Un destino difuso -
Capítulo 4
Capítulo 4:
“Es su padre, si quiere un consejo señorita no lo haga enfadar, puede hacerle mucho daño”, le aconsejó la mujer que la ayudó a vestir.
Fabiana tomó aire.
No había caso en seguir retrasando lo inevitable. Su padre apareció para dejarle algunas cosas en claro:
“Desde ya te exijo que te portes educada y comedida con los caballeros que te esperan, cuidado con pataletas de última hora. Sería muy triste que te quedaras huérfana de madre. Además… a ti te conviene, ganarás tanto o más que yo con este acuerdo”
Odín enfatizó y Fabiana se sintió horrorizada.
“Te acordé un excelente matrimonio. Alejandro es mejor partido que cualquier mequetrefe que tú te hubieras conseguido”
“¿Ganar, dices? Creo que he llegado al límite de mi asombro. Además, ¡Qué me importan tus negocios!”
Sin embargo, se encontraba sumergida en un mar de interrogantes que le quitaban cualquier posibilidad de paz, tranquilidad o cosa que se le pareciera. Por eso se atrevió a preguntar…
“¿Por qué hasta ahora Odín? ¿Por qué no estuviste presente en mi infancia? Yo necesitaba la presencia de un padre..”.
Se le quebró la voz pero continuó.
“¿Nunca sentiste curiosidad por verme crecer, por saber qué intereses tenía? ¡Me parece inaudito! ¡Ni las bestias abandonan a sus crías!”
“Ja, ja, ja”, rio Odín.
“Que graciosa eres Fabiana… ¡SÍ que eres sentimental! Ese defecto, con toda seguridad, lo heredaste de tu madre que es una tonta llorona”.
“Y para tu información, siempre estuve al tanto de todo lo que tuviera que ver contigo, solo que no tengo interés ni tiempo para esas majaderías que acabas de enumerar”
Le dijo con desprecio y continúo echándole el humo del habano por el rostro.
“No tengo corazón de niñera..”.
Le restó importancia a los sentimientos de Fabiana y a su necesidad de tener a su padre presente en su vida.
“Entonces, ahora me secuestras y quieres que cumpla con todos tus designios, ¿No es así? Yo solo soy un bien de tu propiedad para negociar”
“¡Cuida tus palabras jovencita, he sido muy tolerante contigo, no abuses! ¡Dejémonos de charlas! Y pasemos al salón que tu prometido está ansioso de conocerte”.
Cuando entraron al salón las miradas de ambos hombres se giraron hacia ella admirando su arrebatadora belleza y su porte.
Fabiana se irguió y levantó la barbilla, estaba consciente de que era una especie de mercadería en exhibición, pero aun así tenía su orgullo.
Sentados estaban Uriel Cruz y su hijo Alejandro, de rasgos viriles y muy apuesto, cabello bien cortado y barba en candado, con aspecto atemorizante, ojos penetrantes y sonrisa afilada.
Tomaban wiski y fumaban habanos, Odín se acercó para hacer las presentaciones mientras los ojos de Alejandro recorrían a Fabiana sin pudor.
‘Es más hermosa que en las fotos’, pensó Alejandro.
“Es todo un gusto conocerte Fabiana… te sentirás orgullosa de ser mi esposa”.
“Bienvenida a la Familia Cruz”
Esta vez fue el padre de Alejandro.
“Pasemos todos al comedor y celebremos la unión de las dos familias”
Odín levantó el vaso de whisky para hacer un brindis.
“¡Por los negocios!”
“¡Y el matrimonio!”
Los otros dos hombres también brindaron.
Fabiana se indignó, como se atrevían esos extraños a brindar por los negocios y por un matrimonio en el que ella no había sido consultada.
“¡Yo me retiro, no tengo nada que hacer aquí ya que ni siquiera se me toma en cuenta en las decisiones que afectan mi futuro! Acuerden ustedes lo que quieran, al fin y al cabo Odín me obligara a cumplir quiera o no”.
Fabiana no había terminado de hablar cuando Odín se giró y con el revés de la mano la abofeteó con tanta fuerza que le volteó el rostro rompiéndole la boca con la esmeralda de su anillo.
“¡No te atrevas a faltarnos al respeto! Tú te quedas, lo que trataremos esta noche tiene todo que ver contigo”.
Odín la tomó del brazo y la arrastró a la fuerza hasta el comedor, y allí susurrándole al oído le dijo:
“Como continúes dándole una mala impresión a tu futuro esposo lo lamentarás, si arruinas mis negocios yo arruinaré tu vida. Ya debes suponer lo que les pasa a los que no quieren cooperar”
“¡Eres un asqueroso sociópata!”, murmuró.
No supo si Odín la escuchó o no. Fabiana sintió asco por ese ser humano que era su padre y con el rostro marcado y la humillación aguándole los ojos no le quedó más remedio que obedecer.
“¡Dime una cosa! ¿Yo soy el pago de algún negocio que tú ya acordaste?”, exigió con la voz entrecortada.
“Alejandro es tu prometido y te casarás con él, eso es todo lo que necesitas saber. ¡Ahora cállate y colabora!”
Alejandro le sonrió a Fabiana maliciosamente mientras se llevaba un bocado de carme a la boca y lo saboreaba durante la cena.
Fabiana no estaba conforme con nada de lo que estaba pasando, en ese momento se sintió tan baja como ellos cuando tomó el cuchillo para cortar un trozo de carne sanguinolento de su plato.
Ella pronto sería medico así que sabía muy bien donde herir para sacar a una persona de circulación rápidamente.
Miró el cuchillo filoso en su mano y luego levantó la vista hacia Alejandro que la observaba con esos ojos audaces y una expresión de autosuficiencia.
Un oscuro pensamiento cruzó su mente al comparar el cuchillo con un escalpelo. Soltó el cuchillo sobre el plato dejándolo caer y horrorizándose de sí misma.
Había entrado en un mundo vil y salvaje, y comenzaba a parecerse a él.
“¿Sucede algo querida? Te veo muy tensa”
La voz profundamente masculina de Alejandro la sacó de sus pensamientos.
“No, nada, solo intento cortar este pedazo de carne medio cruda”.
“¿No te gusta medio roja?”
“No, prefiero que mi comida esté cocida cuando la como”
“Je, je, je, te salió escrupulosa la muchacha Odín”
Se rio Uriel.
El ambiente era afilado, cualquiera hubiera podido lanzar una hoja de papel al aire con la seguridad de que caería cortada por el medio como si la tensión fuera tan delgada como una navaja.
Alejandro ahí sentado cavilaba en sus pensamientos, cuando accedió a los planes de casarse con la hija de Odín Reyes estaba seguro de que era el mejor negocio que podría hacer, pero ahora, al conocer a esa delicada y hermosa mujer, con el rostro de un ángel y el cuerpo de una diosa no podía quitarle los ojos de encima.
Era demasiado digna, elegante, inteligente y mucha mujer para él, de eso se dio cuenta en cuanto la vio, pero claro, su orgullo estaba primero y él no lo aceptaría jamás frente a nadie, solo en su fuero interno lo reconocería.
‘Tenía planificado que todo esto fueran solo negocios. Pero ahora no me siento tan seguro… no puedo permitirme caer en las garras del amor o mis planes quedaran arruinados’, pensó Alejandro.
A cualquiera se le haría fácil enamorarse de una mujer como ella, incluso a él.
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