Capítulo 4:

«¡Baja ahora mismo!», ordenó con firmeza.

Máximo, pensó. La voz era fácil de reconocer, al igual que su tono áspero.

«No», respondió con calma, acostándose de nuevo con su libro en la mano.

“Carolina, ¿Quieres que te arrastre hasta el comedor?», la amenazó. Parecía dispuesto a hacerlo; ella no lo dudaba.

«Para ser sincera, no quiero eso. De hecho, ya que estamos hablando de lo que yo quiero, ¿Por qué no me dejas en paz?», replicó decidida.

«¿¡Qué dijiste!?», preguntó incrédulo, sorprendido por su atrevimiento.

Carolina se sintió satisfecha. Si de verdad iba a arrastrarla, entonces, tendría que mostrarse de una vez ante ella. Además, se alegró de que se sintiera ofendido, después de cómo la había tratado.

“¿Es porque aún no te he pagado?», le preguntó, haciéndola temblar de rabia.

«¡Fuera de aquí!».

«¡Esta es mi casa!»

“¡Y también es la mía, ya que soy tu mujer!», replicó ella, dejándolo sin nada que decir. Sonrió, sintiéndose victoriosa.

Se giró de espalda a la puerta, y retomó la lectura.

Máximo irrumpió en el dormitorio y la vio tumbada boca abajo, vestida con un camisón corto que dejaba poco a la imaginación. No pudo evitar admirar las piernas tonificadas y el trasero bien formado. Tragó saliva y se acercó a ella.

¿Qué debo esperar de una mujer con un cuerpo así? Debe de haber sido muy fácil para ella divertirse con otros hombres, ¿Verdad? ¡Pero ahora es mía!.

Carolina sintió una presencia detrás de ella y frunció el ceño, incapaz de creerlo. Pero cuando miró a la pared, allí había una sombra.

Se giró con rapidez y se encontró cara a cara con un hombre alto. Tenía el cabello rubio y la piel ligeramente bronceada, lo que indicaba que había estado al sol. Llevaba unos vaqueros oscuros, un cinturón con una gruesa hebilla y una camisa verde claro abotonada que dejaba ver sus fuertes brazos. Notó cicatrices en uno de ellos.

No obstante, lo que le llamó la atención fue su rostro. El lado con cicatrices en el brazo y el cuello estaba cubierto por una media máscara. En el lado visible, comprobó lo guapo que era: labios algo carnosos, de un tamaño acorde con su rostro, nariz que parecía esbelta, pero no podía estar segura debido a la máscara. Sus cejas eran pobladas, a pesar de ser de color claro y sus ojos… eran verdes como esmeraldas. Pero brillaban con ira y desprecio.

«¿Estás satisfecha?», preguntó con los dientes apretados y los ojos llenos de furia.

Fue entonces cuando Carolina recordó que no debía mirarlo fijamente. Se lo había dicho el día anterior.

«No», respondió ella, recorriéndole el cuerpo con la vista antes de volver a su rostro.

«Eres bastante descarada para ser v!rgen», se burló mirándola de arriba abajo, curioso por ver hasta qué punto podría serlo.

«No soy v!rgen. Me casé, tuve mi noche de bodas y también un poco de acción en la oficina», replicó la chica con tono serio, mirándolo desafiante. «Por desgracia, mi marido es un idiota y un patán”.

Al acercarse a ella, Carolina percibió el perfume de Máximo. Era amaderado y le iba a la perfección.

«Te dije que no me miraras, ¿No?». Su tono era amenazador.

«No estoy ciega. Gracias a Dios», contestó ignorando la clara advertencia de su marido. «¿O qué? ¿Vas a sacarme los ojos? ¿Arrancármelos?

Conociéndote, no me extrañaría».

«¡No soy un monstruo! Lo dices por mi aspecto, ¿No?».

«¡¿Pero qué dices?! Perfecto, además de todo lo anterior, estás loco…». Una voz en el fondo de su mente le advirtió que guardara silencio. ¿Y si era como su padre? ¿Y si la pegaba?

Estaba sola en una finca aislada; Máximo era enorme, mucho más grande y fuerte que Gaspar.

Una bofetada suya podría destrozarle el rostro.

Mientras respiraba hondo, se acercó rápidamente a la chica, la levantó sobre la cama y la hizo arrodillarse ante él. Se inclinó hasta que estuvieron frente a frente.

“¡Ay! ¡Me estás lastimando!», se quejó, intentando zafarse de su agarre.

Máximo bajó la mirada hacia el camisón; sus pechos se encontraban desnudos detrás aquel pequeño trozo de tela. Aflojó el agarre y se dirigió hacia la puerta, que cerró de un portazo con frustración, antes de volver a centrar la atención en Carolina. Ella tragó con dificultad.

Empezó a desabrocharse los pantalones y ella supo lo que quería. Incluso si también lo deseaba, esta vez estaba decidida a ser dura.

Aunque no del todo, se dijo. Por tanto, antes de ceder, detuvo la situación.

«Discúlpame, Señor Castillo, pero esta pr%stituta está fuera de servicio esta noche», habló con amargura, viendo cómo sus ojos se abrían de sorpresa. «¡Por favor, vete!».

Señaló la puerta con rabia.

Máximo la miró con enojo y perplejidad. ¿De verdad lo estaba rechazando y echando de su habitación?

«Te deseo», dijo acercándose. Máximo era consciente de que se estaba volviendo adicto a ella.

«Estamos casados. ¿No es eso lo que hacen los esposos? ¡Esta debería ser nuestra luna de miel! Y si quiero tener hijos…».

«¡Ah!, ¿En serio? ¡Pues qué pena!», contestó la chica secamente. «Esta noche no trabajo. ¡Lárgate!».

El tono áspero de su voz la hizo parecer, a sus ojos, como una gatita enfadada con las garras fuera, pero encantadora.

Carolina tenía los ojos llenos de lágrimas, no solo de tristeza, sino de rabia y frustración. ¿Cómo podía ser tan insensible?

Máximo quería agarrarla por la fuerza y besarla.

Imaginó que, si lo hacía como antes en la oficina, ella sentiría la misma pasión y se entregaría a él.

Dio un paso adelante; sin embargo, Carolina, furiosa, le lanzó una almohada.

Él la vio y se echó a reír, tirando la misma al piso.

“¿Una almohada? ¡Parece más bien una invitación a tu cama!».

Carolina buscó a su alrededor y esta vez le lanzó el libro. Las gatitas también son muy peligrosas, con garras afiladas y dientes puntiagudos, pensó con amargura, sin esperar que tuviera el valor de lanzarle algo, por lo que no lo esquivó. El libro le golpeó el lateral de la máscara y sintió un ligero ardor en el cuero cabelludo.

Con los ojos muy abiertos, Carolina lo observó, incrédula. No esperaba que recibiera el golpe.

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