Capítulo 1201:

La respuesta de Albert quedó suspendida en el aire, sin confirmar ni desmentir.

El silencio los envolvió un momento antes de que Jessie volviera a hablar, esta vez con voz más suave. «¿Por qué me has traído aquí?»

En la mano extendida de Albert la esperaban un vaso de agua y una pastilla.

«Tómate esto», le dijo con suavidad. «Te ayudará a aliviar el malestar de la resaca».

Jessie se dio la vuelta, y su mano se estiró para derribar el vaso de agua, oscureciendo las sábanas en un instante. Pero ella no se inmutó.

En lugar de eso, desató su furia sobre él. «¿Por qué me has traído aquí? Sr. Waston, ¿este lugar no guarda ningún recuerdo para usted? Cuenta cuántas noches hemos compartido en esta cama. ¿Qué es esto? ¿Es ésta tu retorcida forma de misericordia ahora que has atado cabos con otra mujer? Si has terminado conmigo, ¿por qué te quedas a mi lado? Mi bienestar no es asunto tuyo. ¿Lo entiendes? No es asunto tuyo».

Sus palabras flotaban en el aire mientras lo miraba con el pecho agitado y los labios temblorosos.

No importaba cuánto lo intentara. No importaba cuántos votos hiciera para olvidarle, la amargura surgía de nuevo cada vez que recordaba el día de su boda. Le odiaba con todo su ser.

Albert la miró en silencio.

Su paciencia era inquebrantable. A pesar del agua derramada, volvió a llenar el vaso y la instó a tomar la medicina.

Tras varias protestas fallidas, Jessie tragó la pastilla en seco. Con determinación, se dispuso a marcharse, apartando las mantas.

Pero antes de que pudiera escapar, Albert la agarró por la muñeca.

Con voz suave, Albert dijo: «Aún no te he dado la cuenta.

¿Quieres desayunar conmigo?»

La mente de Jessie se quedó en blanco por un momento, recordando los acontecimientos de la noche anterior. Quinientos millones de dólares cambiaron de manos, una transacción de la que ahora se arrepentía. Ella no quería su dinero.

Mirando sus manos entrelazadas, exigió: «¡Suéltame!».

Pero Albert se mantuvo firme, con un tono indiferente. «Te entregaré los quinientos millones si compartes una comida conmigo».

Los labios de Jessie temblaron ligeramente.

Al encontrar su mirada, le dio una rápida bofetada en la mejilla. Luego, con determinación, empezó a desabrocharse la camisa. «Acabemos de una vez. Cenar contigo me da más asco que acostarme contigo».

Entonces se desabrochó la camisa, dejando al descubierto un sujetador negro de encaje.

Su cuerpo juvenil desprendía belleza y encanto.

Se reclinó en la cama, cerrando los ojos. «¿No es esto lo que quieres, Albert? Deja de fingir conmigo».

Estaba siendo testaruda, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Una presencia reconfortante la envolvió, carente de posesividad. Albert la abrazó suavemente.

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