Mamá psicóloga -
Capítulo 58
Capítulo 58:
POV Jeremías
“Volveré lo antes posible”
Me alejo de ella antes de que comience a dudar si realmente debería quedarme un poco más y subo a mi auto para encontrarme una vez más con los documentos que el informante dijo para mí.
Paso una mano por mi cabeza mirando por el retrovisor hacia la mujer que sigue de pie en la entrada principal.
Me parece haber vivido este momento años atrás, antes de que mi hermano muriera, antes de que tuviera a mis hijos.
Pienso entonces en que quizás en aquel momento tampoco era feliz y me admito a mí misma que quisiera tener mucho más de Lizbeth en mi vida y en la de mis hijos.
Conduzco en silencio hacia la ciudad, me detengo en la sede para rebuscar algunos papeles más antes de ir donde mi tío para encararlo.
Paso una mano por mi cabeza.
Luego tomo el café que preparó mi asistente como cada mañana y ni siquiera he dado el primer sorbo a mi café cuando veo el sobre oficial con el sello de un juzgado.
El café cae de mis manos, corro hacia la mesa con prisas y rasgo la carpeta para comprobar que efectivamente mi madre me ha demandado.
Había visto una copia, pero esta orden de presentación en corte no tiene vuelta atrás.
Dejo el café sobre la mesa.
Hago una bola de papeles, el estúpido citatorio y decido terminar lo antes posible con el tema de mi tío para después poder ocuparme completamente de mi madre.
POV Lizbeth
Dos días después
No puedo evitar preocuparme por Jeremías, ayer lo llamé, pero no contestó y aunque he intentado de todo para que Lucía hable, pero solo he hecho que se aísle más, ni siquiera ha querido salir de su habitación.
Por no hablar de entrar a la sala de estar, aunque con ese ambiente lúgubre que acompaña ese cuadro, incluso yo evito pasar mucho tiempo ahí.
“Les prometo que iré por ustedes en unas horas”, digo terminando de acomodar el moño en la cabeza de mi hija.
“¿Por qué no me dices si te gusta este peinado?”
Miro a la niña desde mi reflejo, pero ella hace los gestos con su mano.
Resoplo, frustrada.
Luego la tomo en brazos para bajarla de la silla donde la he puesto para peinarla, e intento hablar con calma.
“Nena, ¿No confías en mí?”, cuestiono acariciando su rostro.
“¿Por qué no me dices, aunque sea una palabra Lulu?”
Beso su frente.
“No me iré a ningún lugar, ¿Lo sabes?”
La niña, frente a mí niega.
Ella baja de mi regazo como regaño mentalmente cuando corre fuera de la habitación y me digo que debo tener paciencia.
Ella en algún momento, cuando esté lista y si soy constante me dirá alguna cosa.
Paso una mano por mi rostro para desestresarme.
Miro una última vez mi rostro en el espejo.
Camino hasta la cama donde dejé la bolsa qué debo llevar con mi madre y bajo las escaleras con el folleto para mi examen final colgando de mi mano.
Los niños están sentados en las escaleras del porche.
Lucas tiene a su hermana sujeta del brazo mientras hablan de alguna cosa y cuando ambos me ven, se ponen en pie.
Me siento mal cuando mi niña me mira con temor y se oculta tras su hermano.
“Cariño, discúlpame”, pido.
“Solo quiero escucharte llamarme mamá…”
Trato de ir por esa vía, pero Lucas responde por ella abrazase a mi cintura, mientras su hermana hace lo mismo.
“Lulu, no está enfadada”, me responde.
“Ella no quiere hablar, pero dice que si quiere que seas su mamá”.
“Gracias, tesoro”, respondo antes de inclinarme para besarlo a ambos.
Después les pido caminar hacia el coche que el chófer dejo para mi hoy en la mañana, he estado pensando mucho en lo que está pasando con Jeremías.
Aunque él dijo que no debía meterme, no pienso quedarme simplemente sin hacer nada, así que primero llevaré a los niños con su madre, haré mi examen y luego iré a hablar directamente con mi suegra.
Jeremías no merece nada de lo que está sucediendo, los niños no merecen nada de lo que está sucediendo y definitivamente pienso tratar de hacerle entender eso a su madre.
Subo al auto y conduzco con cuidado.
Mi madre me saluda con un pequeño beso en la mejilla, pero no tengo mucho tiempo, ya que mi examen comienza en media hora.
Llego a la universidad justo diez minutos antes de que comiencen a evaluar a mis compañeros, tardo casi una hora en conseguir que al final llegue mi turno y estoy tan nerviosa que apenas termino de responder cada una de las preguntas de mis profesores.
Uno de mis compañeros tiene que llevarme hacia las escalerillas del podio donde acabo de exponer todos mis conocimientos.
Mis manos tiemblan mientras tomo el móvil que ha comenzado a vibrar dentro de mi bolsa, le agradezco a mi amiga por traer un poco de agua antes de dejarme sola para contestar mi llamada.
“¿Hola?”
“¿Qué tal el examen?”
La voz de mi esposo hace a mí ya emocionado corazón latir todavía más de prisa.
“¿Lo conseguiste?”
“Aún no han dicho las notas”, respondo.
“Pero espero no haber tirado cuatro años de mi vida a la basura…”
“Estoy seguro de que eso no sucederá”; responde.
“Lamento no contestar cuando llamaste, sé que dije que si necesitabas algo lo hicieras, pero ayer realmente fue complicado”.
“¿Complicado?”, pregunto genuinamente curiosa.
“¿Acaso las cosas con tu madre se pusieron…”
“No, no tienes de qué preocuparte”, insiste.
“Te llevaré a cenar en la noche para celebrar, así que no te preocupes por…”
Alguien llama a todos los estudiantes.
Maldigo antes de interrumpir rápidamente a mi esposo diciéndole que iré a saber el resultado de las notas.
Corro junto a mis compañeros de curso hacia el salón donde el jurado nos entrega algunos sobres sellados y siento mi corazón detenerse una vez más cuando oficialmente me entregan la licencia de medicina.
Las ganas de llorar se hacen intensas.
Mi felicidad es casi abrumadora y aunque debería irme a beber con mis compañeros prefiero ir con mi familia.
Llego a casa de mi madre unos minutos después, le muestro mi licencia oficial como psicóloga y después de muchos llantos tomo a mis niños para ir a hacer lo que realmente debo hacer hoy.
“Mamá te prometo que mañana iré al hospital para mostrarle a papá”, digo una vez en la entrada.
“Pero ahora realmente necesito solucionar algunas cosas”, la abrazo.
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