Un destino difuso
Capítulo 42

Capítulo 42:

Iban a infartar al pobre viejo como continuaran amenazándolo y a Leo no podían perderlo, él era útil a su manera, ahí en ese barrio.

“Lo mismo te decimos a ti, Chata, quédate tranquila, haz lo posible por no salir. Ahora que vayamos al abasto te traeremos alimentos suficientes para unos días; así no tienes necesidad de exponerte, ¡Te necesitamos bien!”

“Nosotros sabemos cuidar a nuestra gente… pero es que ¡Lo que más me revienta! Es que esta pelea ni siquiera es nuestra… es de dos idiotas que querían jugar a niños grandes y resultaron matándose y poniéndonos a todos en peligro”

Sostuvo Martín.

Alejandro añadió:

“Vamos a mandar a tres de los hombres que entrenamos, solo por unos días, para que estén alerta y vigilen la zona. Ellos están bien entrenados y bien armados. ¡Ya no son los mismos tarados que salieron de aquí, Chata! De esta manera están ustedes más seguros..”.

“Es posible que se calmen cuando comprueben que los asesinos de su compañero, ya no están aquí y que ustedes no tienen nada que ver en el asunto”

“Yo tengo esperanza que así sea… Señor Alejandro, porque el problema fue netamente de índole personal, no fue por malos negocios, trampas o deudas de la empresa. Nosotros estamos limpios, en este particular”

“Bueno, Chata, ya te digo, tranquila, cabeza fría y eso sí muy alerta. Cualquier novedad, nos la haces saber de inmediato; estaremos al pendiente”.

“Gracias por todo, jefes, hablaré con los chicos para comunicarles sus decisiones e insistirles en que eviten provocaciones”.

“¡Eso es correcto, Chata! Recuérdeles que la guerra mejor ganada es la que nunca se hace. Hasta pronto amiga, cualquier novedad nos informas de inmediato”

Fabiana estaba contenta, el ambiente empezaba a calmarse, ya por lo menos no se oía ni se sentía aquel despelote loco de los meses anteriores.

‘¡Ay, no!’ Pensó.

‘¡Qué no se repita esa desagradable experiencia!’

Su salud, estaba de lo mejor.

Parece que las vitaminas formuladas por el médico eran las acertadas, y ya estaba terminando su tratamiento.

Le preocupaba lo otro…, lo del embarazo.

Eso sÍ que la ponía de cabeza, este pensamiento se cernía sobre ella como un péndulo a punto de caer.

Pero por hora estaba tranquila porque las ocupaciones de Alejandro le habían dado un respiro; mientras este hombre se mantuviera sumergido en su mundo, ella se sentía a salvo de su dictadura.

La única falla era que, ella sabía por experiencia, que cada período de calma traía uno de tormenta.

Así que hacía todo a su alcance para que el primero durara el mayor y mejor tiempo posible. Por lo demás: Quisiera haber tenido un conocimiento previo y más profundo sobre el uso de los anticonceptivos, pero la verdad era que unos meses antes, su interés y sus sueños estaban centrados en cosas muy diferentes; jamás en ese momento hubiera pensado en tocar ese tema, simplemente lo hubiera desechado por considerarlo fuera de lugar.

Además, en ese entonces, contaba con el apoyo incondicional de su madre, cuya presencia le infundía seguridad y protección, y que de haberse presentado el caso; que no era probable, ella estaría allí para aconsejaría y orientaría.

Ni a años luz, ella hubiera considerado la idea de verse viviendo momentos como estos que parecían de novela, eran completamente traídos de los pelos.

Fabiana, cerrando los ojos, Se desahogó con un profundo suspiro.

“¡Ah, mi mamá…, nunca pensé que pudiera llegar a extrañarla tanto… siento una nostalgia enorme y un gran vacío en mi corazón por causa de su ausencia! ¡Si mamá estuviera aquí…! Cuanto dolor y cuanta soledad me hubieran ahorrado. ¡Pero la culpa de todo esto la tiene Odín, por eso lo odio tanto!”

Su meta ahora era: buscar la manera de hacer contacto con su madre. El encierro, el miedo y la impotencia la habían paralizado por mucho tiempo ya; pero tenía que seguir luchando para librarse de ese yugo que la anulaba.

