorme gratitud por este regalo de la vida. Pensé que no lo iba a lograr”.
“Fue un susto tremendo”, ambos reímos, pero luego, un puchero de nuestra pequeña nos hizo fruncir la boca.
El llanto de Isabella incluso aturdió mi tímpano y una enfermera, vino a buscarla.
“La limpiaremos y pronto estará aquí… traté de descansar”.
“Puedo quedarme con ella… no estoy cansada”, la enfermera sonrió, pero, aun así, retiró la bebé de nuestros brazos.
Pocos minutos después, las lágrimas de alegría dieron paso a la tristeza. Recordé a lan, quien se había quedado atrás con cara de tristeza. Antes de tener tiempo para procesar la situación, Sofía dijo.
“Gael, debemos asegurarnos de que Ian venga, él estaba preocupado. No puedo dejarlo así, podemos traerlo aquí”.
Y en ese instante mi teléfono vibró.
Era Cristian.
“Espera, es mi hermano… Cristian”.
“¡Hermano! Estamos en camino”.
“Espera, ¿Por qué no nos traen a lan?”. Y en el siguiente segundo, escuché el grito de mi hijo.
“Papá… allá voy, no te preocupes”, las risas se escucharon en el auto, y miré a Sofía con una sonrisa.
“Gracias… avísale a la abuela también”.
“Ella va en camino también”
“Perfecto”.
Unas horas después, estábamos todos en la habitación con nuestra hija recién nacida en brazos de Sofí, y Lucia no dejaba de adularla.
“Eres muy fuerte… no me quiero ni imaginar”.
“¿Cómo se llama?”, preguntó lan con una sonrisa llena de alegría y Lucia lo alzó para acercarlo a la camilla.
“Tu hermanita, Isabella”, ofi le pidió que le diera un beso, y él lo hizo con sumo cuidado.
“¿Ella es Isabella Koch? ¿Cómo yo?”, todos rieron ante la pregunta de Ian.
“Por supuesto, cariño”, Sofí le respondió y lan se la quedó mirando.
“lsa… soy tu hermano lan. Te voy a cuidar mucho, nunca te dejaré sola”.
Y algo se destrozó en mí al ver a mi hijo. Pude notar como las lágrimas de Sofí se escurrían, pero todos hicimos silencio cuando él prosiguió.
“Yo seré como tu héroe… y te cuidaré y prestaré mis juguetes, ¿ok?”.
“Serás el mejor hermano”, apreté los hombros de lan y él me mostró su sonrisa.
“Lo seré, papá, lo prometo”.
“He llegado”, la abuela tenía un arreglo de osos y globos, y las mujeres solo hicieron un sonido.
“Qué bello”.
Pero cuando la abuela se acercó hacia Isabella, ella se estremeció por completo.
“Es… se parece a Marie”. El silencio que prosiguió fue absoluto, y tuve que pasar un trago duro.
“Es muy pequeña aún”, pero ella negó.
“Lo juro… tengo algunas fotos que les mostraré”, sus manos temblaron mucho, y Sofí fue la que tomó su mano.
“Si tú lo dices, te creo… ¿No crees que es un regalo precioso?”, mi abuela estaba compungida hasta su punto límite cuando asintió, y cuando Sofí le puso a nuestra hija en sus brazos, vi cómo la abuela reposó su rostro en la bebé y un sollozo salió de ella.
Miré a Sofía pasando un trago, pero fue indiscutible que aquí había pasado algo con ellas dos. Incluso Isabella se quedó quieta, y la abuela comenzó a decirle palabras que incluso nos impresionaron.
Después de unas horas, uno a uno se fue yendo, y Cristian se llevó a lan dormido en sus brazos. Agradecí que mi hermano se quedara con él esta noche, y noté como Lucia se despidió de Sofí, prometiéndole que estaría en casa mañana cuando la dieran de alta.
Dejaron a la bebé en la habitación, y cuando vi a Sofí dormir un poco en medio de la madrugada, tomé a Isa, como le dijo nuestro pequeño lan, y la arrullé en mis brazos.
No sé por qué razón el accidente de mi amigo, años atrás se me pasó por la cabeza. A veces había cosas que uno no podía entender ni tenían explicación, pero algo estaba conociendo. Los caminos tenían todo tipo de suelos, suelos que te ayudaban a afirmar tus pies con el tiempo,
Como hombre aún no me las sabía todas, pero mi experiencia desde que recibí mi primer golpe me había ayudado a madurar. Y bendita la hora en que me traicionaron, en que quisieron hacerme pedazos, bendita la hora en que incluso me llevaron a la muerte, porque esta misma me ayudó a vivir de nuevo, a ser un nuevo hombre y despertar de una pesadilla, que anteriormente llamaba vida.
Y algún día en que pudiera hablarles a mis hijos ya grandes, es lo primero que iba a decirles por experiencia.
“No se quejen, porque precisamente el hueco en donde te caigas, es el que te ayudara a llevar mejor el camino»
Volvimos a casa al otro día. A diferencia de la primera vez, Sofía no parecía haber tenido un bebé, y la casa se llenó de nuestra familia.
lan se mostró como un hermano mayor excelente, siempre dispuesto a ayudar y proteger a Isabella. Lo veía cuidarla con tanto amor y ternura que me llenaba el corazón de orgullo. Y Sofía, a pesar del cansancio y el sueño interrumpido, irradiaba felicidad cada vez que tenía a Isabella entre sus brazos.
Nuestra familia estaba más unida que nunca, y cada día me sentía más agradecido por tenerlos a mi lado. La llegada de Isabella había sido un regalo inmenso, uno que no podía haber imaginado en mis sueños. Y así, entre risas, llantos y noches de desvelo, comenzaba nuestro nuevo capítulo como familia de cuatro.
El magnate, que una vez compró una novia, ahora sabía que lo había obtenido todo.
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FIN
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