Capítulo 1821:

Tras terminar la llamada, bajó la vista hacia el informe de la prueba de paternidad, tocándolo con emociones encontradas. Había visto a la niña unas cuantas veces y le parecía bastante adorable.

La niña se parecía a él, pero también a Olivia. La niña era muy delicada. Tenía el pelo negro, ligeramente rizado. Era evidente que de mayor sería tan hermosa como su madre.

Ese pensamiento hizo que Rafael apretara las manos. Ansiaba abrazar a su hija y besarla en la mejilla. Desde la muerte de su padre, Kiley le había parecido una persona diferente. En su memoria, Kiley siempre le había instado a trabajar duro y a buscar algún día venganza contra la familia Evans.

Con el tiempo, la personalidad de Raphael sufrió una transformación. Cuando Raphael empezó la universidad, se cruzó en su camino con Olivia, cuya presencia trajo una radiante alegría a su vida. Estar con ella le hacía increíblemente feliz. Sin embargo, se sorprendió al descubrir más tarde que Olivia era hija de Mark. En consecuencia, pusieron fin a su relación.

Se convirtió en un recuerdo agridulce para él. No podía evitar añorar el calor y la compañía que una vez compartieron.

Después, Rafael condujo de vuelta a la empresa. En cuanto aparcó el coche, Sharon abrió la puerta y le preguntó en voz baja: «¿Dónde has estado? ¿No te das cuenta de la importancia de este proyecto multimillonario? Hemos tardado más de seis meses en cerrar el acuerdo con el Sr. Douglas».

Sin embargo, Rafael se limitó a mirarla con indiferencia. Salió del coche y se dirigió al vestíbulo mientras Sharon seguía parloteando. Finalmente, Raphael no pudo tolerarlo más y dijo fríamente: «Basta. Nunca olvides tu lugar».

Sharon se quedó estupefacta ante su comentario. Al cabo de un momento, murmuró: «Pero si estamos prometidos, Rafael».

«Bueno, al menos no estamos casados», replicó Raphael.

Sharon argumentó: «Prometiste casarte conmigo, ¿no?».

En tono sarcástico, Raphael replicó: «Si eres tan impaciente, quizá deberías pedirle a mi madre que se case contigo. Al fin y al cabo, fue ella quien te hizo esas promesas».

Los empleados escucharon su conversación pero fingieron estar absortos en sus propias tareas. Sin embargo, Sharon sabía que se burlarían de ella en secreto. Sintiéndose profundamente avergonzada, bajó la voz y murmuró: «¿Tienes que humillarme así, Rafael?».

Cuando entraron en el ascensor, estaban solos. Raphael dijo despreocupadamente: «Ahora estamos solos. Seamos sinceros, Sharon. Aunque no quiera casarme contigo y siga ignorándote, ¿estás realmente comprometida con esta relación como afirmas? El mes pasado, gastaste tres millones de dólares en un preparador físico. Este mes, estás encaprichada de un modelo masculino, ¡y hasta le has comprado un lujoso coche deportivo!».

Al oír lo que decía, Sharon se quedó de piedra. No esperaba que Rafael la estuviera vigilando, lo que la dejó avergonzada.

Es más, Raphael parecía despreocupado cuando sacaba estos temas. Parecía no sentir nada por ella, y probablemente por eso ni siquiera le importaba con quién pasaba el tiempo.

Sin poder contenerse, Sharon maldijo: «¡Bastardo, Raphael!».

En tono distante, Raphael replicó: «¿Yo soy el bastardo? ¿Pero no eres tú la que se divierte con esos hombres? Mi querida prometida».

Su voz destilaba sarcasmo.

Justo cuando Sharon estaba a punto de estallar, el ascensor llegó al último piso. Leonel estaba fuera, mirándoles con una sonrisa cómplice.

«Ah, ahí estás, Jones. Por fin te acuerdas de que tienes una empresa que dirigir, ¿eh?».

El dúo se sintió bastante avergonzado al oír su comentario. Por el contrario, Leonel se rió aún más alegremente. «No me digas que llegas tarde por culpa de una compañera. Si es así, la señorita Yeats se pondrá furiosa contigo».

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