La novia vendida al magnate -
Capítulo 52
Capítulo 52:
POV Sofía
Sus ojos brillaron con fuerza, su mirada se puso intensa, y luego alzó mi mandíbula con sus dedos.
“Serás mía con todo y ley, y seré el hombre más afortunado de todos, nada ni nadie podrá separarnos jamás… y seremos una hermosa familia”.
Mi alma vibró, pero asentí, y sus brazos me envolvieron.
Después de una comida en una conversación donde mi mente estuvo dispersa, me fui nuevamente a la habitación, y no sé por cuanto tiempo dormí, pero cuando me levanté ya era de noche y la casa se notaba silenciosa.
Bajé lentamente las escaleras, las lámparas estaban un poco tenues y noté una luz encendía en el despacho de Diego.
No me asomé, me quedé entre las paredes, cuando escuché que él estaba con alguien más, hablando en voz baja.
Mi curiosidad se despertó, y me acerqué lo suficiente para escuchar parte de la conversación.
“Necesito que mantengas vigilancia constante sobre Sofía. No confió del todo en lo que dijo sobre esa supuesta mujer, y no puedo permitir que se convierta en un problema. No quiero errores… investiga más”.
“Si, señor… estaré atento”.
“Bien. Mañana por la noche saldré con ella, trata de acelerar lo que te encargué”.
“Si, claro que sí”.
Las palabras de Diego me helaron el corazón Sabia que debía tener cuidado.
Mi vida estaba en riesgo, y el tiempo se agotaba Debía seguir el plan de Cristian y descubrir la verdad detrás de la desaparición de Gael, pero hacerlo sin levantar sospechas era un desafío cada vez mayor.
El juego que estábamos jugando se volvía más peligroso con cada movimiento, y sabía que debía ser astuta y estar un paso adelante de Diego si quería sobrevivir y sobre todo, si quería sacar a mi hijo de toda esta porquería.
Agradecí estar descalza y me deslicé a mi habitación. El corazón me latía con fuerza, y luego, con manos temblorosas, saqué el otro teléfono nuevo, que Cristian me había dado, solo y exclusivamente para enviar mensajes cortos Incluso no podía pasarme de ciertos caracteres, y tecleé rápido.
“Desconfía de lo que dije, hay un hombre vigilándome”.
Envié el mensaje y esperé unos minutos.
«Bien, avísame cualquier otra cosa, tendré los ojos sobre ti”.
Pasé un trago grueso, y volví a apagarlo.
Escondiéndolo de la vista y allí fue cuando escuché que la manilla se giraba y me tiré a la cama.
“¿Sofí?”.
Me hice la completa idiota y me giré restregándome los ojos.
“Diego”.
“¿Descansaste?”.
Asentí sentándome lentamente y él sonrió.
“Me alegra que todo se haya aclarado entre nosotros”.
“Creo que también me siento más tranquila”.
Él soltó el aire.
“Me siento un poco mal por cómo te dije las cosas esta mañana, pero la idea de perderte, me sacó de mí mismo”.
Me lo quedé mirando y recordé las palabras de Cristian.
“Ese hombre está loco por ti».
“Debes hacerle pensar que te estás enamorando de él».
“Sé que tendremos que esperar, pero valdrá la pena».
Bajé la cabeza, y no dejé que mis ojos se cristalizaran, entonces, me atreví a tomar su mano.
“Gracias”, su mirada fue de sorpresa.
“¿Por qué, Sofí?”.
“Por no dejarme sola, Diego… estaba echándote la culpa de mis problemas, pero resultaste ser mi única salida”.
Diego me miró de forma intensa, se acercó con la respiración un poco agitada y luego negó.
“Deseo tanto besarte”.
Mis dientes se apretaron tanto, que temí que se quebraran, y bajar mi mirada fue como una invitación para él cuando su boca se acercó a la mía, y depositó un beso corto en mis labios.
Y este era el principio, el grito en mi silencio, mi desesperación acallada, y mi sacrificio… todo por creer que, en un final, saldría de esto con mi hijo, mientras todas estas personas pagaran y esperaba que Cristian les hiciera pagar muy caro.
La mansión de Diego se convirtió en mi prisión dorada, y cada día que pasaba, me sumergía más en un mundo de mentiras y secretos.
Mi fachada de enamorada y sumisa se volvía más convincente a medida que avanzábamos en el juego de Cristian.
Diego me rodeaba con su presencia constante, como un halcón vigilando a su presa. Me trataba con cariño delante de los demás, pero en privado, su control sobre mí se volvía más evidente.
A pesar de todo, mantenía mi determinación de descubrir la verdad detrás de la desaparición de Gael y sacar a mi hijo de este peligroso ambiente.
Cristian seguía siendo mi único aliado en esta maraña de engaños y conspiraciones. Nuestras comunicaciones eran limitadas y discretas, pero cada mensaje que intercambiábamos me daba la fuerza para continuar.
Hubo un compromiso, y Diego se encargó de que al otro día hubiese un titular enorme.
Los bloques de la prensa no se hicieron esperar, unos comentarios solo eran de felicitaciones, pero la mayoría me atacaba como una traidora.
Y lo era.
Había estado casada con Gael hace unos meses, y ahora, estaba comprometida con otro magnate de México, eso sin contar que estuve a punto de salir también en los periódicos con Don Rafael, sí fuera porque Gael me hubiese salvado.
Limpiando mis lágrimas, miré el anillo en mi dedo.
A pesar de que ya estaba pisando el tiempo crucial de la llegada de mi hijo, Diego había apresurado todo para el día de la boda. Y ahora, yo ya no tenía ninguna esperanza.
En dos semanas se celebraría una boda que no sería nada privada, y yo solo había aceptado, porque esto era perfecto para el plan.
Así que decir que mi relación con Diego se intensificó, era incluso un panorama tenebroso para mí, porque ahora me cubría mi embarazo.
¿Pero luego?
Así que necesitaba apresurarme, hacer las cosas, tal y como Cristian me las estaba indicando.
Una semana antes de la boda, sabía que Diego debía viajar, así que en la noche, cuando él se despidió, le envié un mensaje a Cristina, bajé a su oficina de forma sigilosa, para inspeccionar unos documentos que se necesitaban.
Con las manos temblorosas, abrí aquel estante enorme que tenía carpetas y carpetas, no sabía cómo Cristian incluso sabía de su existencia, pero encontré rápidamente documentos que mencionaban nombres que me eran familiares, había nombres de políticos, empresarios y personas influyentes que parecían estar involucrados en actividades ilegales.
Aquello confirmaba lo que Cristian me había dicho.
Diego no era solo un hombre de negocios, sino parte de una red de corrupción y poder.
Antes de que pudiera examinar más a fondo los documentos, escuché pasos acercándose. Rápidamente, volví a guardar todo en su lugar y me senté en la silla encendiendo la computadora, al menos tenía algo para escudarme.
Sin embargo, el corazón me latía con fuerza.
La puerta del despacho se abrió, y Diego entró con una expresión seria en el rostro.
Se suponía que no debería estar aquí.
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