La novia vendida al magnate -
Capítulo 49
Capítulo 49:
POV Sofía.
En medio de mis pensamientos, no vi que entramos a una carretera alejada a la cual demoramos al menos una hora de camino, y en medio de mi ansiedad por saber qué pasaba, por fin nos adentramos a un galpón a la derecha. El cuerpo me temblaba entero, y mis ojos se nublaron.
“¿Quiere dinero?”, pregunté cuando el hombre abrió la puerta del auto.
“No… vamos”.
Caminé un poco rápido, y luego él tocó la puerta de forma brusca. Alguien le abrió enseguida, su mano tomó mi brazo para hacer que entrara y luego la cerró. Di los pasos hacia atrás con miedo, y luego noté que había una mujer de brazos cruzados allí. El lugar estaba algo desordenado y solitario y la iluminación era muy pobre
“¿Quién es usted? ¿Qué quiere?”, podía sentir la vibración en mi voz.
Estaba aterrada.
“No tengas miedo… este lugar era necesario para nuestro encuentro, los satélites no lo pueden rastrear y aunque vea solo lata es un aislante para cualquier espía”.
“¿Qué?”.
“Debo decirte un par de cosas… sobre todo, que te prepares para mañana”.
Mi corazón subió a mi garganta.
“Ma… ¿Mañana?”.
“Si, Sofía. a primera hora”.
“¿Quién es usted? ¿De qué se trata esto?”.
“Tengo información acerca de su esposo muerto”.
“¿Gael?”, la mujer asintió lentamente.
“Así es. pensé que le interesaría aún… aunque él ya esté muerto y usted tenga un nuevo hombre”.
Me sentí asqueada con lo que dije, pero no lo tomé en cuenta.
“Me interesa. pero, ¿Cómo puedo confiar en usted? ¿Tiene información de lo que ocurrió de verdad?”.
“Tengo más que eso. mucho más… de hecho, podría ponerle fin a muchas cosas que ha buscado en este tiempo… solo tienes que salir sola, sin Slim”.
“¿No puedo confiar en él?”.
La mujer sonrió con ironía.
“Él es el que menos debe saberlo”, ella se acercó con un teléfono y me lo ofreció.
“Debes salir de la casa de Slim, y acompañarme a un lugar. Salga como cotidianidad, centro comercial o cualquier parte, lleve este móvil y allí la llamaré”.
Asentí sabiendo que estaba haciendo mal, pero si ella hubiese querido hacerme algo malo, ya lo habría hecho, ella me dio detalles de los puntos en donde podíamos encontrarnos, y yo guardé el móvil rápidamente en mi bolsa.
“Debes actuar con naturalidad y nadie debe saber de este encuentro”.
El chofer me llevó de regreso, pero el camino era largo. Incluso llegar nos tomó más de dos horas, cuando ya se hicieron más de las siete. No le dije nada al chofer, pero sí lo observaba de vez en cuanto por el retrovisor, hasta que me dejó en la propiedad de Diego.
Entré rápidamente a la casa, dispuesta a tomar un baño, para que Diego no me tomara desprevenida, pero cuando estaba por subir las escaleras, él estaba sentado en la sala, y esta vez fumando un puro con apenas una lámpara encendida
“Hola, Sofí”. Mi cuerpo se estremeció enseguida.
“Me pregunto”, me apuntó con su puro y luego solté el aire.
“¿Dónde estuviste este tiempo”, pero le preguntaré a mi chofer”, él no se levantó, pero su mirada era diferente?
“Necesitaba… yo… quería estar afuera por un rato”.
“¿Y dónde estuviste? Cuando te llamé tenías una hora paseando y eso fue a las cuatro de la tarde.
Mis labios temblaron un poco y pasé un trago rápido.
“Fui al centro comercial, caminé por tiendas, cambié de opinión de un momento a otro, pero no quería… no quería molestarte para decirte esto”.
En ese momento Diego dejó el puro encima del cenicero, y se levantó. Dando pasos lentos hacia mí, señaló.
“¿Y dónde están las compras?”, él miró mis manos y negué.
“No compré nada. No”, él puso la cara agachada a su hombro y negó.
“Estás mintiendo Sofí lo haces incluso sabiendo, que yo sé que mientes. ¿Por qué?”.
Tenía la garganta comprimida, su actitud era demasiado, y ahora mismo, ni siquiera sabía por dónde comenzar, o como escapar de sus preguntas.
Diego me observó con una intensidad que me hizo sentir incómoda, como si pudiera ver a través de mis mentiras. Tragué saliva y traté de mantener la calma, a pesar de la ansiedad que me estaba invadiendo.
“Diego”, retrocedí un paso cuando él dio otro hacia mí, como si fuese necesario apartarme de él.
“No entiendo por qué mientes, Sofí… ¿Dónde estabas?”.
“¿Qué estás tratando de ocultar?”.
Mi boca se abrió un poco negando Su tono ya era demasiado. Mi mente buscó desesperadamente una excusa creíble. No podía decirle la verdad sobre mi encuentro con aquella misteriosa mujer en el galpón, no cuando aún no sabía si podía confiar en ella o en él, que ahora mismo me hacía dudar mucho.
“Diego… yo solo necesitaba un tiempo para mí misma … yo no me he recuperado de… tú lo”, respondí con voz temblorosa. De inmediato él tomó mi rostro, en un agarre fuerte.
“¿Por qué Sofí? ¿No soy suficiente hombre para ti?”.
“¿Por qué?”.
Diego dio unos pasos más cerca, y su mirada se volvió más penetrante.
“Diego”, tomé las manos que estaban apretando mi cara.
“¿Qué haces?”.
“Sofí”, su rostro se pegó al mío de inmediato.
“Quiero estar contigo… y esta es mi oportunidad… tú me la diste, y escúchame, no voy a desperdiciarla”.
Él me soltó de un momento a otro, y luego caminó yéndose.
Tuve que tomarme de las escaleras. Mis piernas temblaban o sentía la boca seca.
“Debemos hablar Hay un asunto que quiero que”.
“No ahora. será mañana”, el me cortó sin girarse.
“¿Qué?”.
Diego caminó hacia afuera haciendo caso omiso de mis palabras, y luego desapareció de mi vista. No sabía a ciencia cierta que era todo, pero me apresuré air a mi habitación porque todo lo que había pasado aquí, me había aterrado.
Me metí a la ducha y masajeé mi barriga, no podía quedarme, necesitaba hablar mañana con la abuela o con el hermano de Gael, y si Diego no quería escucharme, lo mejor era desaparecer de su vida.
Estaba tan cansada que toqué la cama, y me quedé dormida, y a la mañana siguiente, cuando parpadeé, me levanté asustada pensando que se haría demasiado tarde para salir.
Caminé por la habitación para buscar mi bolsa, y saqué el celular que me dio esa mujer, y luego el mío. Marqué a la abuela de inmediato, pero no se escuchaba ningún tono.
Mi ceño se frunció, y luego marqué de nuevo para finalmente marcar a Diego, hasta que escuché una notificación extraña.
“No tiene red».
Después de vestirme de forma apresurada, y de esconder el otro teléfono en mi bolsa, bajé hacia la sala.
“¡Diego!”.
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