Un destino difuso
Capítulo 11

Capítulo 11:

“¡No, ahora no!”, respondió Alejandro por ella.

Se notaba claramente la animadversión que había entre ellos.

Amalia hizo un movimiento brusco de cabeza, para demostrar su desacuerdo y siguió caminando.

Fabiana pensó:

‘No sé qué embuchado tengan estos, pero debo tener cuidado’.

Para entrar a la casa tomaron el pasillo exterior y entraron por una puerta lateral que conducía a otra a la de la casa. Alejandro se detuvo un momento y le dijo:

“Mira, ahí tienes la biblioteca, está bien surtida, contiene libros de todos los temas. Está a tu disposición”, y después continuó.

“Al fondo y a la derecha está mi oficina y es mi zona de trabajo. Allí no tienes libre acceso. Como te dije antes, está prohibido para ti”.

Por el pasillo frente a la biblioteca puedes retornar a la sala comedor. Nos vemos más tarde para cenar.

Fabiana entró a la biblioteca intrigada, este hombre debía esconder sucios y peligrosos secretos.

¿Qué era lo que este hombre ocultaba?

¿Por qué tanta restricción?

¿Acaso no se daba cuenta de que esto despertaba más su curiosidad?

La biblioteca era una habitación pequeña relativamente, con paredes forradas por estantes llenos de libros, un escritorio con su respectiva silla, lámparas de pata para lectura y completaba el mobiliario, un juego de recibo conformado por amplios y mullidos sillones de cuero en color marrón.

Fabiana se sintió como una niña en una tienda de juguetes.

Era una consumada lectora; comenzó a pasear su mirada por la estantería para darle un recorrido a grosso modo y luego se concentró más detalladamente para darse cuenta de los temas contenidos en los libros por si encontraba algo de su interés.

Después de un buen rato hurgando aquí y allá, exclamó:

“¡Hurra!”

Sus ojos se iluminaron de emoción.

Había dado con un compendio de anatomía del cuerpo humano.

¡Cómo se iba a deleitar!

Eran varios tomos, dedicados al estudio de cada órgano del cuerpo.

Tomó el número uno; era un libro grande de color rojo con letras doradas y correspondía al estudio de la cabeza y todas y cada una de sus partes: cráneo, cerebro, ojos, nariz, boca… llevó el libro al escritorio y allí hojeándolo perdió la noción del tiempo.

‘¡Qué bueno!’, pensó Fabiana, el estudio de estos libros me ayudará mucho a despejar mí cabeza y apartar un rato mis pensamientos de esta situación tan horrible, mientras hago lo posible por encontrar la salida.

Estaba concentrada en su lectura en la semi oscuridad de la habitación, cuando escuchó pasos y murmullo de voces en el pasillo; aguzó su oído y pudo distinguir la voz de Alejandro un poco sobresaltada que indicaba a otros algo como:

“¡Llévenselo y manténgalo amarrado a ver si para mañana recuerda mejor!”

El corazón de Fabiana empezó a latir fuertemente, su prudencia le decía que no saliera, pero su curiosidad la dominó y corrió a asomarse para ver lo que pasaba.

Alzó su vista para tratar de dilucidar lo que le parecía, acaba de escuchar y apenas en el claro obscuro de la tarde pudo distinguir dos siluetas de hombres que llevaban casi arrastrando a un tercero que g$mía de dolor.

Quedó horrorizada, un grito quedó ahogado en su garganta. Instintivamente, dio un salto hacia dentro de la habitación, quedando en el más absoluto silencio.

Espero un tiempo prudencial, hasta asegurarse de que Alejandro y sus hombres habían desaparecido.

De inmediato, corrió a recoger el libro de anatomía que estaba aún sobre el escritorio a fin de colocarlo en su sitio; luego se dirigió a otro estante y tomó una novela de Agatha Christie y salió de prisa buscando subir la escalera y llegar cuanto antes a su habitación, no quería ser descubierta y acarrearse un tremendo problema…

O peor aún, que prescindieran de su presencia…

La habitación estaba en penumbra como estaba su estado de ánimo.

Ahora, tres meses después, podía sentir la misma sensación que sintió entonces; fue su primer encuentro con el trabajo en que se desempeñaba su marido.

Recordaba no poder dar crédito a lo que sus ojos habían contemplado.

En ese momento no tenía la menor idea de que eso que había visto no era sino el tráiler de una película de terror que le había tocado vivir desde entonces.

Fabiana movió la cabeza de un lado otro, como diciéndose a sí misma:

¿Qué he hecho yo para tener que vivir este horror?

¿Qué le debo a la vida?

“¡No entiendo!”

Y sonriendo a manera de consuelo, recordó un dicho popular que su madre en ocasiones le decía: ‘unos nacen con estrella y otros nacen estrellados’.

“¡Uf!”

¿Qué sería de su madre?

El pensar en ella la llenaba de tristeza.

Ahora, que tenía una idea de lo que estos desalmados eran capaces de hacer, podía imaginarse un poco lo que su madre tuvo que haber sufrido.

Tenía la esperanza de volver a verla y de sentarse con ella a escuchar su versión de los hechos.

En este momento se sentía tranquila.

Estaba pasando un buen tiempo con su mejor amiga y confidente:

La soledad.

En este sistema de cosas que ocurrían en su diario vivir, donde no era dueña de sus actos, sino que estaba controlada y vigilada constantemente.

Cuando no por el propio Alejandro, por Santiago, su íntimo e inseparable amigo o alguno de los hombres que le asignaba según su capricho, rotándolos de manera estratégica; porque era claro que este hombre no confiaba en nadie… o tal vez… solo en sus mastines; por aquello de que ‘el perro es el mejor amigo del hombre’

Tenía que aprovechar al máximo este regalo invalorable de pasar tiempo consigo misma, con sus pensamientos, sin el riesgo a ser interrumpidos por la voz o la presencia indeseada de su esposo.

O, de ser mandada a llamar, para ser castigada o para ser el juguete de placer de Alejandro que la tomaba o la dejaba a su antojo sin su menor consentimiento, simplemente, era un objeto de uso según las necesidades de su mente retorcida.

No tenía libertad ni siquiera para trabar amistad con el personal de limpieza o la señora Julia, que además de ser la encargada de la cocina, fingía como ama de llaves.

En fin, se notaba que era una persona de confianza de la Familia Cruz.

El otro día entró a la cocina con la intención de charlar un poco con ella y romper el hielo:

“¿Cómo está, señora Julia?, se ve usted ocupadita y como siempre, haciendo maravillas para consentirnos”.

“¡Ah! Fabiana, qué gusto verte, ¿Qué te trae por aquí?”

“Quise venir a estirar las piernas; la lectura me entretiene mucho, es algo que disfruto de veras, pero también necesito el contacto con personas de verdad, porque las del libro no me responden..”., dijo sonriendo.

“Si, claro que es bueno que salgas y disfrutes de la piscina y tomes el sol para que te broncees un poquito a ver si le das más color a tus mejillas; hay ratos en que se te ve muy pálida”.

“Debe ser el encierro, cuando me meto en los libros, me olvido por completo del tiempo; se han convertido en mis mejores amigos; a través de ellos viajo, conozco lugares maravillosos y exóticos, aprendo mil cosas… y lo mejor de todo es que ellos no se cansan de mí”.

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