Capítulo 52:

Dado que Celia no quería que Flavia se preocupara por ella, le contó sobre su matrimonio, y también le dijo que la persona que la acababa de llamar era su esposo.

La anciana se sorprendió.

“¿Por qué no me lo dijiste antes? Ni siquiera tuve la oportunidad de prepararte un regalo. Ahora te lo debo, eh».

Al verla triste por no poder darle un regalo de bodas, Celia la consoló, «Todo sucedió tan de repente que solo unas pocas personas se enteraron. Incluso Alita lo supo apenas ayer. Oye, no tienes las cosas fáciles ahora, así que no necesitas comprarme nada. No es necesario un regalo para que me muestres tu cariño y buenos deseos. Además, mi esposo me trata muy bien. No tienes nada de qué preocuparte», dijo la chica al tiempo que le servía un vaso de agua y pelaba una manzana a la mujer.

Con un suspiro, los ojos de Flavia se aguaron.

«Siempre y cuando estés teniendo una vida feliz, yo estaré tranquila. No planeo entrometerme más en el asunto de Abbott. Es su culpa, así que él mismo tiene que asumir las consecuencias. No me importará si le cortan las manos o lo matan por eso».

De voz temblorosa al decir eso, sus lágrimas cayeron sobre el dorso de la mano de Celia.

Esta sabía que la anciana solo decía esas cosas frente a ella porque no quería que se involucrara.

Entonces no pudo evitar decir: «Si Abbott no deja de jugar, no importa cuánto dinero tengas, nunca será suficiente para pagar sus deudas».

Asumiendo la culpa, la anciana dijo: «Él creció sin un padre, y yo solo me concentré en ganar dinero la mayor parte del tiempo. Como madre, no lo eduqué bien, y por eso se volvió así».

Tras un suspiro, continuó: «En los últimos años, lo ayudé a pagar muchas deudas, pero ahora que soy vieja, ya no gano dinero. Tampoco me quedan ahorros, así que la verdad es que no puedo ayudarlo…».

Antes de que Flavia pudiera terminar sus palabras, alguien volvió a tocar la puerta.

Pensando que era Tyson, Celia abrió de inmediato sin pensarlo demasiado.

No obstante, era Abbott.

Este tenía una barbilla de mucho tiempo sin afeitar, estaba despeinado y olía algo mal. Era obvio que era un apostador que había perdido la cabeza.

Tan pronto como vio a Celia, sonrió obscenamente.

«¡Vaya! Eres Cece, ¿Verdad? Tanto tiempo sin verte. Te estás volviendo cada vez más hermosa».

Celia siempre había tenido una mala impresión de él, y cuando escuchó su tono, no pudo evitar fruncir el ceño y cuestionar: «¿Qué haces aquí?».

Sonriendo con descaro, este miró a su alrededor y preguntó: «Oye, Cece, ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Alguien vino pidiendo dinero?».

Al escucharlo, Flavia se puso furiosa, y sin importarle su mala salud, se apresuró y lo empujó.

“¡Vete de aquí!».

Desafortunadamente su fuerza no fue suficiente para siquiera mover un centímetro a Abbott. Por el contrario, casi cayó al suelo por un empujón que le dio él.

«Mamá, qué cruel eres. No puedes llevarte tu dinero a la tumba cuando mueras. Yo soy tu único hijo, y cuando mueras, todo tu dinero me pertenecerá. Solo quiero usarlo por adelantado ahora, nada más».

Con eso, él entró en la casa descaradamente y comenzó a hurgar todo.

“¿Cambiaste el lugar para esconder tu dinero otra vez?».

En la puerta, la anciana estaba tratando de controlar su rabia respirando profundamente.

“No me queda ni un solo centavo, y aunque pongas la casa patas arriba, no encontrarás nada».

Sin embargo, Abbott simplemente hizo oídos sordos a sus palabras y continuó buscando dinero. Después de revisar todos los rincones de la casa y no encontrar nada, le rugió enojado: «¿Dónde lo escondiste?».

Flavia estaba tan enojada que agarró la escoba que tenía detrás de la puerta y lo golpeó con fuerza.

«¡Fuera de aquí! ¡Vete!».

Después de ser golpeado varias veces, Abbott se enojó y le quitó la escoba. Si bien no la golpeó, la empujó al suelo.

«¡Maldita vieja! ¿Cuándo te volviste tan despiadada?».

Enseguida Celia se apresuró a ayudar a la anciana a levantarse.

Abbott se quedó mirándolas con impaciencia cuando de repente sus ojos se sintieron atraídos por el anillo en el dedo anular de Celia.

Estirando su mano con avidez, parecía querer tocarlo. Entonces dijo con confianza:

«Ese anillo parece valer mucho. Mi madre te ha cuidado durante muchos años, ¿Cierto? Ahora es el momento de que le pagues. Cece, ¿Puedes darme el anillo?

Quiero echarle un mejor vistazo».

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