Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 130
Capítulo 130:
“Oh, Osvaldo fue a la cocina. Enseguida vuelve…“. Emilia habló con torpeza. “¿Pero en qué puedo ayudarte, Santiago?“.
“¿E–Emilia?“, preguntó antes de suspirar. “Lo que pasa es que necesito que me ayudes en algo“.
Santiago explicó la situación en pocas palabras.
“Bueno, puedes dejarla en casa de mi mamá. Pero dile que no haga ruido. Yo hablaré con Osvaldo, ¿De acuerdo?“.
“¡Gracias, cuñada! ¿Te dije hoy lo mucho que te amo?“.
“Sí, sí, claro“.
Emilia colgó justo cuando Osvaldo entraba en la biblioteca por lo que la vio con el teléfono en la mano.
“¿Hay algún problema?“.
“Llamó Santiago“, dijo Emilia, mordiéndose el labio inferior. Osvaldo entrecerró los ojos.
“Siéntate aquí, amor“.
“Oh, no… ¿Es un problema grave?“, preguntó, tendiéndole a Emilia un vaso de agua y sentándose a su lado.
Menos de cinco minutos después, era el hombre quien sostenía el teléfono.
“¡Osvaldo!“.
“¡No! ¡Le di una orden y Santiago me desobedeció!“.
“Amor, creo que ella le gusta mucho. ¡Y no es que el matrimonio de Jade sea bueno!“. Emilia lo sujetó del brazo y él chasqueó la lengua, deteniéndose.
“¡Pero se lo advertí, no solo como su hermano, sino como señor! Fue contra mis órdenes explícitas, ¡Y es mi maldito Subjefe! El segundo al mando, ¿Lo entiendes?“.
Se pasó la mano por el cabello. Emilia no pudo evitar admirar la vista. Osvaldo llevaba puestos únicamente pantalones de vestir, sin zapatos ni camisa, el cabello revuelto y se le veían algunos de los tatuajes que se hizo en el cuerpo. Desde que se casaron había ganado más musculatura.
“¿Por qué no dejas esto para mañana?“, preguntó ella, juguetona. Osvaldo entrecerró los ojos y se giró en su dirección.
“¿Intentas usar tu encanto para distraerme y salvarle el trasero a mi hermano, Emilia?“.
Ella se encogió de hombros.
“Depende… ¿Funciona?“. Como seguía desnuda, él le recorrió el cuerpo con la vista y, de inmediato, le puso la mano en el vientre para acariciarla.
“Definitivamente. Maldición, ven aquí“.
La llevó al dormitorio.
Mientras tanto, Santiago conducía a toda velocidad.
“Creo que será mejor que vuelva; Marcelo se enfadará“, dijo Jade.
“¡No soporto oír su nombre!“. Santiago apretó con fuerza el volante para no golpear nada. La chica había presenciado suficiente violencia por un día. “¡No te quiero cerca de ese imbécil!“.
“¡Pero si sigue siendo mi esposo! Intenté denunciarlo, ¡Pero la policía está en su bolsillo!“. Jade quería esconder la cara entre las manos, sin embargo, ni siquiera podía hacer eso. Cuando intentó defenderse poniéndose las manos delante de la cara, también se las lastimó.
Santiago detuvo el automóvil, se desabrochó el cinturón de seguridad y respiró hondo antes de volverse hacia la muchacha. En sus ojos se reflejaba el miedo.
Con cuidado, levantó la mano y le tocó la mejilla donde no estaba herida.
“Ya te dije que puedo ocuparme de eso“, dijo en voz baja, y ella parpadeó un par de veces hasta que comprendió sus palabras.
“No. No voy a matar a nadie“, se rehusó, sacudiendo la cabeza. “No puedo“.
“¡Calma, no llores!“. Se acercó para abrazarla, pero se detuvo por miedo a ser demasiado atrevido. La chica asintió, entonces, la sostuvo con fuerza. “Jade, solo quiero protegerte“.
“Lo sé. Te lo agradezco mucho, Santiago, pero no puedo“.
Agradecida… maldita sea, ¿Es eso todo lo que siente por mí, gratitud?, pensó.
Tenerla en sus brazos era como un bálsamo para él, como si el calor de su cuerpo lavara
Algunos de sus pecados.
“Te llevaré a la antigua casa de Emilia, ¿De acuerdo? En la que vivía antes de casarse. Marcelo no te encontrará allí. Jamás se atrevería a intentar entrar en una de nuestras
Viviendas. Puede que tu marido tenga influencia sobre esos policías inútiles, pero no tiene poder sobre nosotros“.
“Él…“. Lloriqueó suavemente. “Me dijo que no confiara en ustedes porque tienen negocios y él puede arruinárselos“.
“No lo hará porque si lo intenta, Osvaldo no se lo va a perdonar. Nadie se mete con nosotros, cariño“.
Jade notó que su corazón latía más rápido y fuerte. Santiago tenía un aroma que la calmaba, a la vez que la hacía desear más.
Cuando lo vio por primera vez, pensó que era uno de esos hombres guapos y encantadores de las películas, a pesar de su expresión seria. Él debió cuidarla después de que Jade contara lo del plan en contra de Máximo.
Santiago se ocupó de su protección en otras ocasiones, incluso cuando Emilia se lo pidió a Osvaldo. Y cada vez, se sentía más atraído por ella.
No negaba que Emilia le parecía hermosa, no obstante, cuando se enteró de que era una de las pretendientes de su hermano, descartó cualquier posibilidad. Incluso provocó a Osvaldo para que se diera cuenta de que le gustaba la chica.
Después de dejar a Jade en casa de los Sánchez, Santiago se dirigió a su apartamento.
Durante los últimos años, había vivido solo con algunos guardaespaldas, porque no podía negarse, ya que sustituía a su hermano hasta que este volviera con la mafia. Apenas entró, se quitó los zapatos y se dirigió a la cocina para beber un trago.
En el pasado, excepto cuando trabajaba o se encontraba muy cansado, Santiago nunca dormía en casa. Siempre andaba de fiesta, viviendo al máximo.
Por supuesto, algunas cosas tenía que mantenerlas en secreto porque, a pesar de ser como era, continuaba perteneciendo a la mafia. A menos que quisiera matar a todo el mundo, tendría que responder por saltarse las reglas.
Después de conocer a Jade, siguió saliendo, además de que su interés por las rubias. Aumentó de forma significativa. Sin embargo, siempre le parecían incorrectas, como si les faltara algo.
Después de unas semanas de ver a Jade más a menudo, supo con exactitud lo que quería: a ella.
Tras ducharse, se metió en la cama y pensó en la chica. ¿Cómo estaba? Ambos intercambiaron números de teléfono para que ella pudiera avisarle si surgía algún inconveniente, por supuesto, fue su idea. Si bien no se trataba de una mentira, quería sentirse más cerca de ella.
Mirando su teléfono, decidió enviar un mensaje. Tal vez ella no se hubiera ido a dormir, todavía, como él.
“¿Jade?“, escribió y esperó. Este le llegó.
Al no recibir respuesta después de treinta minutos, gruñó poniendo el aparato sobre la mesilla de noche.
Ella bien podría estar aquí… yo la cuidaría hasta que se recupere, pensó, y luego sonrió. No, cuidaría de ella para siempre.
Eran ya más de las ocho de la mañana cuando se despertó sobresaltado por el estridente tono de llamada de su teléfono. Lo alcanzó mientras gruñía.
“¿Hola?“, contestó con los ojos aún cerrados. Santiago estaba soñando que él y Jade estaban a punto de besarse.
“¡Tienes treinta minutos para estar en mi oficina!“.
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