Además, ya no estaba tan desvalida ni tan vulnerable como al principio, si bien no podía decir a ciencia cierta que conocía del todo a su marido, porque eso sería una falacia; ya no le tenía ese temor que la paralizaba al punto de que llegaba a anularla en sus pensamientos y en su voluntad.

Ella también le había demostrado a este férreo hombre, que aunque todo jugaba en su contra y no contaba con aliados que la defendieran abiertamente, no se iba a dejar aplastar a su antojo; porque ella también hacía valer su dignidad como mujer y como ser humano.

Ella también estaba presente, aunque por momentos Alejandro parecía olvidario.

Definitivamente, necesitaba a su madre y ese tenía que convertirse en su objetivo inmediato, no sabía cómo; pero no sería una misión imposible, solo debía buscar la estrategia adecuada y seguirla.

Absorta en sus análisis, no se percató de la presencia de su esposo, que hacía unos minutos la estaba observando divertido.

Le causó gracia que su presencia no hubiera sido advertida por su distraída mujer.

“¿Cómo estás, Fabiana? ¿En qué estás pensando?”

La chica dio un brinco sobre su cama, sobresaltada.

Era la reacción natural que le producía la voz varonil y autoritaria de Alejandro, sentía como si este estuviera al tanto de sus pensamientos.

En su presencia nunca se sentía completamente a salvo.

“Uf… Alejandro pareces un fantasma, ni siquiera escuché tus pasos, pareces el hombre invisible. Si padeciera del corazón ya me hubieras matado. ¡Y para tu conocimiento no estoy pensando en nada!”

“¡No seas exagerada Fabiana! ¿No será que te come la culpa por estar tramando algo en mi contra?, esa mentecita tuya no se queda quieta… ¡Te encontré muy concentrada como para no estar pensando nadal”

“¡Ay, amigo! ¿Es qué ya no soy dueña ni de mis pensamientos? ¿Quieres meterte también en mi cabeza? ¡Cómprate un polígrafo para que me sometas a interrogatorios!, así no te quedas con la duda”.

“En primer término: ¡No soy tu amigo, soy tu esposo!, en segundo: Sí, tengo derecho a saber lo que te preocupa, porque ¿De qué otra manera puedo ayudarte? Después te da la «moridera” esa, que te dio hace unas semanas y luego el atrevido mediquillo, ese… que te atiende, tiene las grandes bolas de echarme la culpa a mí, de tus problemas existenciales”, dijo Alejandro fastidiado.

“Pero dejemos esto así, no vine a discutir contigo. En cambio, vine a decirte que te pongas linda, porque te voy a llevar a cenar a un lugar bonito y elegante; me he dado cuenta de que tienes razón cuando dices que no nos conocemos”

Fabiana pensó: ‘¿Cómo si no fuera algo obvio?’

“Vamos a tratar de limar asperezas Fabiana. Solo te pido que te portes bien… de ti depende que tengamos una linda velada; porque a veces tienes unas salidas que me desconciertan, y no sé cómo actuar contigo. El no tener el control de las situaciones me saca de quicio”.

Fabiana, entre sorprendida y desconcertada, no daba crédito a lo que sus oídos estaban escuchando.

¿La estaba invitando a salir, o estaba soñando?

¿Reconocer que ella tenía razón en algo…?

¡Era algo que le costaba digerir!

¿Sería que por un milagro del cielo, este hombre se estaba empezando sensibilizar?

De verdad no sabía que creer… simplemente decidió obedecer.

“¿Qué vestido crees que debo ponerme?”

“¡No sé, a ti todo te queda bien!, solo ponte algo que resalte tu belleza, ¡Quiero lucirte!”

Fabiana, por toda respuesta, se dirigió a la sala de baño y comenzó a prepararse para salir, solo esperaba que esta nueva experiencia con Alejandro no le dejara sinsabores.

Ya sobre las siete de la noche, los esposos Cruz, luciendo muy elegantes, salieron de su casa rumbo a la ciudad; seguidos por sus guardaespaldas, como era la costumbre.

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