Una madre de alquiler -
Capítulo 3
Capítulo 3:
Amanda se dio cuenta de que a la niña le costaba entrar en confianza y de que aún le daba vergüenza estar con ella, lo que era lógico porque recién se conocían. Así que se sentó a su lado en la alfombra.
“¿Puedo jugar contigo?”
“Sí”.
“¿Te gusta el juguete de Peppa?” Intentó encontrar un tema que le interesara.
“Sí, mi padre me lo dio”.
“Qué bien, es muy hermoso”.
“¿Tú tienes un papá? ”
“Sí, lo tengo. ¿Puedes enseñarme a qué juegas? ”
“Claro.” La niña tomó unas muñecas y se las dio. A su manera, le explicó el juego y comenzaron.
Amanda hacía de la mamá e Lucy de la hija. Jugaron un largo rato y finalmente ella se relajó y entró en confianza, incluso la abrazaba. La mujer estaba muy a gusto con ella y disfrutaba de su compañía.
Parecía una locura, pero ya sentía que tenían un vínculo. Además, le provocaban mucha dulzura su ingenuidad e inocencia de niña.
Al mediodía, Anthony llegó a la casa para almorzar y encontró a su hija jugando con Amanda en la sala. Había algunos juguetes en la alfombra y, en cuanto lo vio, la niña corrió hacia él y le abrazó las piernas.
“¡Papá!”
“Hola, hija, ve a lavarte las manos para el almuerzo” dijo pasándole la mano por la cabeza.
“Está bien” contestó obediente y volvió hacia la alfombra, donde Amanda estaba guardando las cosas en una caja. El hombre subió a su cuarto a darse una ducha y a ponerse ropa más cómoda y después bajó.
Amanda llevó a Lucy a lavarse las manos y luego fueron a la mesa. La puso en su regazo y comenzaron a jugar y a hacerse cosquillas. La niña se reía sin parar y las carcajadas resonaban por toda la casa, por lo que Anthony se acercó a ver qué pasaba. Amanda puso a Lucy en su silla, pero la niña quería volver con ella. El padre se sentó y respiró profundamente.
“Lucy, es hora de comer”.
“Traeré tu almuerzo” dijo Amanda.
“Está bien” accedió la niña.
Todos se sirvieron la comida y la joven ayudaba a Lucy. Sabía comer sola, pero aún necesitaba ayuda para cortar. Anthony se quedó en silencio y cada tanto las veía interactuar. Esther almorzaba en la mesa con ellos porque ya era parte de la familia, y sonreía al verlas llevarse tan bien.
Más tarde, el hombre fue a su oficina y le pidió a la criada que llamara a Amanda. La chica dejó a Lucy jugando y fue a verlo. El ambiente de ese cuarto le parecía tenso. El joven le señaló la silla que estaba frente a él para que tomara asiento.
“¿Cómo te fue?”
“Mejor de lo que esperaba, su hija es encantadora”.
“¿Entonces aceptarás?”
“Lo haré” decidió Amanda.
“Bien, aquí tienes el contrato.” Ella firmó el documento y, en cuanto se lo dio, el hombre lo guardó en un cajón cerrado con llave y volvió su atención hacia ella.
“Si quieres usar este fin de semana para organizarte, puedes hacerlo, pero debes estar aquí el lunes.”
“Está bien, creo que será lo mejor”.
“Ya sabes las reglas: si algo se filtra, lo pagarás. En esta lista está todo lo que necesitas saber”.
Las reglas de la casa estipulaban que debía estar en la mesa con Lucy durante cada comida y ser puntual. La niña debía seguir sus horarios establecidos: todos los días se levantaba a las siete y veinte de la mañana para ir al preescolar, a donde debía llegar a las ocho de la mañana. Los jueves tenía clases de ballet a las cuatro de la tarde y, por las noches, se dormía a las nueve, o incluso antes, porque después de cenar iba a jugar un rato y se cansaba enseguida.
No podía salir sin permiso, debía preguntar antes. Podía llamar a Anthony solo en caso de una urgencia porque no le gustaba que lo molestaran por tonterías. Viviría en la mansión, pero no debía creer que tenía algún tipo de poder en la casa ni sentirse dueña del lugar; debía recordar que solo iba a ser la madre de Lucy.
En cuanto a la oficina y la habitación del hombre, el ingreso estaba prohibido. Por último, el almuerzo era a las doce y media, mientras la cena entre las siete y media y las ocho.
“Bien, gracias” dijo Amanda después de leerla.
“Ah, le agradaste a mi hija, así que cuídala bien”.
“Lo haré, jamás le haría daño”.
La chica volvió a la sala, se sentó en la alfombra y siguió jugando. Anthony, por su parte, se sentó en el sofá y empezó a juguetear con su teléfono.
“Papá, ven a jugar conmigo”.
“Estoy ocupado”.
“Princesa, ¿Qué tal si te duchas ahora?”
La niña aceptó, así que Amanda tomó los juguetes y los llevó a la habitación. Eligió un atuendo y fue a bañarla. Al terminar, se acostaron en la cama y Amanda le hizo un dibujo, tras lo cual Lucy se acurrucó con ella y se miraron con ternura.
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