Capítulo 1997:

Raphael dudó, pero luego prefirió no expresar su pregunta inicial sobre por qué Elissa se había deshecho de su elegante ropa si estaba tan preocupada por su aspecto.

Comprendió que la decisión de Elissa no se debía sólo a la falta de espacio, sino también a que estaban pasando por un mal momento económico.

Con eso en mente, Rafael le ofreció algunas verduras, diciendo: «¡Prueba esto; es nutritivo y saludable! Sólo dime qué te gustaría comer, ¡y me aseguraré de traértelo!».

Al oír eso, Elissa se sintió conmovida.

Pensó para sí misma que aunque Raphael no tuviera un gran regreso, sus habilidades le conseguirían un trabajo decente para mantener a su familia.

Estaba dispuesta a compartir el resto de su vida con él.

Pero se guardó estos pensamientos para sí.

Mientras Raphael se preparaba para irse a trabajar, Elissa le entregó una botella de agua.

Normalmente, Rafael no necesitaría esto porque su ayudante solía encargarse de esos detalles, pero los tiempos habían cambiado.

Ahora, tenía que valerse por sí mismo.

Antes de marcharse, Elissa le enderezó el traje y le dijo suavemente: «Cuídate. Hasta luego».

Rafael sonrió y le acarició cariñosamente el vientre.

Luego se fue.

De vuelta en casa, esperando el regreso de Raphael, Elissa se sentía un poco aburrida y dulce al mismo tiempo.

Era una persona tranquila que solía leer un libro mientras Rafael trabajaba.

Últimamente, había empezado a aprender a tejer un jersey para su bebé.

Aunque tenía algunos ahorros, Elissa sabía que necesitaba adaptarse a su estilo de vida actual.

Comprendió el orgullo de Rafael; no aceptaría su dinero.

Elissa estaba decidida a compartir tanto los buenos como los malos momentos con su marido.

El tiempo pasaba rápidamente mientras ella se dedicaba a tejer.

Elissa se había acostumbrado a su nuevo hogar, pero Rafael parecía cada vez más ocupado con el trabajo, como lo demostraban veladas como la de esta noche, en la que ya eran las ocho y media y por fin regresaba.

Elissa intuyó que algo iba mal, aunque Rafael nunca habló de su trabajo con ella.

No se entrometía, sino que le recibía con un cálido abrazo cada vez que llegaba a casa.

En tono amable, dijo: «Descansa. Te calentaré la cena».

Rafael, preocupado por su bienestar, la agarró de la mano e insistió: «¡Ya me encargo yo!».

Elissa sacudió la cabeza y dijo: «No te preocupes. No estoy agobiada en absoluto. Soy tu mujer, Rafael. Deja que cuide de ti. Si no, ¿cómo me las arreglaré con nuestro hijo en el futuro?».

Rafael no discutió más.

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